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Vraem: la guerra en círculos [CRÓNICA]
Ricardo León

Ningún cabo está suelto en una guerra circular, prolongada y difícil como la que se vive en el Vraem. Es 9 de agosto del 2018, al mediodía; hace unas horas, el suboficial de la Fuerza Aérea del Perú (FP) Elmer Audiencio Quispe Ríos ha sido sembrado junto a su patrulla en un sector de Virgen Ccasa, en la selva alta de Huanta (Ayacucho). El  equipo de fuerzas especiales que integra está persiguiendo desde hace días a una columna terrorista, se presume que al mando está ‘Antonio’, cabecilla de Sendero Luminoso en la zona. No lo ven, pero lo sienten.

El joven soldado sabe que ningún momento es tranquilo y ningún lugar es seguro, eso lo ha aprendido desde chico. Es 6 de enero del 2007, por la tarde; en Colcabamba, el distrito de la provincia de Tayacaja (Huancavelica) donde nació, Elmer Audiencio celebra sus 15 años. Quizá hay alguna fiesta, es época de vacaciones, no hay clases mañana. En los días posteriores, el pueblo será mencionado en las portadas de todos los diarios nacionales.

Es 11 de enero del 2007, por la noche; un movimiento extraño de policías de la comisaría de Colcabamba enmudece al pueblo. Ha llegado caminando el suboficial PNP Simón Oré, está muy mal herido; cuenta a los demás agentes que a pocos kilómetros de distancia fue emboscado por terroristas cuando patrullaba con su compañero, el suboficial Eyner Cahuaza. A este lo encuentran muerto, tiene 20 balas dentro del cuerpo, también esquirlas de granada. Nada es
tranquilo, nada es seguro.

El policía Cahuaza provenía de Rupa Rupa (Huánuco), uno de los territorios que estaban casi dominados por otra facción de Sendero Luminoso, la del Alto Huallaga, que comandaba Florindo Flores ‘Artemio’, y que aún no se libera del todo de su estigma. El suboficial nació en un bastión terrorista, murió en otro.

Esta historia avanza dibujando órbitas: es 15 de agosto del 2018, por la tarde; en una calle de Rupa Rupa, el pueblo natal de Cahuaza, la policía captura a Alex José Pimentel Vidal, un sujeto que difundía a través de Facebook y YouTube videos de los integrantes de Sendero escondidos en el Vraem, esos mismos a los que apenas unos días antes ha enfrentado Elmer Audiencio.

Es jueves 9 de agosto, a mediodía; el suboficial de la FAP tiene ahora 26 años y no está en las alturas de su natal Colcabamba sino en las lomas nubosas del Vraem, en Virgen Ccasa. Se topa con la columna senderista. ¿Está ‘Antonio’ entre ellos? No se ven, pero se sienten. El joven soldado recibirá un balazo y morirá. Él también ha nacido en un bastión terrorista y ha muerto en otro.

-Un territorio en disputa-

Es 11 de agosto del 2018, al amanecer; si los jefes del Comando Especial del Vraem no estuvieran coordinando la extracción en helicóptero del cadáver del suboficial Quispe, de la FAP, estarían celebrando otro aniversario del golpe más duro que se ha asestado a Sendero en los últimos tiempos. Hace cinco años exactos, una cuidadosa operación de inteligencia derivó en un sorpresivo ataque a una columna terrorista que se desplazaba por las partes altas de
Llochegua, en la selva de Huanta. Hace cinco años exactos, los helicópteros portaban patrullas armadas; hoy van a la misma zona, pero llevan camillas.

Es 11 de agosto del 2013, de noche; Orlando Borda Casafranca ‘Alipio’, el segundo mando militar de la facción senderista en el Vraem, está acompañado de Marco Antonio Quispe Palomino ‘Gabriel’, hermano menor de Víctor y Jorge Quispe Palomino, conocidos como ‘José’
y ‘Raúl’, los cabecillas de este grupo terrorista. En una rústica vivienda del caserío de Pampas, ‘Alipio’, ‘Gabriel’ y otro sujeto conocido como ‘Alfonso’ descansan y ven televisión. En los alrededores, el resto de la columna –unas 20 personas- espera y vigila.

Pocas horas después, una explosión retumba en el pequeño pueblo, ubicado sobre una loma. Los tres hombres que veían televisión mueren y sus cuerpos quedan calcinados. Luego se escuchan balaceras, persecuciones, gritos. Cuando dos días después un equipo de El Comercio llega a Pampas, el pueblo sigue semivacío y cubierto de cenizas.

