Marisa Glave va al frente [PERFIL]
Fernando Vivas

Oposición, radicalidad, provocación. Esos son valores para , pero cuesta trabajo que los admita. Primero, ella misma los define para estar segura de los cargos que le hago. ¡Pero no son cargos! Son cumplidos. Más allá de las discrepancias, a sus argumentos les suelo encontrar un brillo seductor.

Antes de hablar de ella, hablamos de Yeni Vilcatoma, quien está en el ojo de la tormenta. Marisa le tiene buena onda, pero me aclara que la especulación sobre su pase al Frente Amplio no tiene asidero. Pobre Yeni. Y hablamos de su ‘Mema’, su querida abuela Elba Testino, que acaba de padecer una cirugía. Por eso, la entrevista tiene lugar en un café, cerca del hospital.

Sin rodeos, ¿qué le espera al Frente Amplio? “Me gustaría que en el FA todos nos sintiéramos sus activistas y a la vez activistas de nuestras propias organizaciones”. O sea, nada de convertir el FA en partido, pero sí que este acoja nuevos partidos, además de Tierra y Libertad. ¿Y Verónika? “Eso sí, los dirigentes del frente debieran ser activistas del frente y no de sus organizaciones”. En el esquema ideal de Marisa, Verónika es la principal de un grupo de líderes asociados al FA antes que a sus propios partidos, si los tuvieran. Después de todo, la teoría de los ‘liderazgos múltiples’ no es exclusiva de Marco Arana. Sobre sus diferencias con Marco y su futuro en TyL, ahí sí, Marisa se pone esquiva.

—Liberal no, ¡libertaria!—
El sambenito de una sola izquierda la tiene harta. “El fantasma de la Izquierda Unida persigue a la izquierda, no se trata de la unidad por la unidad, sino de saber que se tienen principios comunes”. O sea, la identidad vale más que la unidad. ¿Cuál es la tuya, siempre fuiste de izquierda? “Soy de izquierda, eso queda claro. Pero fui llegando a ella. Empecé en una lucha por la democracia, en las marchas contra Fujimori”. Y hasta ahora, no ceja en la grita antifujimorista, aunque admite que ha encontrado algunos buenos interlocutores en la nueva hornada de Fuerza Popular.

La radicalidad de Marisa es precoz. Fue dirigente escolar en el Sagrados Corazones Recoleta y llegó a presidir la Fepuc (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica) mientras estudiaba Sociología. Es hija de la socióloga María Isabel Remy y del historiador Luis Miguel Glave; ambos ligados a la PUCP, al IEP y a otros santuarios del pensamiento ‘caviar’. Menciono el término sin complejos, porque quiero preguntarle algo provocador: ¿Por qué no reivindicar la etiqueta de ‘caviar’ como algunos reivindican la de cholo o la de maricón? “Depende de cómo lo veas. Tengo amigas que me dicen: ‘Hay que ser valiente para decirse maricón’, que es la reivindicación de la valentía de la identidad. Lo de cholo tiene muchas lecturas también. Sobre lo de ‘caviar’, lo que me molesta es que mira a alguien como si no estuviera conectado a la realidad. Si tiene que ver con la defensa de derechos, en buena hora”.

Completemos el DNI ideológico: “Soy de izquierda, feminista, ecologista”. ¿Liberal?, pregunto, pensando en derechos humanos. “Libertaria”, responde, evitando que la asocie con quienes creen que el tamaño del Estado y el peso de la regulación se supeditan al crecimiento económico.

¿Los ppkausas son menos de derecha de lo que pensabas? “Creo que son una organización de derecha y creo que este va a ser un gobierno de derecha. Me alegro que hayan llegado a algunos pactos mínimos en la campaña. Por ejemplo, el presidente dice que ha firmado que no va a privatizar Sedapal, pero es eso lo que quería hacer. En el pedido de delegación de facultades hay una oda a las APP [asociaciones público-privadas] y a las obras por impuestos (OxI). El problema es que tenemos que fortalecer el Estado pensando en la gente, y las APP y las OxI son una fuga del Estado hacia el sector privado. Sigue la teoría del Estado mínimo”.

—A veces, concilio—
Cuando le digo que es radical, Marisa replica: “No siempre soy radical en el sentido de extremista, sino en el sentido de ir a la raíz de los temas”. En la raíz, tal como ella la extrae y la saborea, están el medio ambiente contaminado por el extractivismo, la sociedad dividida en clases irreconciliables, los pueblos indígenas con prerrogativas milenarias. Qué tan real o mistificado sea cada tema es una discusión inacabable, para la que Marisa se ha preparado en el partido, en la ONG, en la Municipalidad de Lima, donde fue dos veces regidora, y ahora tiene que ser especialmente persuasiva en la Comisión de Vivienda que preside.

¿Por qué no usan un lenguaje parecido a aquel con el que la gente procesa su malestar? “Hay un esfuerzo en el FA y en la gente de mi generación por traducir no en términos técnicos difíciles, sino en términos de su bolsillo”. Suena mejor. La dejo terminar. “Hay diferencias sociales marcadas en el país y tenemos que apostar por que las grandes mayorías tengan las mejores condiciones posibles, eso supone discutir su condición como consumidor”.

¿Qué es lo no negociable en el Congreso? “Derechos”. O sea, punto más punto menos de IGV no le importan tanto como los derechos laborales. ¿No apoyarán medidas que flexibilicen esos derechos? “De ninguna manera”. ¿Flexibilidad tributaria a las pequeñas empresas? “Eso sí”. Luego, me dice que en el rango de las medianas empresas, teme que el gobierno meta de contrabando a algunas grandes. Marisa no perdona.

Es implacable con grandes empresarios, fujimoristas y apristas. Si es posible grita ‘esterilizaciones’ o ‘narcoindultos’ para fastidiar a los dos últimos. “Ser conciliadora no es evitar hablar de lo que no quieren oír”, me dice, provocadora, aunque no acepta definirse como tal. Claro que lo es. Sonríe y apunta, para rematar su DNI: “Algunas veces soy conciliadora”. Cuéntame de alguna vez que dijiste: “Caray, qué conciliadora estoy, no parezco yo”, digo, como para que siga sonriendo. “A veces genero consensos. Alguna vez me han convencido, por lo tanto siempre me acerco a intentar convencer”.

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