“Ese deseo de venganza [de Keiko Fujimori] trastornó completamente la vida parlamentaria”. (Foto: Juan Carlos Hidalgo / EFE)
“Ese deseo de venganza [de Keiko Fujimori] trastornó completamente la vida parlamentaria”. (Foto: Juan Carlos Hidalgo / EFE)
Raúl Tola

En “Tiempos recios”, su nueva novela, vuelve a visitar algunos de los demonios que atraviesan su obra. En la Guatemala de Juan José Arévalo, Jacobo Árbenz y Carlos Castillo Armas palpitan la violencia y la lucha por la libertad, en un entorno de golpes de Estado, dictaduras militares y permanentes traiciones. Para conversar sobre este libro, el Premio Nobel de literatura 2010 nos recibe en su estudio. Es una tarde de otoño en Madrid y se le nota cómodo cuando se sienta en un mullido sillón de cuero, al lado de su escritorio, rodeado por sus libros. Hablamos de este nuevo libro y de sus vasos comunicantes con la realidad actual, donde no puede estar ausente el Perú.

Estuve en la conferencia de prensa de «Tiempos recios» y he seguido sus entrevistas en la prensa. Algo que me ha admirado es el arco evolutivo de las respuestas que da a preguntas que muchas veces se repiten, es como si a lo largo de este tiempo fuera tomando consciencia de muchos aspectos de su propia novela que no advirtió cuando la escribía. ¿Es así? ¿Cuánto aprende en las entrevistas de su propia obra?

Muchas veces las preguntas ayudan a tener una visión más exacta de la reacción del público con la novela, que no siempre coincide con la visión que tiene el propio escritor. Seguramente, en función de esas preguntas, yo me he ido haciendo una idea de la novela algo distinta de la idea original que tenía. Por ejemplo, han sido en gran parte gracias a las preguntas de los periodistas y las cosas que he leído en la prensa que yo descubro algo de lo que no había sido consciente: que la operación publicitaria del sobrino de Freud [Edward L. Bernays, director de relaciones públicas de la United Fruit, que motivó la intervención de los Estados Unidos para deponer a Jacobo Árbenz de la presidencia de Guatemala] es la primera operación en que las fake news, que ahora están tan de moda, tienen un éxito indiscutible. Realmente, él consigue crear todo un fantasma con puras fake news

Bernays dice que en algún momento la publicidad va a vencer a la verdad…

Exactamente. Creo que esa teoría al final ha calado, pero se empleó por primera vez de una manera exitosa en Guatemala. Además, a través de una persona que, para mi sorpresa, no solamente estaba emparentada con Sigmund Freud sino que lo ayudó mucho económicamente. Como él tenía mucho éxito con su empresa de publicidad, le mandaba dinero desde los Estados Unidos en los períodos en los que su tío pasaba pellejerías. Él le mandaba dinero y lo ayudaba a salir adelante.

«Tiempos recios» ocurre en Guatemala y transcurre entre los gobiernos de Juan José Arévalo, de Jacobo Árbenz y de Carlos Castillo Armas. Árbenz cae por un golpe de Estado de Castillo Armas, quien a su vez cae por una conjura nunca aclarada que ocasiona su asesinato. En pocos países como Guatemala parece tan exacta la famosa frase de Marx: «La violencia es la partera de la historia».

