(Foto: Grupo El Comercio)
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Cualquiera puede ganar. Es lo único seguro de estas elecciones de lo imprevisible. Si las segundas vueltas son por su naturaleza polarizadas, estas son únicamente polarizadas. Pero difícilmente y podrán hacer lo que proponen y ser lo que se les atribuye.

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Si gana Keiko Fujimori, no habrá un gobierno autoritario como el de su padre. No es carismática como Alberto Fujimori, no representa el cambio, la ruptura, en medio del desplome partidario y una crisis económica con un Estado elefantiásico. Es la representante del orden y la continuidad. Su programa es más de lo mismo, con pocos aditamentos. No tendrá problemas en ocupar las riendas del Ejecutivo y podrá construir una mayoría en el Congreso con Renovación Popular, Avanza País, Alianza para el Progreso y podrá ampliarla con AP y Podemos Perú, evitando cualquier posibilidad de vacancia. Tendrá a su favor a las Fuerzas Armadas, el empresariado y la mayoría de los medios de comunicación.

La estabilidad de corto plazo la puede lograr. El problema es que seguirá siendo un gobierno de minoría, con tantas y variadas coaliciones –no solo políticas, sino económicas, sociales y religiosas– que, consumado el triunfo, los intereses y los pagos por cobrar emergerán de todas maneras. Keiko Fujimori puede controlar a Fuerza Popular, pero no al resto. Algo se ha visto en la campaña, sobre todo, con López Aliaga, que tiene agenda propia. No tendrá una oposición parlamentaria mayoritaria. Sí la tendrá significativamente política y socialmente, fuera de las instituciones. Esa otra mitad del país, que no votó por ella, se concentra en las regiones, en los estratos más pobres y golpeados por la crisis. Sin reforma, habrá rebrote, pero social. El otro problema es la inquebrantable inclinación por la captura de las instituciones, sobre todo el Tribunal Constitucional, Poder Judicial y Ministerio Público. En estos casos, ya hay antecedentes inocultables.

Si gana Pedro Castillo, no habrá comunismo ni Venezuela. No porque no quiera, sino porque, a diferencia de los países a los que se lo asocia, carece de apoyo mayoritario en el Parlamento y sí una oposición consistente. No tiene apoyo de las otras fuentes de poder como las FF.AA., empresariado, medios de comunicación. Apenas podrá encargarse del Ejecutivo, pues tener una red de maestros no es suficiente. Sus propuestas más insistentes tienen que pasar casi todas por el Parlamento, donde no prosperarán. Pero, además, si quiere durar por lo menos el quinquenio, tendrá que resolver su relación tensa con Perú Libre, cuyo escenario de ruptura, no sería lejano.

Entre su falta de ideas, carencia de liderazgo importante y sin fuentes de apoyo, no sería solo un gobierno minoritario, sino débil. “Cerrar el Congreso” como algunos consideran como salida para Castillo no lo habilita a ninguna asamblea constituyente ni referéndum, solo a convocar elecciones parlamentarias. Es decir, si quiere hacer un gobierno más centrista, romperá con Perú Libre y si quiere uno más radical, la oposición parlamentaria le pasará la cuenta.

El 7 de junio, el día siguiente, empieza otro momento de la historia, pero persistirán y estarán latentes, todas las razones que nos llevaron a este escenario entre la grita y el miedo.

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