RODRIGO CRUZ ARANA @rcruza Redacción online

Raida Cóndor tiene en su casa una ventana grande con vista a la calle, la cual utiliza para asegurarse de que sus hijos regresen sanos y salvos. Tiene miedo a que suceda lo mismo que con su hijo mayor Armando Amaro, quien en el año 1992, un día lunes, salió de su casa rumbo a su universidad Enrique Guzmán y Valle La Cantuta para ya no volver.

A sus 69 años, Raida recuerda claramente esa última taza de café que le preparó su hijo antes de irse. Ese día Armando se despidió dos veces. La última fue para abrazarla y decirle que regresaba el miércoles. Hoy ella cuenta que tuvo un mal presentimiento después de ese abrazo. “Fue esa intuición de madre que te hace pensar que algo le puede pasar a tu hijo”.

Pero Armando ya había partido, y no tuvo noticias de él hasta el domingo de esa semana, cuando le contaron que un grupo de militares entró, por la madrugada, a La Cantuta para llevarse a su hijo, a 8 de sus compañeros y a un profesor. Ese fatídico día comenzó su inagotable búsqueda.

Luego de pasar casi un año sin encontrar respuestas, Raida fue un 3 de abril de 1993 al Congreso de la República. Le habían contado que el congresista Henry Pease iba dar un importante anuncio sobre la desaparición de los estudiantes. Ella pensó que por fin iba tener un indicio del paradero de su hijo. El resultado fue adverso. Pease denunció que los 9 universitarios y al catedrático, secuestrados el sábado 18 de julio de 1992, habían sido aniquilados por un destacamento de las Fuerzas Armadas.

“Creo que me desperté en otra vida después de lo que dijo Pease”, dice Raida Cóndor, quien luego de ese día, se enfrentaría a su principal monstruo, ella llama así a los que, tiempo después, los peruanos conoceríamos como el Grupo Colina.

Pero eso no fue todo, el 8 de julio de 1993, hoy se cumplen los 20 años de esa fecha, recién ella sentiría la ausencia total de su hijo. Ese día, las pesquisas del fiscal Víctor Cubas, quien llevaba el caso de La Cantuta, determinaron que en la quebrada de Chavilca, Cineguilla, estaban cinco cuerpos de los diez secuestrados. En la fosa, la fiscalía encontraría, a parte de los huesos calcinados, las llaves de Armando Amaro, pero no sus restos.

“Le pedí al doctor Villanueva que probara una de las llaves en la puerta de mi casa, lo cual hicieron. Cuando vi que esa llave abría la puerta, sentí que perdí a mi hijo para siempre”.

Después de ese momento, la vida de Raida se centró en encontrar los restos de su hijo Armando. “De mi hijo lo único que encontraron fue un manojo de llaves, mi anhelo es encontrar sus restos y sepultarlo. Ojalá Dios me permita enterrar a mi hijo. De repente me puedo morir, ¿y cómo me iré? ¿Me iré sin enterrar los restos de mi hijo? Aún tengo la esperanza de encontrarlos”.

Hoy las esperanzas de Raida siguen intactas, pero su físico ya no es el de antes. Ha perdido peso producto de unas complicaciones en el páncreas que hace poco le han detectado. Ella, pese a todo, aún ve en sus sueños a su hijo Armando.

Recuerda que la última vez que lo vio en su mente fue el último Día de la Madre, cuando la llevaron de emergencia al hospital. Él le sonrió, ella le devolvió la sonrisa al verlo, “porque adentro tengo la conciencia tranquila de haber hecho todo lo que una madre por su hijo haría”.