El caso de Guatemala es muy trágico. Por una parte, es un país muy bello, con un paisaje extraordinario. Es uno de los pocos países que tiene acceso a dos océanos —al Pacífico y al Caribe— y tiene una historia riquísima desde los mayas. Al mismo tiempo, debe ser uno de los países más violentos de América Latina. El año 44 ocurre en Guatemala un movimiento de estudiantes y militares que acaba con la dictadura de Jorge Ubico. Por primera vez, a esas alturas, se inaugura un período de democracias. Tiene dos gobiernos democráticamente elegidos, que son el de Arévalo y el de Árbenz. Árbenz sale elegido en unas elecciones limpias, con un programa muy avanzado, mientras el resto de América Latina era, de un confín a otro, un lugar de dictadores militares. Su gobierno inaugura un período en el que hay una enorme expectativa, curiosidad por lo que ocurre en Guatemala, porque intenta reformas sociales muy avanzadas. Que este gobierno democrático fuera desbarrancado por una operación de Estados Unidos, que en cierta forma había sido el modelo de Árbenz (lo que él quería era un país moderno, con empresas que pagaran sus impuestos, un país como Estados Unidos), tuvo un efecto desastroso en América Latina. Porque a toda una generación, quizá a varias, las desencantó de la democracia, las empujó al extremismo… Probablemente hubiera sido distinta la historia de América Latina si Estados Unidos, en lugar de cortarlo brutalmente con la intervención de Castillo Armas, hubiera apoyado al gobierno de Árbenz, hubiera entendido que esto era una manera de sacar no solamente a Guatemala sino a toda Centroamérica del estado feudal en el que vivían. Hubiera sido muy distinta la historia y probablemente esos cincuenta años que se perdieron buscando el paraíso socialista a través de la guerrilla no hubieran ocurrido y la democratización de América Latina hubiera venido mucho antes.

Quizá Venezuela sea el país que le ha tomado la posta a las violencias que asolaron en su momento a Guatemala.

Sin ninguna duda…

A pesar del ello, de la crisis humanitaria, de la crisis económica y la terrible situación en que se encuentra, la ONU ha elegido al gobierno de Nicolás Maduro para ocupar un asiento en el Consejo de Derechos Humanos…

Eso es increíble, una vergüenza. Yo creo que lo que eso refleja es que las Naciones Unidas tiene algunos delegados que son conscientes de los problemas de nuestro tiempo y probablemente debe tener muchísimos delegados que son completamente ciegos respecto a los verdaderos problemas de nuestro tiempo. Yo me niego a creer que las Naciones Unidas se vaya a convertir en una fuerza reaccionaria. Probablemente, la decisión sobre el gobierno de Maduro se debe a una ignorancia crasa de lo que está ocurriendo con América Latina y con Venezuela en especial.

Usted ha dicho que en esta historia se ha mantenido lo más fiel posible a los hechos históricos.

A los hechos básicos. Ahora bien, no hay manera de saber cómo ocurrió toda la historia. El asesinato de Castillo Armas, por ejemplo, no hay manera de saber quién lo cometió. Hay toda clase de versiones, se ha tratado tanto de ocultar la realidad que al final se ha conseguido, existe una alianza de mentiras que impide saber exactamente qué es lo que pasó. Una de las versiones posibles es la que ofrece la novela, pero de ninguna manera la defendería yo como única válida. Creo que es uno de esos hechos que no se sabrá nunca qué es lo que pasó. La cantidad de enigmas que hay respecto a lo que ocurrió en esos años en Guatemala excitaron mucho mi imaginación de novelista, porque realmente es fascinante. Pero me parece que lo que en verdad ocurrió fueron múltiples traiciones, había varias conspiraciones en marcha. ¿Cuál de ellas fue la que tuvo éxito? Pues no lo sé. Ahora, lo que sí está clarísimamente demostrado es la implicación de Rafael Trujillo [dictador dominicano, protagonista de su novela «La fiesta del Chivo»] primero en el triunfo de Castillo Armas, en la operación contra Árbenz, y luego en el asesinato del propio Castillo Armas. La prueba es que mandó a su asesino favorito, Johnny Abbes García, como agregado militar. Y Abbes García escapa la misma noche del asesinato, lo que es absolutamente alucinante, con la amante de Castillo Armas, a la que los militares que toman el poder tratan de implicar después. Por eso ella tiene que vivir varios años en la República Dominicana.

