El problema de la lideresa de Fuerza Popular no es que se haya peleado dos años con el Gobierno, sino que tiene imagen de corrupta. (Foto: Jessica Vicente/El Comercio)
El problema de la lideresa de Fuerza Popular no es que se haya peleado dos años con el Gobierno, sino que tiene imagen de corrupta. (Foto: Jessica Vicente/El Comercio)
Maria Alejandra Campos

dice que, en medio de la injusticia, le preguntó a Dios por qué ha sido maltratada; y que la respuesta divina que encontró fue que “el odio y la confrontación” dañaban a todos. Así que ha anunciado, o más bien repetido, porque ya todo el fujimorismo había transmitido la buena nueva, que su partido va a cambiar el discurso del control político por el del diálogo y la agenda común.

Ello en clara reacción al desbarajuste político en el que se encuentra su organización. Entre renuncias, licencias, declaraciones rebeldes, juicios y una aprobación desdichada.

Hubo un tiempo en el que Keiko era una persona popular. No era una popularidad ‘normalita’ nomás, era de lejos la política con mayor aprobación del país. Su pico de respaldo en la opinión pública fue en agosto del 2016, cuando alcanzó el 44% de aprobación. Luego, durante el 2017, mantuvo un promedio de 39%, el triple de su aprobación actual (13%).

Hoy no solo le han volteado el partido políticos como Verónika Mendoza o Julio Guzmán, a quienes aventajaba por 10 puntos hace un año y hoy le llevan la misma cantidad, sino que es desaprobada por el 81% de los peruanos. Solo Alan García (87%) la acompaña al otro lado del 80% de desaprobación.

Aunque saludo la nominal voluntad de de, finalmente, trabajar de la mano con otros partidos políticos y el Ejecutivo en favor del país, creo que es improbable que la estrategia les funcione para recuperar su popularidad entre la opinión pública.

Si algo caracterizó al 2017, fue la confrontación constante entre el Legislativo y el Ejecutivo. Entre censuras ministeriales, invitaciones poco cordiales a comisiones, declaraciones agresivas e investigaciones, Fuerza Popular hizo poco o nada para llevar la fiesta en paz con el ppkausismo. Sin embargo, la popularidad de la lideresa del partido no se vio afectada para nada, y se mantuvo en un sólido treinta y varios por ciento durante todo el año.

Cuando en enero del 2018, luego del primer pedido de vacancia, la encuesta de El Comercio-Ipsos le preguntaba a los peruanos por el tipo de actitud que debía tener el Congreso hacia el Gobierno, solo el 41% respondía que esta debía ser de cooperación, mientras que el 53% declaraba que debía ser de oposición.

Aún en mayo de este año, cuando Pedro Pablo Kuczynski ya había renunciado a la presidencia, el 37% seguía considerando que el Congreso debía tener una actitud de oposición.

Hace dos meses, se le preguntó a los peruanos que desaprobaban el desempeño político de Keiko Fujimori, por qué lo hacían. El 72% respondió que era porque estaba involucrada en actos de corrupción y solo el 15% porque hacía una oposición obstruccionista o no colaboraba con el Gobierno.

Por eso, el problema de Keiko no es que se haya peleado dos años con el Gobierno, sino que tiene imagen de corrupta. Mientras continúe la investigación Lava Jato y más aun si se la encuentra culpable, Keiko Fujimori es kriptonita política. La corrupción es percibida como el principal problema del país y es un estigma casi imposible de sacudir.