Alejandro Toledo ahora está evitando a la justicia en Estados Unidos. (Ilustración Giovanni Tazza)
Alejandro Toledo ahora está evitando a la justicia en Estados Unidos. (Ilustración Giovanni Tazza)
Fernando Vivas

empezó a soñar con Estados Unidos antes de soñar con ser presidente del Perú. Nancy Deeds y Joel Meister, sus primeros amigos gringos y los principales agentes de su ‘american dream’, me contaron cómo lo conocieron alrededor de 1963 en Chimbote, cuando ellos eran voluntarios del Peace Corps y él apenas tenía 17 años.

Nancy y Joel se conmovieron por sus ganas de aprender y salir de la pobreza y, a los pocos meses de conocerse, los tres decidieron que su destino era estudiar en Estados Unidos y se pusieron a enseñarle inglés y buscarle becas. Ellos lo llamaban Alex y así lo llamaron todos los amigos que hizo luego en EE.UU.

En su autobiografía “Las cartas sobre la mesa” (1995), Toledo cuenta que sus padres recibieron la visita de Joel y Nancy, que buscaban vivir entre la población, como era el estilo del voluntariado de paz. Don Anatolio Toledo decidió arrendar un cuarto a Nancy, mientras Joel, como mandaban las costumbres del lugar y la época, y a pesar de que luego se casaría con Nancy, se fue a vivir a unas pocas cuadras.

El relato de los Meister es algo distinto al escrito por Toledo. Nancy recordaba que fue Alejandro quien convenció a sus padres de apiñar más de lo que estaban a los 10 hermanos, para dar cabida a una extraña. Nancy me contó esto con ojos empañados en lágrimas.

Estábamos en un hotel de Miraflores, el 28 de julio del 2001, y al día siguiente ella y Joel estaban invitados a asistir a lo que Toledo llamó su ‘inauguración’ como presidente, en Machu Picchu. Alex no había sido ingrato, se había acordado de los amigos que le permitieron cumplir su ‘crossover dream’ y ahora los quería de testigos del ‘crossover’ de vuelta.

—‘The Farm’—

Alejandro llegó en diciembre de 1965 a California y tuvo que esperar hasta setiembre de 1966 para empezar sus clases en la USF (University of San Francisco), un enclave de jesuitas que impedían que el alcohol y las chicas ingresaran a los cuartos de los chicos en la residencia estudiantil. Pero eso poco importaba, a pocas cuadras estaban Haight Ashbury, Castro y Market Street, el epicentro del liberalismo californiano. Y a pocos kilómetros estaba Berkeley, la capital del hippismo, donde estudiaban Joel y Nancy.

Un mundo en ebullición saludó al joven Alex, pero también lo obligó a nuevos sacrificios. Había dejado el Perú, pero aún no había dejado la pobreza. Tuvo que hacer de jardinero, cuidar ancianos y batallar en soledad, mientras esperaba el inicio de sus clases. Los Meister lo ayudaban en la medida de sus posibilidades. La calle y el ‘american dream’ estaban duros.

Una vez que entró a la USF, ordenó su vida. Pudo costearse las clases trabajando en la cafetería y gracias a la media beca que obtuvo jugando en el equipo de fútbol universitario. Era un alumno amiguero y empeñoso, como lo prueba el hecho de que presidiera el club de estudiantes hispanos.

Terminado su grado, en 1970 se trasladó apenas 40 km al sur de San Francisco, a la ciudad de Sunnyvale, en el corazón del Silicon Valley, en las inmediaciones de la Universidad de Stanford. Allí, en ‘The Farm’, estudió una maestría en Economía en Recursos Humanos y otra en Economía. Allí conoció a la estudiante de Antropología judío-belga Eliane Karp y se casó con ella en 1975. La boda se celebró en casa de Lois Blair y estuvieron muchos alumnos y profesores de Stanford, como su asesor de tesis y gran amigo Martin Conroy.

Además de los Meister, Blair y Conroy fueron invitados a su ‘inauguración’ en el 2001. Alejandro no es ingrato con quienes le dieron una mano en su segunda patria.

—¡Traducción!—

Un graduado de Stanford tenía trabajo asegurado en la academia y en organismos internacionales y, claro, en su propio país. Trabajó en la OCDE en París en 1975 y, a partir de 1976, alternó consultorías en EE.UU. y en el Perú. En la década del 80 se instaló en Lima con Eliane y su hija Chantal.

Su sueño presidencial se fue incubando entre sus dos patrias. En Stanford estuvo de vuelta en 1993, para obtener su doctorado en Economía en Recursos Humanos. En 1994 estaba recogiendo firmas y armando su partido, y, aunque en un momento fugaz llegó a ser tercero en las encuestas, es probable que los medios afines a Fujimori inflaran su candidatura para minar la de Pérez de Cuéllar.

En el 2001 fue el impacto y triunfo definitivo. Y su electorado quiso creer que, con su ‘cacharro’ de ‘indio terco’ (Alejandro dixit), reivindicaba las más profundas raíces andinas de la patria. Hasta hubo ingenuos que atribuían su pronunciación extravagante y llena de errores a una supuesta formación quechuahablante, cuando ni en su familia ni en la zona de Cabana se habla quechua.

Por el contrario, el idiolecto de Toledo tenía mucho de gringo y lo demostró forzando en el discurso palaciego palabras mal traducidas del inglés como ‘inauguración’ al referirse a la toma de mando o ‘introducir’ como sinónimo de presentar a alguien. Toledo, aún como presidente peruano, tenía a EE.UU. en las venas. Y allí fue más de una vez, como presidente electo y en funciones, y logró, en el 2002, que George Bush fuera el primer presidente estadounidense en ejercicio en visitar el Perú.

Cuando se fue de Lima por última vez, en enero de este año, pensó que su último refugio sería Israel. Pero una gestión de Torre Tagle logró que Israel pidiera a la línea aérea no dejarlo abordar en el aeropuerto de San Francisco, el mismo al que llegó en 1965. Y Alex, no sabemos si con una mueca de fastidio o de alivio, cayó en cuenta de que Estados Unidos sería su último refugio.

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