Mi impresión es que, al rellenar los vacíos de la historia, uno no actúa al azar. El escritor toma decisiones porque su investigación y el perfil de los personajes las imponen.

Sin ninguna duda se imponen. No hay obligación de respetar la verdad histórica al momento de escribir una novela, nadie que tenga un mínimo de experiencia lectora se imagina que las novelas dicen verdades. No, las verdades las dicen los historiadores, los sociólogos, o al menos las buscan. Las novelas fantasean, las novelas añaden, quitan, en función del efecto que el libro quiere conseguir con los lectores. Ahora bien, uno puede alterar los hechos históricos en aquellos episodios que no son centrales, pero lo que no se puede es falsificar hechos históricos sobre los que existe un consenso general. Porque con eso se provoca la incredulidad del lector y la novela muere.

“Tiempos recios”, la nueva novela del premio Nobel de Literatura.
“Tiempos recios”, la nueva novela del premio Nobel de Literatura.

Un hecho muy llamativo es que, por regla general, los dictadores militares latinoamericanos, que se hicieron con el poder a hierro, lo dejaron del mismo modo, humillados, desterrados o muertos. El poder produce una seducción y una sensación de invulnerabilidad que trastoca el sentido común.

El caso de Castillo Armas es muy llamativo. Era una persona muy menor, un militar sin mayor grandeza que se opone desde el primer momento con ferocidad a Árbenz. Él es elegido por la CIA para presidir el movimiento contra Árbenz, pero la operación es enteramente montada por Estados Unidos. Esto está estudiado sobre todo por sociólogos e historiadores norteamericanos, lo que es muy interesante. En el libro trato de demostrar que, desde que sube al poder, Castillo Armas siente una enorme inseguridad, tiene una desconfianza enorme de todos quienes lo rodean. Tiene la sospecha de que hay conspiraciones en marcha, una sospecha perfectamente fundamentada, porque en efecto hay muchas conspiraciones en marcha contra él. Lo que no se sabe es cuál es la que tiene más éxito. ¿Quién lo mata realmente? No hay manera de saberlo. Yo he asumido ahí una posibilidad. Es perfectamente posible que la operación viniera desde el lado de Trujillo.

Lo que es muy misterioso también es que el ejército, que se suponía respaldaba a Castillo Armas, mete en la cárcel a su jefe de inteligencia. Lo tienen años en la cárcel, no le permiten ver a un juez nunca y, al final, cuando este hombre sale, se convierte en un delincuente. Muere asesinado y tampoco se sabe muy bien por quién. Se supone que lo mató un grupo terrorista de izquierda, pero bien pudo ser el propio ejército, hay mucho misterios en torno de esto.

Lo fundamental es que una operación como la de Árbenz, que era profundamente democrática, de esfuerzo para, dentro de la legalidad y la libertad, hacer hondas reformas sociales, se interrumpe, se corta por una intervención armada en la que Estados Unidos tuvo el papel preponderante. Eso es un hecho. Yo creo que el gobierno de Árbenz debe ser reivindicado pero no por la extrema izquierda, porque no era para nada un extremista de izquierdas. Debe ser reivindicado por quienes creemos en la democracia, en la legalidad, en la libertad. De ahí es de donde debe venir una gran reivindicación de los esfuerzos que hizo Árbenz en un momento que era muy difícil, en plena Guerra Fría. Claro, seguramente si no hubiéramos estado en ese contexto, tampoco hubiera sido posible la intervención militar. Por ejemplo, Truman se negó a intervenir contra Árbenz y estoy seguro de que el gobierno de Kennedy jamás lo hubiera hecho. Pero en ese momento subieron Eisenhower con Nixon, subieron los hermanos Dulles, eran los momentos del macarthismo en los Estados Unidos. Además, la CIA acababa de tener muchísimo éxito en Irán, haciendo caer al gobierno de Mosaddeq. Entonces aplicaron el mismo método que habían aplicado en Irán. Pero yo creo que eso para América Latina fue trágico, porque el antinorteamericanismo creció de una manera enorme y vino ese entusiasmo por la lucha armada, por las guerrillas, por el modelo cubano de la revolución.

