MILAGROS LEIVA GÁLVEZ
Estuve leyendo el reporte que hizo “The Economist” acerca de su investigación sobre el despegue rural en el Perú y los halagos a su estudio. Entre otras cosas usted señala que hemos mejorado. En 1940 el Perú era 65% rural y 35% urbano, ahora más del 80% de los peruanos vive en las ciudades. ¿Qué hace falta para que ese 20% alcance el desarrollo? Todavía es como 25% rural. El problema es que ellos siguen viviendo en situaciones extremadamente difíciles para el desarrollo. Es un patrón de residencia que estaba bien para una economía de subsistencia, que es como la población peruana ha vivido durante dos mil años o más. Cuando llegó la posibilidad de tener otro nivel de desarrollo, gracias a la tecnología y comercio internacional, ese patrón de vida no estaba bien adaptado porque es disperso. La gente vive en pequeños núcleos de población en una punta del cerro, en una quebrada. Viven desparramados.
¿Para superar la pobreza hace falta aglutinar a esas familias, a esos centros poblados? Sí, y está dándose. Es justamente lo que está pasando, pero todavía falta mucho para completar el proceso. Según las estadísticas, la población rural ya no es como antes que crecía lentamente, menos que las ciudades, pero siempre crecía, hoy está bajando.
Ha dicho que 3 de cada 4 peruanos no trabajan en el campo… Pero ese uno es 25%, todavía es un montón de gente que sigue saliendo del campo. ¿A dónde se está yendo? Ese es uno de los aspectos que más me interesa de este trabajo. Ya no se están yendo a las ciudades sino a los pueblitos. Los pueblitos están creciendo más rápidamente que Lima, Chiclayo, Trujillo o Arequipa. Hace 30 años el campesino vivía en su chacra en el cerro, abajo había un pueblito y allí no había colegio secundario, médico, electricidad, teléfono y mayormente no había caminos o eran pésimos. Hoy día tienen todo. Y tener posibilidad de movimiento y estar en contacto ayuda a la productividad de varias formas. Lo más obvio quizás es que puedes sacar tus productos. Antes la producción agrícola se consumía donde se producía. Hoy ya se pueden sacar los productos porque hay más caminos.
En los últimos diez años se han construido 50 mil kilómetros de caminos rurales que era lo mismo que se había registrado en los 50 años previos. ¿Pero acaso son suficientes? No, claro que no, todavía es muy reciente. Estamos hablando de 15 años, donde todo ha empezado a levantarse, pero estamos partiendo de un nivel atrasadísimo y dificilísimo. El Perú tiene una de las geografías más difíciles del mundo. Un economista muy prestigioso francés vino al Perú por los años 50, Louis Baudin, y escribió un libro famoso que se llama “El imperio socialista de los incas”. Él no podía entender cómo se podía vivir en un país con una geografía tan difícil. La primera vez que subí manejando a Huaraz todo era tierra; Huancavelica, tierra y caminos terribles con curvas y caídas… Eso era lo normal. Un chofer taxista me dijo que antes había sido camionero y que iba a Pucallpa. Estamos hablando de los años 60. Me contó que el viaje de Lima a Pucallpa en camión duraba cinco o seis días. Así de primitivos éramos.
¿A cuántas poblaciones rurales ha llegado su estudio? A 50 distritos en cinco provincias de extrema pobreza. Escogimos Chumbivilcas en Cusco, Acobamba en Huancavelica, Cotabambas en Apurímac, Pachitea en Huánuco y Celendín en Cajamarca. De todos, Celendín es el de menos extrema pobreza. El estudio duró más de tres años.
¿Después de estos viajes qué puede concluir? ¿En qué momento del Perú estamos? En un buen momento. Estamos avanzando rápidamente, y por primera vez en la historia del Perú estamos avanzando de una forma integrada como país. Casi no se podía hablar de país antes, hoy sí. La gente se está moviendo, ahora tienen teléfonos y caminos. La conexión viene también con educación y ahora hay menos analfabetismo. El castellano se está volviendo la lengua peruana y estamos conectados. Además, con el DNI, ya casi no hay gente indocumentada. Estamos hablando de hechos. Se está produciendo un salto que nunca antes ha habido en el Perú. Nunca antes la población rural ha tenido la experiencia de una mejora tan grande, hoy están las condiciones para seguir avanzando.
¿Cómo está encaminado el Perú con el gobierno de Humala? En la última semana hubo un terremoto político con la posible compra de Repsol y el supuesto desvío a la gran transformación. Hasta ahora felicito al gobierno en el manejo de la economía, pero también veo una serie de deficiencias. Una de las que más me preocupa es el terrible problema de la informalidad, que es un problema que no hemos legislado con sentido práctico sino utópico. Se ponen estándares que solo algunos pueden cumplir y los que no, quedan afuera como ilegales, evasores, que es bien injusto en la mayoría de los casos. Es gente tan pobre que no puede tener un contador para manejar una bodega y pagar impuestos.
