Si Tía María fracasa, significaría que renunciamos a nuestra palanca más potente y nos resignamos a vivir en los arrabales del mundo. (Foto: GEC)
Si Tía María fracasa, significaría que renunciamos a nuestra palanca más potente y nos resignamos a vivir en los arrabales del mundo. (Foto: GEC)
Jaime de Althaus

Aunque de manera titubeante y sin gran convicción, el gobierno avanzó en dos frentes importantes para recobrar tasas de crecimiento más elevadas que permitan volver a reducir la pobreza y generar empleo. Otorgó la licencia de construcción a Tía María e incorporó algunas ideas de reforma laboral –aunque ninguna que reduzca costos no salariales– en el proyecto de Plan Nacional de Competitividad, que aún debe ser aprobado.

Si Tía María se consolida, será un punto de inflexión, la puerta que abrirá el camino a mucha mayor inversión minera, porque demostrará el compromiso del Estado con la inversión y su capacidad de hacerla viable. Los minerales son los recursos más importantes que tiene el Perú. Significaría que hemos decidido por fin aprovecharlos. Si Tía María fracasa, significaría que renunciamos a nuestra palanca más potente y nos resignamos a vivir en los arrabales del mundo.

Por eso, esta batalla no se puede perder. Los enemigos internos del progreso nacional ya declararon la guerra y, si algo tienen a falta de argumentos, es capacidad de movilizar e infundir temores en una población que tampoco tiene por qué creerle a la empresa. Escuchamos al presidente de la República y al primer ministro invocando al diálogo, pero ni una frase explicando que el Estado garantiza que el proyecto es inocuo ambientalmente y que supervisará que lo sea, que usará agua del mar y llevará el mineral por tren y que, además, va a generar 9.000 puestos de trabajo durante la construcción y 4.800 empleos permanentes, fuera de 5.460 millones de soles por canon y regalías para Arequipa e ingresos fiscales para el país. Ni una palabra haciendo ver el interés de todos, incluyendo los agricultores, en el proyecto. El gobierno, si bien otorgó la licencia y hay que aplaudirlo por eso, da sin embargo la impresión de actuar como si al Estado no le interesara el desarrollo del recurso y fuera un asunto simplemente de la empresa.

El gobierno no tuvo y no tiene un negociador político capaz de llegar a acuerdos con el gobernador, los alcaldes y otros actores. Esta es una batalla política e ideológica que necesita un comando que maneje una estrategia. ¿Lo hay? La invocación al diálogo está muy bien, pero se requiere mucho más porque ya hemos visto que los opositores rechazan el diálogo, que desnudaría su inopia argumental.

Hay una analogía perfecta entre la oposición a las reformas laborales y la oposición a Tía María. En ambos casos, se rechaza el diálogo. La CGTP se retiró del Consejo Nacional de Trabajo para no discutir las propuestas de reforma contenidas en el capítulo 5 de la Política Nacional de Competitividad, pese a que eran tan débiles que no servirían para reducir la enorme desigualdad de derechos laborales existente. Lo mismo ocurre en Islay. Son enemigos internos porque no son actores democráticos dialogantes capaces de llegar a acuerdos. El diálogo es para ellos una amenaza.

Si no hay esperanza de diálogo, no queda sino avanzar de manera sostenida en ambos frentes manejando de la manera más inteligente posible, sin caer en las provocaciones de la violencia, la embestida de los enemigos internos. Pero no se puede cejar, por el bien del país.