Días antes de ese ataque, ‘Alipio’ y ‘Gabriel’ habían alardeado de su control en ciertos espacios del Vraem. Es 23 de julio del 2013, temprano por la mañana; la columna terrorista se desplaza
por el sector donde se ejecutan las obras de construcción de la carretera San Francisco-Quinua, es decir, el Vraem con Huamanga y otras importantes ciudades ayacuchanas.

En Lima, el presidente Ollanta Humala repasa el discurso que dará por Fiestas Patrias. Son 22 páginas; en la página 17, dice: “Se ha incrementado  considerablemente las intervenciones de las Fuerzas Armadas en el Vraem, lográndose controlar las vías de acceso y neutralizar la influencia de las organizaciones terroristas en dichas jurisdicciones”. ‘Alipio’ ordena quemar toda la maquinaria, agreden a los trabajadores y reparten volantes escritos a mano con letras negras: “Muerte a los soplones y espías angurrientos”, y amenazas por el estilo que incluyen “la pena capital”. Como toda firma, se lee: “Partido Comunista del Perú”. Es su último acto terrorista.

‘Alipio’ murió y Sendero buscó quién lo reemplace, quién ejerza presencia en sus territorios. Se asignó a ‘Antonio’ (no se sabe aún su verdadera identidad). Es 2 de noviembre del 2013, al amanecer; en varios pueblitos del Vraem aparecen volantes impresos con una foto de ‘Antonio’. Calza botas de jebe y está parado junto a un grueso árbol en medio de la selva; lleva en los brazos un fusil. En un breve texto se lee: "Es estratega y táctico proletario por estudio haciendo estudiar y debatir al contingente y por prepararse preparando al contingente" (sic). El texto no se entiende, pero sí el mensaje entre líneas: a menos de tres meses de la caída de ‘Alipio’, los hermanos Quispe Palomino quieren aparentar que el golpe ha sido superado y que no se han replegado.

El nuevo objetivo militar de las Fuerzas Armadas es, entonces, ‘Antonio’. Ha habido intentos ambiciosos por atraparlo o abatirlo. Hace pocos años, apelando otra vez a la inteligencia militar, un equipo de hombres –a cargo de la llamada ‘Brigada Lobo’, luego desactivada- se hizo pasar por ingenieros civiles que preparaban alguna obra en la selva alta ayacuchana, para lo cual había que pagar cupos a Sendero. Quien cobraba esos cupos era ‘Antonio’. Los ‘ingenieros’ hicieron uno o dos pagos al senderista para ganar su confianza y para ir analizando
los detalles del futuro golpe: armamento, número de integrantes de la columna, modos de desplazamiento.

Es 2 de setiembre del 2015, por la tarde. Hoy toca reunirse otra vez con ‘Antonio’ para pagar otra cuota del cupo. En la camioneta en la que viajan los dos ‘ingenieros’ están escondidos otros dos hombres y armas suficientes como para un enfrentamiento breve pero intenso.
Cientos de metros atrás, otro equipo policial y militar brindará apoyo apenas se escuchen los primeros disparos. Los audaces comandos no cuentan con que ‘Antonio’ ha desplegado grupos de vigilancia en varios sectores de la trocha donde se encontrará con los ‘ingenieros’. No los ven, pero los sienten.

El enfrentamiento es intenso, pero no breve: cinco militares resultan heridos (dos de ellos van en un helicóptero que llega de refuerzo, y que recibe disparos desde una loma), al igual que un número no preciso de terroristas. Estos huyen y dejan tiradas armas, pertrechos y mochilas. Hay sangre en el piso. Es 3 de setiembre del 2015, por la mañana; el viceministro de Defensa Iván Vega informa que ‘Antonio’ y otros cinco senderistas de su grupo están muertos, pero que no se pudo recoger los cuerpos.

Pero no ha muerto. Tiempo después, ‘Antonio’ intentará retomar el control desde Virgen Ccasa. Habrá nuevos enfrentamientos. En el Vraem, perder territorios como este, ubicado en las estratégicas alturas nubladas de Huanta, sería para Sendero una gruesa derrota geopolítica. Tres años más tarde –el 9 de agosto del 2018, al mediodía-, en esta misma zona, el suboficial Quispe, de la FAP, recibirá un balazo y morirá. Esta guerra es y será larga.

