(Foto: Sepres).
(Foto: Sepres).
Diana Seminario

Dicen los expertos en relaciones humanas que cuando alguien miente es muy difícil recomponer la confianza, y empiezas a cuestionar a la persona que te engañó, pues si es capaz de hacerlo una vez, debe haberlo hecho siempre.

Salvando las distancias, eso es lo que ocurrió con el ex fiscal de la Nación . En medio del escándalo de los audios del CNM, su nombre salió en una conversación sobre la reunión que tuvo con periodistas. La primera reacción del fiscal fue negarlo, aunque después reconoció tal encuentro y ofreció disculpas.

Meses después, nos encontramos con un caso similar de negación primero, pero que los hechos posteriores hacen que la tantas veces negada realidad termine revelándose. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido con el presidente de la República, , quien en una conferencia de prensa del 9 de enero negó que su empresa C y M Vizcarra S.A.C. fuera proveedora de Odebrecht en la carretera Interoceánica Sur. “Esa información es falsa”.

Sin embargo, tres días después, una investigación del programa “Panorama” evidenció la mentira del presidente. Efectivamente, C y M Vizcarra brindó servicios al consorcio Conirsa, integrado por Odebrecht, Graña y Montero, ICCGSA y JJC Contratistas Generales, entre el 2006 y el 2008.

Ampayado, Vizcarra recurrió al “fue mi cliente pero no sé quiénes eran”. Es decir, se apuró en afirmar que no sabía quiénes integraban el consorcio. Respuesta que resulta inverosímil.

El jefe del Estado no es tan rígido consigo mismo como sí lo es con el resto. Por ejemplo, en octubre del año pasado le pedía a Pedro Chávarry que deje la Fiscalía de la Nación porque “necesitamos un Ministerio Público que esté liderado por un fiscal que esté libre de cualquier cuestionamiento y no está pasando eso con el fiscal Chávarry”, decía entonces en el entendido de que la mentira del fiscal lo hacía un funcionario “cuestionado”.

Pero hay más. El abanderado de la lucha contra la corrupción recién se desvinculó de su empresa en junio del año pasado; es decir, tres meses después de haber asumido la Presidencia de la República, pese a que aseguró que lo había hecho apenas juró como presidente.

Lo cierto es que en junio se le revoca de los cargos de gerente de operaciones y vicepresidente del directorio. ¿Otro olvido? La verdad es que, siendo ministro de Transportes y embajador en Canadá, seguía activo en su empresa.

El jefe del Estado ya usó todas las armas que tenía desde que asumió el mando: la mayoría parlamentaria ya no es tal, así que ya no tiene a quién pechar en el Congreso; la lideresa de la oposición está presa; el referéndum que promovió lo ganó sin mayor trámite y el fiscal de la Nación –que era una piedra en el zapato– terminó renunciando. Ya no tiene a quién echarle la culpa de sus males.

Veremos cómo se desenvuelven los acontecimientos. Por lo pronto, la encuesta de ayer publicada en este Diario registra que la aprobación al presidente –que sigue siendo alta– bajó de 66% (diciembre) a 63%.
Dice el refrán popular: “No escupas al cielo porque te puede caer en la cara”.