Foto: Poder Judicial
Foto: Poder Judicial
Cecilia Valenzuela

Antes de la Nochebuena, cuando se anunció la decisión presidencial de otorgar el indulto humanitario a , los dirigentes de izquierda se adueñaron del discurso y exaltaron la protesta en las calles. Las circunstancias ponen a prueba a la clase política nacional supuestamente comprometida con la gobernabilidad y el desarrollo y a la que, por cierto, no se le ha escuchado salvo para jalar agua para su molino.

Nuestro país está viviendo días difíciles. Dos políticos evidentemente pragmáticos y octogenarios, ambos en el borde de sus límites, se han aliado: uno para sobrevivir en la presidencia y el otro para sobrevivir a una condena que acabaría con su vida. ¿Qué puede resultar de este matrimonio? Si pudiéramos ajustarnos a sus últimos mensajes, podríamos esperar la gobernabilidad tan ansiada hace año y medio; pero la cosa no es tan sencilla, pasa por la voluntad de las demás fuerzas políticas y por la disposición de la mayoría de los ciudadanos para creerles o concederles, por lo menos, el beneficio de la duda.

Una de las apreciaciones más severas contra la decisión del presidente es que el indulto humanitario se haya concedido tres días después de que la facción fujimorista liderada por Kenji Fujimori impidiera su vacancia. Se trata de un canje y eso es inaceptable, se ha dicho. Sin embargo, eso no es exactamente cierto: el 3 de noviembre en Buenos Aires, Argentina, el presidente Kuczynski dijo: “Alberto Fujimori está en la cárcel y está enfermo, vamos a ver qué hacemos, eso será noticia en algún momento”. Todo buen entendedor comprendió que el indulto humanitario del que se había venido hablando hacía por lo menos seis meses estaba por concretarse. Quizá el trance de la vacancia impulsada por el Frente Amplio apuró la decisión, pero estaba claro que el indulto humanitario se iba a dar de todas maneras y muy posiblemente en estas fiestas.

Ahora la izquierda que apoyó la elección de PPK en la segunda vuelta del 2016, y que apenas este asumió el poder le dio la espalda, le reclama airada “la traición”, olvidando que fue ella misma quien perdió la oportunidad de darle sostenibilidad a un gobierno débil, sin mayoría en el Congreso y enemistado con la furia naranja.

Después de que los seguidores de Marco Arana se aliaran con los de Keiko Fujimori para intentar vacarlo y los seguidores de Verónika Mendoza abandonaran el pleno del Parlamento tras haberlo insultado, a Kuczynski debe haberle quedado claro que con ese sector sería imposible gobernar.

Superada la vacancia, PPK quedó en una encrucijada: o seguía en lo mismo de los últimos 18 meses y terminaba renunciando, o buscaba el respaldo de los seguidores de Kenji. Los dirigentes de los otros partidos políticos deberían ser honestos y reconocer que no le dejaron otra alternativa.

Peruanos por el Kambio ha perdido tres congresistas a causa del indulto, pero a juzgar por lo expresado primero por Kenji y luego por Alberto Fujimori, la facción de Fuerza Popular que ambos lideran le daría sus votos en el Congreso, haciendo posible que por fin haya gobierno. Que así sea.

MÁS EN POLÍTICA...