El viernes pasado, Martín Vizcarra asumió la presidencia. Ese mismo día, el Congreso aprobó la renuncia presentada por Kuczynski.
El viernes pasado, Martín Vizcarra asumió la presidencia. Ese mismo día, el Congreso aprobó la renuncia presentada por Kuczynski.
José Carlos Requena

Hace poco más de un año la opinión pública no terminaba de salir de la sorpresa: el presidente Pedro Pablo Kuczynski se había salvado de un intento de vacancia. La noche del 21 de diciembre del 2017, el país fue testigo de cómo la facción disidente de Fuerza Popular, liderada por Kenji Fujimori, terminaba de asegurar la permanencia de Kuczynski.

Las semanas posteriores mostrarían la gratitud del régimen hacia sus voluntariosos aliados. Pero si en diciembre del 2017 fueron artífices de su sobrevivencia, en marzo del 2018 se convirtieron, más bien, en involuntarios verdugos, junto a negligentes funcionarios de Estado y hasta con el concurso de un experimentado abogado, que olvidó su larga carrera política.

Hace exactamente un año, el presidente Kuczynski hizo lo que su rival de junio del 2016 se negaba a hacer: usar su poder político para liberar a Alberto Fujimori. La Nochebuena del 2017, tras recurrentes rumores, Kuczynski otorgó el indulto presidencial a Fujimori, en un procedimiento rápido, extraño y opaco.

Aunque el indulto fue revertido el 3 de octubre, por lo que debía regresar a prisión, Alberto Fujimori permanece internado en una clínica. Este hecho, que en otros momentos hubiera significado protestas o presiones, hoy provoca apatía, lo que gráfica la irrelevancia política que parece haber adquirido el patriarca de los Fujimori.

En cambio, su primogénita, Keiko, despierta pasiones. Sus críticos encontrarán cualquier justificación para sustentar la prisión preventiva que purga desde el 31 de octubre. Sus (cada vez menos) simpatizantes, en cambio, llegarán a decir que lo que vive Keiko es una persecución política.

“Persecución política” fue también lo que denunció el devaluado líder del Apra, Alan García, cuando solicitó asilo político ante el presidente Tabaré Vázquez. Pedido que, como se sabe, fue denegado. Un golpe colosal, sin duda.

Frente a una acéfala y taciturna oposición se ubica Martín Vizcarra, un presidente que no deja de ser una incógnita. Tras un inicio en el que parecía haber optado por la convivencia, Vizcarra tomó un rumbo de confrontación y firmeza que, al menos en términos de opinión pública, le ha sido útil.

Pero nada es eterno y Vizcarra, desde octubre con una popularidad en torno al 60%, podría estar tocando su techo. Los meses venideros exigirán más que gestos. Será entonces cuando el mandatario podría echar de menos el contar con el respaldo de un gabinete con peso político o una bancada propia, en vez de un archipiélago y ajeno de voluntades.

Desde diciembre del 2017, el país ha tenido dos presidentes, más de 45 profesionales a cargo de los ministerios (incluyendo tres en el MEF), y hasta tres procesos electorales. Los comicios subnacionales significaron la elección de cerca de 13 mil autoridades. Los líderes de la oposición, en apuros judiciales, tienen al frente a un presidente inusualmente popular. Hoy el estilo del presidente del Congreso contrasta con el de su predecesor.

Un año que bien podría haber sido un lustro.