-La inflación cocalera-

Es 28 de julio del 2018, al amanecer; en Lima, el presidente Martín Vizcarra pronunciará en unas horas su discurso por Fiestas Patrias. Son 36 páginas; en la página 30, dice: “Las Fuerzas Armadas en forma conjunta con la Policía Nacional han realizado diversas operaciones
militares en la zona del Vraem contra las organizaciones terroristas y narcotraficantes; en lo que va del año se ha logrado recuperar armamento y destruir 106 laboratorios clandestinos. Además se decomisaron cinco toneladas de insumos químicos y casi cuatro toneladas de clorhidrato de cocaína…”.

Es 28 de julio del 2018, al amanecer; en el Vraem, un buen número de policías antidrogas de Mazamari y un equipo de la Marina de Guerra se desplazan frenéticamente, pero con extrema cautela, por los alrededores de la comunidad indígena Coriteni, en la selva de Satipo (Junín). Saben por informes de inteligencia que una carga de droga viaja en una embarcación por las aguas del río Tambo, y van a intervenirla. El bote va camino a Atalaya (Ucayali), donde la droga
será colocada en una avioneta rumbo a Bolivia.

Encuentran el bote en la orilla, pero no hay nadie; sus ocupantes olieron el peligro y han huido al monte. Debajo del piso los policías encuentran, bien escondidos, 248 paquetes rectangulares. Luego harán el pesaje y el análisis químico: 266 kilos de cocaína de alta pureza. Los agentes de la Marina, usando tres embarcaciones Hovercrafth, remolcan el bote, ahora por el río Perené; los policías, desde otra nave, miran atentos al monte. No se ven, pero se sienten.
En Lima, el presidente comienza su discurso.

En la mayoría de localidades del Vraem, la vida económica depende casi de un solo factor: el precio de la hoja. Sus fluctuaciones alteran también el precio de la pasta básica de cocaína y del producto final más obvio, el clorhidrato de cocaína. Por estos días, en paralelo a la presión que se ejerce en las pozas de maceración de hoja de coca, en los circuitos del traslado de insumos químicos y en los puntos de transporte de la droga, como los ríos Tambo y Perené, el delito se ha encarecido. El Vraem vive una inflación: la arroba de hoja de coca (11,5 kilos) se vendía en marzo a S/80 o S/90, y hoy cuesta S/130. La pasta básica pasó de US$800 a US$1.000, y la cocaína de US$1.000 a US$1.200. La captura de un bote con 266 kilos de cocaína es una enorme pérdida económica.

Es 28 de julio, a mediodía. Los agentes han navegado dos horas por el Perené, y el bote se atasca en un islote. Ahora se invierten las funciones: los policías antidrogas cargan los paquetes en sus embarcaciones, y los marinos desde sus Hovercrafth miran al monte. La tensión crece. En Lima, el presidente Vizcarra pronto acabará su discurso. Ahora dice: “(…) se ha planteado una estrategia más firme y ofensiva en la lucha contra los remanentes de la organización terrorista Sendero Luminoso, intensificándose las operaciones de control territorial”.

Es 4 de agosto, por la mañana; otro equipo de policías realiza un operativo antidrogas para inspeccionar vehículos a la altura del puente Shoto, en la carretera de acceso al centro poblado de Santa Cruz de Anapati, en el distrito San Martín de Pangoa, que también pertenece a Satipo. En una camioneta 4x4, de placa AFA-449, se encuentran unos pocos paquetes tipo ladrillo, que contienen pasta básica de cocaína. Los policías están intrigados. Uno de los que
participa en la operación contará después a este Diario que sus informantes le habían asegurado que había en esa camioneta una carga importante de droga.

Los policías abren el tanque de gasolina, y ahí encuentran decenas de botellas pequeñas de plástico, donde han metido pasta lavada (es decir, semilíquida) en su ruta hasta los laboratorios de cocaína de alta pureza. Suman en total más de 50 kilos. La carga era llevada a
la parte ayacuchana del Vraem, a la selva de Huanta, donde más laboratorios de cocaína hay, donde más territorios están en disputa y donde el 9 de agosto, al mediodía, el suboficial Elmer Audiencio Quispe Ríos, de la Fuerza Aérea, recibirá un balazo y morirá. Ningún cabo está suelto en una guerra circular.

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