Demócratas por conveniencia, la columna de Fernando Tuesta
Demócratas por conveniencia, la columna de Fernando Tuesta

Se cumple un cuarto de siglo del golpe de Estado encabezado por , medida que abrió el camino al régimen autoritario que terminó, ocho años después, con la fuga de Fujimori y el desmoronamiento del aparato corrupto que se había creado alrededor del poder. Pero algunos consideran que esa medida fue necesaria e irrepetible y que, gracias a ella, se estableció un norte para el país, así como un piso seguro y estable de desarrollo económico y político del que hasta hoy gozamos.

La imperiosa necesidad del golpe, sostienen los defensores del 5 de abril, se sustentaba en el hecho de que el Perú atravesaba momentos críticos y resolverlos era imposible en democracia. Básicamente porque el Congreso estaba compuesto mayoritariamente por la oposición, siendo la bancada oficialista, Cambio 90, la tercera en número y carecía de experiencia política. Este argumento, el de un Congreso obstruccionista, contiene una verdad a medias, pues los ataques y encono desde la presidencia fueron frecuentes y crecientes. Luego de la conformación de su primer Gabinete, Alberto Fujimori no hizo ningún esfuerzo por construir coaliciones políticas para sobrellevar una situación de debilidad. Su alianza ya la había trazado con Vladimiro Montesinos y las Fuerzas Armadas. Por lo demás, ¿quién decide cuándo un golpe se convierte en necesario? Y si el Perú transita nuevamente por una situación crítica, ¿sería inevitable y justificable otro golpe de Estado?

El argumento de que el Congreso era obstruccionista fue claramente un pretexto, pues no solo se disolvió el Parlamento, sino también se intervino el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Tribunal de Garantías Constitucionales, los gobiernos regionales y, progresivamente, todas las instituciones. La concentración del poder llevó a acuerdos perversos para mantenerse en él, perforando las instituciones de corrupción y creando la necesidad de mantenerse en él a través de la reelección presidencial.

El otro argumento, con dos elementos indisolubles, es el relativo al apoyo ciudadano al golpe, a través de las encuestas y el resultado final del gobierno: acabar con el terrorismo y estabilizar la economía. Esto último sería tan superior en el balance que lo positivo se impone largamente. El razonamiento es peligroso, pues en situaciones extremas, si se logran resultados, destruir el sistema democrático pasa a ser una salida necesaria e ineludible. Bajo ese argumento podemos justificar a Adolf Hitler, quien también mejoró la situación de Alemania a partir de 1933;  Francisco Franco, en España, desde 1939; Augusto Pinochet, en Chile luego del golpe de 1973; y aquí, el general Odría a partir de 1948. Todos fueron populares, como casi todos los dictadores en la historia. Es fácil gobernar en dictadura, no en democracia. En esta hay límites y el costo de no vivir en ella es muy alto. Uno de ellos, dividir el país.

El golpe no es justificable en ningún caso. Y es aquí donde se traza la línea que separa una posición democrática de otra que no la es. Quienes no entienden esto son demócratas por conveniencia y no por convicción.

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