Una de las propuestas más combatidas de Árbenz fue la reforma agraria, que entregaba las tierras ociosas a los campesinos más miserables del país.

Además, las entregaba con la idea de ir creando una mentalidad de propietarios en los campesinos. Él no quiso seguir el modelo que había materializado Paz Estenssoro en Bolivia, porque consideraba que esa reforma agraria era demasiado socializante. Parecida a la velasquista.

Jacobo Árbenz asumió la presidencia de Guatemala en 1951, pero tres años más tarde fue derrocado por un golpe de Estado. (Foto: AFP)
Jacobo Árbenz asumió la presidencia de Guatemala en 1951, pero tres años más tarde fue derrocado por un golpe de Estado. (Foto: AFP)
/ HO

No podía dejar de preguntarle por la reforma agraria de Velasco a propósito de «Tiempos recios». Justamente, ahora hay un documental que ha reavivado la polémica sobre ella: «La revolución y la tierra».

Me lo han comentado. Yo creo que la reforma agraria de Velasco fue una catástrofe. La reforma agraria era una necesidad en el Perú sin ninguna duda, había que acabar con el latifundio. Pero no creando las granjas colectivas que creó Velasco. Y sobre todo, no poniendo al frente a personas que no tenían ninguna experiencia agrícola y que eran fundamentalmente funcionarios políticos. La reforma agraria no trajo ni la redención del campesino peruano ni trajo un desarrollo de la agricultura en el Perú. Al extremo que fueron los propios campesinos al final quienes acabaron con la reforma agraria. Se repartieron, se dividieron las tierras, crearon las propiedades individuales que hasta ahora no son reconocidas por la legalidad en el Perú. El resultado de esa reforma agraria fue catastrófico.

Ahora, ¿hubiera tenido éxito la reforma de Árbenz? Pues no lo sabemos, no hubo tiempo de saberlo. Pero de hecho, la reforma agraria que él elige en cierta forma está inspirada en la única reforma agraria que ha tenido éxito en el mundo, que es la de Taiwán. Esa reforma, creando pequeños propietarios, es lo que él más o menos tenía en mente. No nacionalizó sino exclusivamente las tierras ociosas. Ninguna tierra que estaba trabajada la nacionalizó. Repartió tierras a medio millón de campesinos, los hizo propietarios con la condición de no vender esas tierras. Esto porque había el gran peligro de que los campesinos perdieran las tierras si se abría completamente el mercado, de que el latifundio recuperara las tierras nacionalizadas comprándolas. ¿Hubo excesos? Sin ninguna duda hubo excesos. Hubo algunos sindicatos que exhortaban a los indígenas a tomar tierras de los latifundios. Pero Árbenz trata claramente de frenar los excesos, se pronuncia constantemente. El hecho es que su reforma agraria no era de tipo socialista, era una reforma más bien capitalista.

Siempre sorprende esa mirada condescendiente, paternalista, que suelen tener los países del primer mundo con América Latina, resumida en el mito del «buen salvaje», que está claramente retratada en la actitud de los Estados Unidos hacia Guatemala.

Lo que está claro es que en los Estados Unidos nadie sabía nada de Guatemala. Probablemente ni de su existencia.

Pero quienes toman las decisiones dicen que no quieren una democracia como la americana para Guatemala.

