Cuando se termine de dibujar el rostro del nuevo Parlamento, que no nos extrañe que la desilusión de la disolución se abra paso.(Foto: GEC)
Cuando se termine de dibujar el rostro del nuevo Parlamento, que no nos extrañe que la desilusión de la disolución se abra paso.(Foto: GEC)
José Carlos Requena

En cinco semanas, el electorado volverá a las urnas para decidir la composición del breve 2020-2021. ¿Qué veremos la noche del cuarto domingo del 2020?

El grupo político que lidera las encuestas, (Ipsos: 11%), se mueve en una campaña silente, que impide estar al corriente de sus desconocidos rostros. No extrañaría saber que detrás de la apatía calculada habita la opción de vivir de las glorias pasadas y de un pasado reciente sin mancha.

, que ostentó una numerosa bancada (54) aun luego de haber dilapidado el capital político que acumuló en el 2016, se debate entre un jubileo que parece no incluir a Kenji Fujimori y la oportunidad de moverse al centro que le brinda Solidaridad Nacional. Su performance seguro estará en un punto medio entre el abultado (y artificial) número de curules que obtuvo en el 2016 (73) y la cifra que sus detractores quisieran confirmar (0).

El , que se creyó el principal beneficiado del desenlace del 30 de setiembre, no termina de despegar en las preferencias populares. Algunos nombres que presenta en su lista podrían darle un aire que aún no se ha visto, pero carece ya de la novedad (y el edulcorado carisma) que significó su líder –Julio Guzmán– en el 2016.

El ubicuo Alianza para el Progreso no termina de encontrar identidad. Desde las elecciones subnacionales del 2018 ha trascendido los límites geográficos del norte. Tendrá que lidiar con el pasivo de haber llevado en sus filas a congresistas de inmunidad levantada (Edwin Donayre y Benicio Ríos) y con el eventual beneficio de haber colaborado en el Gabinete (César Villanueva en la PCM y Gloria Montenegro en el MIMP) con un Ejecutivo que aún es popular (56%).

El viejo Partido Aprista, otro de los protagonistas de la política emotiva que ha primado en el último trienio, llega disminuido a la elección. Sin embargo, es probable que una campaña en la que pesan las lealtades sólidas pueda terminar beneficiándolo, sobre todo en las regiones.

La izquierda no podrá reeditar el sólido desempeño del 2016, cuando volvió al Parlamento sin estar subida en algún vehículo ajeno. El hecho de ir dividida seguramente merme su electorado, pero también sincerará las cosas en una tendencia que parece adversa a la existencia de matices. Entre las agrupaciones izquierdistas participantes, el Frente Amplio parece mejor ubicado, quizá cosechando el hecho de tener un símbolo de mayor recordación.

Aún quedan cinco semanas de campaña intensa, que moverán las cosas hasta el último momento. La gran revelación de esta contienda podría ser el límite al gran entusiasmo que despertó el desenlace del 30 de setiembre, cuando Vizcarra puso punto final a la colisión permanente entre el Ejecutivo y el Congreso. Cuando se termine de dibujar el rostro del nuevo Parlamento, que no nos extrañe que la desilusión de la disolución se abra paso.