Cancelado su blindaje con una condena firme en segunda instancia, el Congreso levantó la inmunidad del histriónico general. Ahora, le corresponde la cárcel. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Cancelado su blindaje con una condena firme en segunda instancia, el Congreso levantó la inmunidad del histriónico general. Ahora, le corresponde la cárcel. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Fernando Vivas

Todo en la retórica del ayacuchano (1952) tiene doble sentido. En realidad, uno solo, sexista e inequívoco sentido: si pronuncian ‘atrás’, ‘abajo’ o ‘bien adentro’, su interlocutor ya sabe a qué atenerse. Cuando cobró fama como comandante general del Ejército entre diciembre del 2006 y diciembre del 2008, se prodigó en programas de TV y ceremonias oficiales como la encarnación y fusión de pasiones atávicas: el machismo, la homofobia y el chauvinismo.

La cima de esta (mala) fama –según quien la celebrara con risotadas– fue el video de una reunión privada difundido en You Tube en noviembre del 2008, poco antes de su cese. Se lo oye decir: “He dado una consigna acá. Chileno que entra, ya no sale. O sale en cajón. Y si no hay suficientes cajones, saldrán en bolsas plásticas”.

A sus subalternos les daba la mano con truco, rascándoles la palma en un gesto que uno ya no sabe si es de homofobia o de homofilia reprimida; a los periodistas les decía que los había visto en la puerta de una discoteca de ambiente; a las mujeres, como a la ministra de Salud Patricia García, ya siendo congresista en la Comisión de Defensa del Consumidor, les soltaba impertinencias como esta: “¿Señora, ¿no? Bueno, señorita, muy bien. Sí, porque las vírgenes han pasado muchas navidades, pero ninguna noche buena”. Pero todo delataba que Donayre no hacía estas cosas por deporte. Se había convertido en militar bufo y luego en congresista otorongo, para huir de un lío gordo. ¿Cuál era?

—¡Cuántos galones!—
No eran los galones del uniforme de general EP, sino 44.000 galones de gasolina de 84 octanos y 129.800 de petróleo D2 los que impelieron la carrera loca de Donayre Gotzch. En setiembre del 2006, el inspector general del Ejército, Francisco Vargas Vaca, encontró que algunas áreas de su institución hacían pedidos injustificados de combustible. Se pedía hasta tres veces más de lo necesario y el excedente se vendía –¡corrupción pura!– a grifos particulares. La cabeza del Ejército, en ese entonces el general César Reynoso (hoy detenido), intentó frustrar el trabajo de Vargas Vaca y lo desterró a una dependencia provincial. Pero su informe se filtró a la prensa. Llamé a Allan Wagner, entonces ministro de Defensa de Alan García, recién instalado en julio del 2006, y me contó que un periodista lo puso al tanto de lo avanzado por Vargas Vaca, que era contundente. Le pidió a Reynoso que le hiciera un informe en 24 horas y, como era previsible, no incluyó nada que lo comprometiera. Le pidió su renuncia y tomó la decisión de pasar al retiro a todos los generales de división, salvo al más joven, para que quedara al mando del Ejército. ¿Quién era el más joven? Pues Donayre, ¡vaya golpe de dominó y de suerte!

Entraron a tallar la contraloría y la fiscalía, y la prensa difundió indicios que comprometían también a Donayre en el ‘gasolinazo’. Este, empoderado, payaseaba en todas partes, pero era cordial y dócil con el ministro. Logró tener cierta amistad con Alan García, cosa que también me ha confirmado Wagner. Lo que al ex ministro no le consta, pero fue citado por dos medios de la época, es que en la Navidad del 2007 regaló un trajecito de comando a Federico Danton. Las denuncias, cada vez más insistentes, las repelía con humor y con inquina. En diciembre del 2007, Wagner fue reemplazado por Ántero Flores-Aráoz, quien convivió con las destemplanzas de Donayre hasta diciembre del 2008.

El video antichileno, en un gobierno que evitaba enervar la relación con Chile en medio del juicio en La Haya, lo alejó definitivamente de García y de Palacio. Y lo acercó, por otras vías, a la política parlamentaria. Allí estaba su cuartel de invierno, su fortaleza de inmunidad.

—No fue Barba, fue Acuña—
Recuperando su identidad ayacuchana, con dominio del quechua y homenaje a los caballos de los morochucos, se lanzó literalmente al abismo de la política. Tomó un parapente y corrió por una cuesta, pero encontradizos vientos lo arrastraron por el suelo sin alzar vuelo. Iba en la lista de Cambio Radical, un vientre de alquiler que José Barba Caballero entregó a la candidatura bufa de Jaime Bayly. Retirado Jaime, la lista no saltó la valla, a pesar de que Donayre tuvo el mayor porcentaje de votos en su región.

Mientras el juicio caminaba a paso de tortuga durante el gobierno de su ex colega de armas Ollanta Humala, fundó el movimiento regional Desarrollo Integral Ayacucho. Donayre era habitual invitado en la TV de entretenimiento. Latina lo tuvo en más de una oportunidad como comentarista del desfile militar del 29 de julio. Esa figuración, con bombo, platillo y tanques, le dio viada para buscar, en el 2014, un trampolín más auspicioso que el de Barba. Y lo encontró en César Acuña y su Alianza para el Progreso (APP). Fue candidato a gobernador en una alianza de APP con su movimiento, pero perdió en segunda vuelta.

Para el 2016, pidió a Acuña el número 5 en la elección para el Congreso en Lima, porque –me cuenta un apepista– los ayacuchanos le habían pagado mal y el 5 era su cábala. Tenía un rollo con los dedos de la mano y se aparecía con cinco caballos cuando entraba a Ayacucho. Acuña tiene más de un caballo simbólico regalado por el general. Cuando pregunto por qué desoyeron las advertencias de la prensa, me dicen que mientras la ventanilla única del JNE les dijera que no había condena, respetaban la presunción de su inocencia.
Y esta vez, Donayre saltó la valla con nueve correligionarios como efecto –¡otro golpe de dominó y de suerte!– de que Acuña fue excluido y victimizado.

El juicio prosiguió y se alimentó de la nueva viada anticorrupción. La primera condena casi lo deja sin blindaje el último diciembre; la segunda condena, ya cubierto el garantismo que exigían sus defensores, fue letal. Ni APP lo defendió.

Antes de cerrar el perfil de un hombre que posó de bufón y de congresista para escapar a la justicia, logré localizar al general en retiro Vargas Vaca. Ha padecido 12 años de tensiones, entre ellas, una injusta baja. Me dice: “Espero que esto sirva de ejemplo para que otros oficiales no hagan mal uso de los recursos que el Estado da con gran sacrificio”. Y remata, con una mezcla de pena y orgullo: “Fue un gran caso de corrupción que se detectó y destapó desde el propio Ejército”.