Un pueblo calato, por David Rivera
Un pueblo calato, por David Rivera
David Rivera

Acabo de regresar de Piura de conocer dos experiencias empresariales exitosas. De esas que serían exaltadas para demostrar que el mercado funciona por arte de una varita mágica y una mano invisible.

La verdad es que los más de diez años de crecimiento económico se nos pasaron por la guacha. Las evidencias están en casi en cualquier ámbito. Desde puntos “poco importantes” como que la señal celular sea pésima (peor que en Lima) o que en el aeropuerto las maletas tengan que ser revisadas una por una ante la ausencia de infraestructura elemental, hasta otros más importantes como que a menos de diez minutos del centro de la ciudad haya familias viviendo en chozas, colegios cuyo espacio deportivo es un arenal y perros famélicos como reflejo de una sociedad ensimismada en su subsistencia, en el ‘boom’ del consumo o, si usted prefiere, como muestra de la ausencia de mínimas políticas de sanidad.

Incluso en el ámbito empresarial, donde habría que destacar las iniciativas de diverso tamaño, se encuentran limitaciones impensables en un país donde la economía de libre mercado se convirtió en un tótem al cual había que reverenciar. La ausencia de instituciones que articulen y potencien toda esa energía o brillan por su ausencia o tienen la fragilidad de los perros famélicos.

Hay que repetirlo hasta que lo entendamos. Así alcancemos a Chile en PBI per cápita, lo que se ve en el Perú es inimaginable en los países de la Alianza del Pacífico. No en vano aquí es donde las recetas del Consenso de Washington se aplicaron con tanta estrechez intelectual y tanta falta de autoestima nacional.

Por eso es tan importante que dos profesionales liberales como Carlos Ganoza y Andrea Stiglich nos lo digan con todas sus letras y con datos concretos. “El Perú está calato” es un libro que desde una mirada institucionalista se atreve a afirmar que acá no ha habido ningún milagro, así nos hayamos querido comprar el cuento o nos lo hayan querido vender. Es triste, pero así es.

Por eso resulta también lamentable que quienes pretenden liderar el pensamiento y la opinión en este país sigan teniendo una mirada tan estrecha y dogmática de la realidad. Y en esto discrepamos con una de las afirmaciones del libro. Las falencias que mantiene el país sí están relacionadas con el discurso que se volvió predominante en los últimos 25 años.

Es cierto que no lo explica todo, que la izquierda tiene su cuota de responsabilidad por no haber cubierto el espacio que le correspondía en el debate público, pero también lo es que el nivel de influencia de empresarios, lobbistas y consultores en los medios de comunicación y en el aparato público ha sido avasallador. Ejemplos hay de sobra.

Si una imagen transmite bien uno de los lastres que mantenemos como sociedad, esa es la de un grupo minúsculo del país que, desde la comodidad de sus espacios de poder, ha priorizado el debate ideológico antes que la solución práctica de los problemas. No hay mejor imagen que esta última para ilustrar que seguimos siendo un pueblo. Y encima, estamos calatos.

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