(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Vivas

De cómo se llegó a la segunda pechada de del vizcarrismo, ya se dijo suficiente: el Ejecutivo declama seguir montado en la ola anticorrupción y asegura que la reforma política es parte de esta; el Congreso de persistente mayoría fujimorista replica que las prioridades del pueblo son otras; y en medio de esa tensión de intensidad media, ¡zas!, detona un nuevo blindaje al ex fiscal de la Nación Pedro Chávarry.

El gobierno se reposicionó en la ola y pechó de nuevo. Las dos izquierdas, Frente Amplio y Nuevo Perú, coincidieron en anunciar que votarían en bloque contra la confianza. El Apra también lo hizo y así tuvimos, de saque, un colchón para defenestrar al Gabinete Del Solar. Si el fujimorismo se ponía uniformemente duro y el presidente seguía el libreto extremo, se podía disolver el Congreso.

Tal era la percepción popular y tal era también el temor de muchos que conocen el costo de la inestabilidad. Lo que voy a contar demuestra que la mayoría de congresistas, incluso varios de los que votaron por el No, evitó los extremos. Por sentido práctico, por responsabilidad y apego a la estabilidad, por la ‘quincena’ como dijeron los antipolíticos, por lo que fuera; no querían usar las armas letales. El gobierno se encargó de enviar el mensaje de que el cierre del Congreso no estaba en el menú, sino, tan solo, un paquetito de reformas que recién valdrán para el 2021. Eso dio confianza a los duros para votar por el No intuyendo que una mayoría blanda salvaría el sistema.

—La maldita carta—
El 30 de mayo, fue al Congreso a entregar a su presidente, Daniel Salaverry, un oficio pidiendo fijar fecha y hora para sustentar la ante el pleno, y listando los proyectos de ley que consideraba indispensables. El documento, que pudo reducirse a esas precisiones, abundaba, innecesariamente, en argumentos críticos contra el Congreso. Ello, acompañado por algunas declaraciones altisonantes de un lado y otro, hizo planear de nuevo al fantasma del cierre congresal.

Fuentes palaciegas, tanto del ala de la presidencia como del ala de la PCM, me aseguran que Vizcarra y Del Solar enviaron los mensajes de tranquilidad que ya mencioné. ¿Quiénes fueron sus emisarios? La bancada oficialista de los ppkausas hizo lo suyo y se vio, por ejemplo, a Mercedes Araoz acercándose a variopintos colegas para promover las bondades de la confianza. Ana María Choquehuanca hacía lo mismo y llevaba un conteo de votos.

Pero hubo otros emisarios que hablaron directamente con las cabezas. César Villanueva, el ex primer ministro que pasó por lo mismo en setiembre pasado, habló con Vizcarra, y Juan Sheput con Del Solar. Lo que no sabían el presidente y el primer ministro –y esto abonó para la confianza– es que ambos, Villanueva y Sheput, se habían reunido previamente, en una confluencia espontánea de preocupados, con los apristas Javier Velásquez y Jorge del Castillo, con Vitocho García Belaunde y con los fujimoristas Luz Salgado, Luis Galarreta y Juan Carlos del Águila. No he podido precisar cuántas reuniones fueron, pero me han contado que una de ellas se hizo en casa de uno del grupo, y en la última fase se sumaron Mauricio Mulder y Miki Torres. Ese grupo, a través de Sheput y Villanueva, dio un ‘feedback’ a Palacio y, a su vez, recibieron respuesta. Por ejemplo, cuando Del Solar empezó su cuestión oral citando un artículo del reglamento del Congreso, era un guiño ante una sugerencia que partió del grupo variopinto.

Puede sorprender que estuvieran en ese grupo Galarreta o García Belaunde, que votaron por el No; pero es claro que les llegó el mensaje del gobierno y quizá por ello no los vimos promoviendo su No ni alentando el peor escenario para el gobierno, el del desaire: ‘No te digo ni sí ni no’, sino que declaro tu cuestión improcedente y pido al Tribunal Constitucional que meta sus narices. Rosa Bartra, una de las radicales del No, promovió un debate constitucional en ese sentido, pero, finalmente, aceptó el procedimiento que pauteó Daniel Salaverry (hay que decirlo, fue un firme aliado del Ejecutivo).

Salaverry fue desairado en su iniciativa para votar, intempestivamente, la recomposición de comisiones, pero tuvo la buena decisión de llamar a un cuarto intermedio apenas terminó la presentación de Del Solar. Eso permitió a los fujimoristas, que eran los que iban a definir la confianza, medir sus temperamentos internos antes de romper fuegos en el debate. Hubo, me cuentan fuentes naranjas, intentos de plantear un voto uniforme por el Sí, promovidos por Alejandra Aramayo y Miki Torres, entre otros, pero se impuso el libre albedrío.

Todas mis fuentes, incluidas las naranjas, se confiesan sorprendidas por el resultado tan holgado a favor del Sí (77 versus 44). Que Luz Salgado, Carlos Tubino y Karina Beteta, por ejemplo, marcaran Sí puede ser un efecto de los mensajes palaciegos y del cambio de tono de Del Solar. Pero nadie estaba seguro del resultado y por eso los ministros Vicente Zeballos y Gloria Montenegro fueron a votar como congresistas que son. En Palacio me contaron que Del Solar pensó que ese era un gesto para reafirmar la voluntad de no querer llevar las cosas al extremo, pero, vamos, dos votos pesaban bastante si se creía que el resultado sería estrecho.

Zeballos y Montenegro dejaron el Consejo de Ministros, donde veían el debate con el rabillo del ojo, y fueron al Congreso. Me cuentan que Zeballos llamó a Gino Costa, su correligionario de la Bancada Liberal, y los ministros entraron con él. Los liberales, por cierto, han sido oficiosos promotores de la confianza.

Quedaron atrás mociones despistadas con precisiones legales e invocaciones al TC (Gilbert Violeta retiró la suya) que, además, citaban términos ajenos a la sustentación oral, que es lo único que valía.

Cuando Salaverry dio pase a la votación, hizo una precisión, sugerida por el grupo multipartidario, para enmarcar la confianza aprobada. Nadie quería sentirse derrotado, nadie quería sentirse triunfante. Y así se cerró una crisis en la que a ambos bandos les pesaron las manos una vez que se prendió la alerta roja de la cuestión de confianza y tuvieron que cargar las armas letales. No quisieron dispararlas.