Cuando uno jala mucho la pita, es esperable que se rompa. Esto, que a la mayoría le parecerá una obviedad, para Yeni Vilcatoma no lo es tanto. Y al final de cuentas, tras un comportamiento errático, se vio obligada a dimitir a un partido –que la había presentado como el gran jale político de la última campaña- que estaba a punto de expulsarla.
El afán de protagonismo, el excesivo afecto por las cámaras y los públicos enfrentamientos con sus ahora ex colegas de bancada de Fuerza Popular le jugaron una mala pasada a la ex procuradora anticorrupción, quien sobreestimó el valor de sus cartas. El fujimorismo, siempre orgulloso de su cohesión y disciplina interna, trató inicialmente de evitar una ruptura –la primera de este Congreso- pero la situación se volvió insostenible y la forzaron a retirarse.
No creo que este hecho constituya una crisis en el fujimorismo. Con 72 legisladores, sigue teniendo una contundente mayoría parlamentaria. Este parece más bien un caso aislado, que no resultaba muy difícil de pronosticar tomando en cuenta a los protagonistas de la historia y la manera en la que se vincularon.
Una preocupación real que sí se origina a partir de este incidente, sin embargo, es que aumente la presión para que el Congreso regule el llamado transfuguismo. Este esfuerzo tiene como finalidad que se sancione a los legisladores que, como Vilcatoma, dejen las fuerzas políticas por las que resultaron elegidos originalmente una vez en el Parlamento. Una idea que en apariencia persigue fines nobles pero que en realidad entraña más peligros que soluciones.
A la fecha ya son varias las iniciativas presentadas desde distintas tiendas políticas (el fujimorismo, el aprismo, el Frente Amplio) que buscan impedir que un congresista decida abandonar un grupo político, convirtiéndolo prácticamente en un paria por tomar esa decisión. Se pretende que no puedan integrar comisiones relevantes, postular a cargos directivos, integrarse con otros grupos o formar nuevos o pertenecer a la Comisión Permanente. Esto es, que se vuelvan fantasmas sin ninguna relevancia.
Sería ideal que tuviésemos partidos políticos cohesionados de los que ningún congresista quisiera renunciar. Lo cierto es que en la mayoría de casos estos no responden a ideario alguno y se forman solamente para competir en las elecciones. Los peruanos votamos más por una persona en específico a través del voto preferencial que por un partido.
En esa línea, en muchas ocasiones los que se alejan de una fuerza política lo hacen por razones legítimas, que tienen más que ver con la falta de decoro de los partidos que de los propios dimitentes. Sancionar la renuncia o cambio de camisetas políticas debería circunscribirse a los casos en los que ello ocurre por corrupción, pero no coactar la libertad de quienes lo hacen por razones de conciencia.
MÁS EN POLÍTICA:
#PPK y Keiko Fujimori lideran la encuesta de poder en el Perúhttps://t.co/n88YjQUtgE pic.twitter.com/GbQDoeibA7
— El Comercio (@elcomercio) 17 de septiembre de 2016