El 17 de abril del 2019, hace exactamente un año, Alan García se disparó un tiro para evitar su detención y apelar a lo que llamó el juicio de la historia. (Ilustración: El Comercio)
El 17 de abril del 2019, hace exactamente un año, Alan García se disparó un tiro para evitar su detención y apelar a lo que llamó el juicio de la historia. (Ilustración: El Comercio)
Fernando Vivas

El suicidio de fue un acto de una premeditación e impacto que ya no se sentían en un mundo políticamente desafecto. Dejó un partido a cuyos jóvenes se acercó en sus últimos días, como buscando un sector vital que agitara su nombre cuando este fuese denostado; dejó una voluminosa historia del Perú y de su paso por el máximo poder a la que llamó ambiciosamente “Metamemorias” (Planeta, 2019); y dejó una carta con una línea que aún revuelve las tripas –“mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios”– a quienes lo odian, a quienes lo reivindican y a quienes creemos no estar en uno u otro bando.

Nadie podía ser indiferente a su vida y menos a una muerte tan colosal, como sacada de un grabado de un drama histórico antiguo, de esos en que el protagonista, un líder en desgracia, se pega un tiro para no enfrentar un escándalo. Un gesto de otra época en medio del Perú hiperjudicializado del siglo XXI que hace poco ya abandonamos por la pandemia. Tres épocas tan distintas en apenas un año de historia, en el fogonazo de un disparo.

Su muerte, ocurrida el 17 de abril, y el cierre del Congreso, el 30 de setiembre, fueron las dos noticias que nos remecieron en un año que pensamos que no podía ser superado por el 2020. Pronosticamos mal. Hoy, Alan García es un recuerdo intenso solo para sus seres queridos que imaginarán lo que hubiera hecho si le tocaba combatir al . Con la pandemia que dificulta pensar en otras cosas, no lo podemos evocar sino es con un poco de biografía contrafáctica.

¿Hubiera sido un Trump negacionista, entercado con no parar el crecimiento económico del que tanto se jactaba? ¿Hubiera sido un Putin realista, práctico, reservándose espacio para subrayar las buenas noticias en medio de las malas? ¿Hubiera seguido a pie juntillas y ojito sabio a los chinos, a quienes dedicó tantas loas? ¿Hubiera sido un Boris Johnson lanzando alguna teoría sobre la inmunidad y la melancolía del hombre del Ande antes de ser internado en una sala VIP del Rebagliati? ¿Hubiera aparecido comiendo en público y dando apretones de manos como Bolsonaro o AMLO?

Sus detractores lo verán tal vez como una mezcla de Johnson y Bolsonaro, mientras que sus adeptos creerán que lo estaría haciendo mejor y con más asertividad que . Unos le tirarían en cara lo que no invirtió en salud como porcentaje del PBI durante sus años de chorreo, mientras que otros le reventarían cohetes al número de metros cuadrados de hospitales de cemento que construyó. Creo, tratando de buscar un imposible fiel de la balanza, que le hubiera costado más que a Vizcarra parar la economía, pero quizá hubiera copiado algo del pragmatismo chino en conversación con sus pares de la Alianza del Pacífico.

Alan García en uno de sus últimos mítines. (Foto: Alonso Chero)
Alan García en uno de sus últimos mítines. (Foto: Alonso Chero)

Nunca extinto

Por supuesto, el plan de García para conjurar su arresto y preservar su imagen no acabó en el suicidio, ¡qué va! Inmediatamente se invocó la extinción de la acción penal por muerte del imputado (art. 78 del Código Penal), pero la gente y la misma justicia encontraron la manera de seguir con el caso como si nada fatal hubiera pasado.

El equipo especial del Caso Lava Jato ya no podía investigar, citar ni acusar a Alan García; pero las declaraciones de , de sus hijos Luis Jr. y José Antonio, y de Miguel Atala, como coimputados del difunto o colaboradores eficaces en distintas tramas corruptas durante su segundo gobierno mantuvieron un flujo constante de revelaciones que, de refilón, tocaban a García. Paralelamente, bienes a nombre de su familia y de su expareja Roxanne Cheesman, con el supuesto de que podrían haber sido adquiridos con dinero ilícito, pasaron a formar parte de procesos de extinción de dominio.

Como evidencia de que la bronca continuaba por otras vías, el 17 de octubre, la fecha en que se cumplían los primeros seis meses de su muerte y el alanismo tenía programada una serie de eventos (entre ellos, el lanzamiento de “Metamemorias”), se filtraron explosivos testimonios de Nava en los que García ya no solo aparecía como destino de coimas de Odebrecht a través de testaferros, sino como destinatario directo, a través de loncheras que Barata le habría entregado en la mano.

La respuesta póstuma, por llamarla de algún modo, fue, en febrero pasado, la difusión de un chat de WhatsApp que Cheesman tuvo con Barata el mismo día del suicidio, y en el que el brasileño le aseguraba que nunca le había dado dinero. La dúplica a esa réplica post mortem fue la difusión que IDL-Reporteros hizo del testimonio de un anónimo amigo de García, quien lo habría oído decir que quería matar al fiscal José Domingo Pérez.

La bronca de muertos y vivos también se puso en escena durante las elecciones congresales complementarias. Los apristas que izaron la bandera alanista no lograron saltar la valla. Se culpaba a la pequeña pero vocinglera bancada aprista de ser, junto al fujimorismo, la que provocó todo lo que nos llevó al 30 de setiembre. Las dos noticias de impacto del 2019, de algún modo, se entrelazaron.

Adiós, Internacional

Cancelados miles de eventos por la pandemia, también se canceló uno que se estaría llevando a cabo hoy: dirigentes de partidos miembros de la Internacional Socialista, a la que pertenece el Apra, iban a viajar a un homenaje en Lima. Carla García Buscaglia, la hija mayor de García, me contó que todo ese plan de celebraciones se deshizo y que se ha postergado la reedición de “Pida la palabra” (2013), su libro sobre oratoria, aunque ahora Planeta lanzará “Metamemorias” en audiolibro. También se canceló una exposición fotográfica que se iba a realizar en la Casa del Pueblo, el viejo local aprista. Pero la virtualidad les va a permitir a los alanistas celebrar dos misas online y poner en práctica una idea surgida en la pandemia: los simpatizantes que quieran recordarlo podrán enviar su foto con él, o un souvenir, un poema, una canción, a Soy Aprista o etiquetarlo a esa cuenta en el Twitter.

Cuando se reactive la economía, también se reactivará la bronca en torno a García. Pero el tiempo y esta experiencia compartida lo ubicarán, con la serenidad que perdimos el 2019, en la línea de presidentes que hicieron tanto o poco por la salud y esos ítems que eran más importantes que otros para los que acumulamos energías y reservas. Ahí podremos sopesar su paso por el poder, sus cargos de corrupción, su ego, su obra escrita, su muerte por mano propia.

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