Esos son los de la United Fruit [multinacional estadounidense que producía y comercializaba banano], la empresa para la que trabajaba Edward L. Bernays, el sobrino de Freud. Ellos se asustan mucho por lo ocurrido, por el mal ejemplo que podía cundir. Era una empresa que trabajaba en todo el Caribe, en casi toda Centroamérica y en Colombia. Entre sus reformas, Árbenz les impuso el pago de impuestos, algo que hasta entonces no habían hecho. Si tenían que pagar impuestos ya no solo en Guatemala, sino en todos estos países, se les hubiera complicado mucho la existencia y por eso montan esta operación, guiados por este personaje fabuloso que es el publicista Bernays, y la operación funciona. Encima lo hace de una manera modélica, porque Bernays tiene una idea muy astuta: que no sea la prensa de derecha de los Estados Unidos, sino la progresista —la misma que hoy está dando la batalla valiente contra Trump— la que denuncia la penetración soviética en Guatemala: The New York Times, The Washington Post, Time Magazine. Esto era completamente ridículo, porque no había un solo soviético, uno solo, en Guatemala, donde la Constitución que se había dado, con el apoyo total de Arévalo y Árbenz, prohibía tener relaciones con países socialistas. El atropello fue flagrante y yo creo que con consecuencias muy graves para el resto de América Latina.

Uno de los personajes más humanos es, justamente, Jacobo Árbenz, el expresidente de Guatemala que se prepara para llegar al cargo, que cree en la democracia y que pretende gobernar respaldado por los ideales y los argumentos. ¿Cuánto del Mario Vargas Llosa que postuló en 1990 a la presidencia del Perú hay en ese personaje?

Quizá por eso a mí me ha tocado tanto el caso de Árbenz. Nosotros lo que queríamos hacer era una transformación muy profunda, pero dentro de la legalidad y dentro de la libertad, y básicamente inspirados en ideas democráticas y liberales. Yo creo que, en cierta forma, es lo mismo que trata de hacer Árbenz. Ahora, en condiciones muy difíciles, porque no había una tradición democrática en Guatemala. Él además debe tratar de amansar a ese peligro latente que es un ejército. Un ejército que, por ejemplo, no permite nunca, ni siquiera cuando comienza la invasión, que se formen las fuerzas auxiliares de civiles. La prueba es que el «Che» Guevara trató de incorporarse a alguna fuerza y no había ninguna. Yo creo que es un personaje trágico Árbenz. Renuncia con la idea de salvar algo de su proyecto, pero lo traicionan y luego vive ese período final en el que recorre el mundo, los países socialistas, con una incomodidad creciente, además con hechos trágicos en su familia…

Como los suicidios de sus hijos…

Terribles. Además, él era humillado, ofendido, vejado por la izquierda, sobre todo su estancia en Cuba es terrible. Asiste a discursos de Fidel Castro donde éste dice: «Cuba no es Guatemala». La extrema izquierda le refregaba todo el tiempo en la cara que no hubiera peleado, que no hubiera ido a hacer guerrillas, lo que era una fantasía total. Parece que bebía y cuando sube a la presidencia deja de beber. Pero vuelve a beber una vez que sale al exilio y su muerte no puede ser más trágica. Muere en una bañera, ahogado. No se sabe si suicidado o ahogado por lo borracho que estaba. Así que fue una historia muy trágica.

La candidatura de 1990 por el Fredemo fue en respuesta al desastre económico y social que dejaba en herencia el primer gobierno de Alan García, cuyo suicidio cumplió seis meses esta semana, el mismo día en que se revelaba que Luis Nava, quien fue su Secretario de la Presidencia, confesó que Odebrecht entregó a García 680 mil dólares en sobres camuflados en loncheras. ¿Cómo quedará García ante el juicio de la historia?

Yo creo que va a quedar muy mal. Va a quedar sobre todo como una persona que aprovechó el poder para enriquecerse. Una persona que perdió completamente el sentido de la realidad en un momento dado. Como tenía esa facilidad de palabra, se consideraba —y probablemente lo era— tan por encima de sus propios partidarios… Pensó que podía gozar de impunidad absoluta para todos los excesos que cometía. Que podía engañar a la gente, en fin. Mi impresión es que la historia no le va a perdonar los excesos que cometió y sobre todo los robos. Creo que en el Perú hay una especie de hartazgo con los presidentes ladrones, los pillos que se aprovechan de la política para enriquecerse. Yo creo que hay un hartazgo con eso, ¿sabes? Eso es una realidad que está detrás del apoyo que, por ejemplo, ha tenido Vizcarra al cerrar el Congreso. Ha tenido un apoyo clarísimo de un porcentaje muy amplio de la población que ve a este Congreso como lo que ha sido: una verdadera vergüenza.