¿Cómo hacemos entonces? Si queremos que la cosa vaya reduciendo, se tienen que imaginar esquemas de política más razonables, más universales y prácticos. Eso es entrar en la verdadera reforma del Estado. Se entra al problema con la imagen de la pensión, del salario mínimo, de las protecciones; simplemente hay que recortar esa imagen para bajarla a un nivel realista para el país. La gente que habla y piensa y requinta y exige y legisla, todos tienen esta imagen de algo como debería ser; no se atreven a aceptar otras realidades. La formalización no puede hacerse con esos estándares que tenemos en Lima.
¿Y qué piensa usted de los programas asistencialistas creados por Humala? Pensión 65 me parece bien, así como está formulado, como una cosa bien dirigida a una extrema necesidad. Lo que yo quisiera ver es algo más de energía en cuanto a todo lo que está bajo la categoría de no regalar pescado sino enseñar a pescar. Hay que ayudar a la gente a producir más.
Humala empezó su gobierno hablando de inclusión. ¿Cómo entiende usted esta palabra? Como el tener las mismas oportunidades para ser productivo y me remito a lo que hablábamos al principio: tener caminos, escuelas secundarias, electricidad, telecomunicaciones. Son instrumentos que te empoderan, porque uno ve que la gente cuando le ponen los instrumentos los agarra con las dos manos. Eso es lo que se está viendo. Hay una explosión de emprendedurismo rural. Se está viendo a nivel rural lo que antes se dio a nivel urbano. Todo lo que nos fascinamos con Gamarra, ahora pasa en el campo, pero no se creía, no se trasladaba esa posibilidad a lo rural. Hay una idea más pesimista.
Muy paternalista, por cierto. ¿Esa visión está cambiando? Recién. Hay mucha gente a la que todavía no le entra la idea, están incómodos con la idea y tienden a rechazarla; pero los estudiosos del tema rural ya están discutiendo las mejoras. Obviamente se enfatiza la desigualdad y los problemas ecológicos, y puede haber verdad en todo eso, pero creo que no llegan a un reconocimiento suficiente de la dinámica que se está dando.
¿Y usted qué enfatiza? En mi libro tengo una cita de Manuel Vicente Villarán, quien en el año 1908, o sea hace 105 años, refirió, en su tesis, que en ese entonces el pesimismo era bastante más fuerte todavía y se vinculaba más a concepciones racistas: nunca van a poder, nunca van a aprender. Él refutó totalmente e hizo una afirmación extraordinariamente visionaria. Villarán dijo: Esa gente ni produce ni consume, se dice, pero el día en que se le ponga caminos, ferrocarriles, ya verán cómo se levanta. Tanto que un día van a levantarse más que nosotros en las ciudades, en términos económicos. Bueno, yo lo que quisiera es que la gente se diera cuenta de que él acertó totalmente.
Hace poco escuché a un político decir que solo quien entienda el emprendedurismo podrá ganar la próximas elecciones y ser, además, un buen gobernante. ¿Usted también cree eso? El emprendedurismo es parte del cuadro. El primer día de mi primer viaje que fue a Chumbivilcas, estaba cruzando un altiplano cusqueño, donde ya no hay árboles, pobre, no había casi nada, poquísimas casas, y pasamos una feria. Treinta personas al lado de la pista de tierra. Paramos para conversar y caminamos entre la gente. Estas señoras sentadas con su falda abierta con cebollas y otras cosas desparramadas alrededor vendían tres libros. Uno de ellos era “El éxito es una decisión” de David Fischman, el gurú del emprendedurismo. Los otros dos libros: “La vaca” y “La vaca para jóvenes”, de Camilo Cruz, algo que no entendía. Unos días después estaba en Javier Prado, en un semáforo esperando y vi a un chico vendiendo los mismos libros de “La vaca”, los compré. Pura psicología del emprendedurismo. Te alienta, te enseña a crecer, a vencer tus inhibiciones. Hablamos de gente que está afuera, marginada y que hay que incluir, pero en uno de los lugares más remotos del Perú están leyendo los mismos libros que en San Isidro y son libros que tienen que ver con el emprendedurismo popular. En Paucará, Huancavelica, encontré una feria que decía: “Bienvenidos a Gamarrita”. En Chumbivilcas, un restaurante se llamaba Chifa Gastón y estoy seguro de que antes no se llamaba así.
¿Esperó encontrar todo eso? No, para nada. Yo me fui con la foto que tenía en la cabeza de mis primeros viajes a la sierra. Tierra, atraso, pobreza y desesperanza. Pueblos sin luz. Eso esperé encontrar y viví todo lo contrario, pueblitos que han explosionado, un hervidero de movimiento. Nunca me imaginaba tanta conexión, tanto movimiento. Es otro Perú adentro. De ese grado de conexión tenemos que darnos cuenta.
¿Este es nuestro mejor tiempo? Sí, de todo el Perú que he vivido, no creo que hayamos tenido un mejor momento que este. Estoy convencido. Y no solo la economía, la democracia se ha desarrollado mucho durante mi vida, tenemos un Estado más completo, un Estado que debería tener una nación y no solo una ciudad, a pesar de los problemas y grandes debilidades. Sería un gran pecado no aprovechar este crecimiento.
¿Qué le diría a los 9 millones de peruanos que son pobres? Hay 9 millones de peruanos que son económicamente pobres, pero no creo que sean pobres en otros sentidos. Los alentaría a mantener la esperanza de que van a salir de su pobreza monetaria. Es posible y ahora más que nunca.