Suave que salpica, por Cecilia Valenzuela
Suave que salpica, por Cecilia Valenzuela

Se sirvieron de la política para hacer dinero y del dinero para hacer política. Así debería rezar el epitafio de la lápida que entierre la alianza mercantilista entre el Partido de los Trabajadores (PT) y las más grandes constructoras de Brasil.

El miércoles anterior, en esta columna, nos referíamos a la magnitud de esa corrupción y alertábamos sobre el momento en que salpique.
Pues bien, el momento ha llegado: el viernes, la Policía Federal brasileña capturó a las dos cabezas más poderosas en el entuerto de Petrobras, la riquísima petrolera brasileña que el PT y sus aliados estuvieron usando como caja y botín: Marcelo Odebrecht, el presidente de la empresa que lleva su apellido y Otávio Marques de Azevedo, gerente general de Andrade y Gutiérrez, están hoy en la cárcel.

Así el gobierno de Brasil, el PT y los afiliados al Foro de Sao Paulo, creado e inspirado por Fidel Castro, están paralizados.

La prensa brasileña sostiene que, con la detención de Odebrecht, el cerco de Lula se estrecha; Lula es su caro amigo y su amistad no solo se fortaleció durante los dos períodos en los que estuvo en el poder, sino que al finalizar estos, Lula se convirtió en un embajador de Odebrecht: sistemáticamente, viajó en su representación y le facilitó enormes negocios.

Pero no solo a Odebrecht, la Policía Federal tiene pruebas de que , ya ex presidente, viajó financiado por Camargo y Correa a varias capitales, entre ellas a Lima. En junio del 2013, Lula trajo a las cabezas de las grandes constructoras a reunirse con .

Por todo eso, no es extraño que el portal epoca.globo.com le atribuya al padre del empresario detenido, Emilio Odebrecht, una frase tremenda: “Si construyen una celda para mi hijo, que construyan dos más, una para Lula y otra para Dilma”. Entre tanto, el rumor de que el propio Marcelo habría advertido que si habla, se caen varios presidentes latinoamericanos, suena cada vez más fuerte.

Todo un cataclismo, en este momento, la popularidad de Dilma Rousseff está al nivel de la de Collor de Melo días antes de ser destituido por el parlamento de su país en 1992, y hasta los más escépticos periodistas brasileños hablan de la verdadera posibilidad de un cambio. “Es sintomático. Son tiempos nuevos: Brasil está tratando de controlar la corrupción totalmente diseminada. La prisión icónica de Marcelo Odebrecht, sobre la base de una amplia investigación que tomó un año, es la indicación de que las evidencias de su actuación en las desviaciones de Petrobras son sólidas y determinantes” dice Merval Pereira, el periodista mejor informado de Brasil.

Mientras, Ricardo Noblat, el reputado analista de O’Globo añade: “Desde que Marcelo Odebrecht fue hecho prisionero, el Gobierno y el propio PT están aterrorizados. Él puede negociar para lavarse de los cargos, contar, por lo menos parte de lo que sabe, para evitar tener una pena mayor en el futuro”.

Lo que fortalece la esperanza es que el fiscal que ordenó las emblemáticas capturas, Carlos Fernando Dos Santos Lima, no actuó solo, lo hizo respaldado por el juez Sergio Moro, y ambos por gran parte de la ciudadanía.

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