Hablamos de la fascinación del poder y de la sensación de soberbia que despierta. ¿Será por ellas que, en lugar de convertirse en un partido democrático, moderno, el fujimorismo de Keiko Fujimori repitió las mismas recetas de su padre? ¿Porque creyó que tendría resultados distintos?

Probablemente también perdió el sentido de la realidad. Creyó que tenía asegurado el poder. La derrota que le infligió Kuczynski es algo que no le perdonó nunca. Ese deseo de venganza en cierta forma trastornó completamente la vida parlamentaria en el Perú, porque el fujimorismo se dedicó, con el apoyo del pequeño grupo de congresistas del Apra, a tratar de impedir que Kuczynski hiciera un gobierno, a sabotearlo, a censurarle a los ministros, hasta crear una situación realmente imposible en el Perú y a llevar al fracaso el gobierno de Kuczynski. Yo pensé que era la persona más preparada, la persona de la que esperábamos —sobre todo quienes lo habíamos conocido bien— un gobierno espléndido. Y sin embargo fue un gobierno desastroso, y ahora salen acusaciones que a uno lo dejan absolutamente desconcertado, tratándose de una persona como Kuczynski.

Es muy curioso que el último gran ciclo político peruano se abriera con un cierre del Parlamento, el del 5 de abril de Fujimori, y concluya también con un cierre del Parlamento, el del 30 de septiembre de Martín Vizcarra…

Ojalá que los peruanos, ahora que voten por renovar este Congreso, no vuelvan a cometer la insensatez que cometieron llenándolo de gente que no tenía credenciales ni morales ni intelectuales. Aunque ha habido buenas competencias, este Congreso debe haber sido el peor de la historia del Perú. No se ha visto un Congreso más deficiente y que haya sido tan absolutamente obstruccionista contra toda reforma, contra toda operación política.

Lo veo optimista cuando hablamos del Perú, ¿usted siente que el país se está desjodiendo?

Yo creo que se está desjodiendo el Perú. Soy bastante optimista por una cosa: la historia del Perú es un poco la historia de América Latina. Tenía una oligarquía muy cerrada, muy ignorante, que lo que querían era militares en el poder porque se sentían seguros, y una extrema izquierda absolutamente sectaria, muy fanática, que no salía del cartabón revolucionario. La democracia estaba representada por sectores muy minoritarios, que no se movilizaban políticamente. Yo creo que eso ha cambiado muchísimo en el Perú. En primer lugar, hay una izquierda que entiende que ya no es posible buscar el paraíso comunista. Ahora, no se ha democratizado demasiado desgraciadamente. Sigue sosteniendo cosas que son absurdas, como por ejemplo que hay que acabar con la minería. Eso es un gran disparate porque el Perú es un país minero. Esa actitud antiminera es fatal para el Perú y ha tenido muchísimo éxito, por desgracia. En el departamento más pobre, Cajamarca, y ahora en Arequipa. Es una izquierda que ha perdido el apetito, el gusto por la revolución armada, que nos ha traído tantas desgracias, aunque todavía no se ha democratizado lo suficiente. Y hay una extrema derecha que está siendo hoy en día muy golpeada por su enorme corrupción. Los jueces están golpeando ahí y están golpeando de una manera muy eficaz. Mi esperanza es que de todo esto resulte un movimiento muy sólido en favor de la democracia, de reformas profundas, pero hechas con la legalidad y con la libertad.