El lunes pasado, publicamos en nuestro suplemento Día_1 un informe acerca del estado de precariedad en el que se encuentra la región de Cajamarca en comparación con el resto de país. En efecto, varios indicadores económicos mostrarían que la región estaría camino a convertirse en la más pobre del Perú, superando a Apurímac.

Perú-Cámaras, por ejemplo, menciona que el crecimiento cajamarquino habría sido solo del orden del 2,1% en el 2012, el más desalentador de entre todas las regiones (la economía en su conjunto creció 6,3% en dicho año). El presidente de la Cámara de Comercio y Producción local, Jorge Vergara, por otro lado, mencionó que entre noviembre del 2011 y julio del 2013 “los ingresos diarios de los taxistas han caído entre 40% y 60%, el consumo en hoteles y restaurantes ha disminuido en 50%, y las ventas de los comercios han registrado reducciones de hasta 80%”.

Lo cierto es que este sombrío escenario, en realidad, no debería sorprender mucho. Y no debería hacerlo básicamente por dos simples razones: las paralizaciones mineras que han supuesto una contracción de la inversión (se estima que las inversiones diferidas en Cajamarca en este rubro superan los US$8.000 millones) y la violencia derivada de las anteriores que, en parte, ha terminado ahuyentando el turismo y la inversión.

Sobre el primer punto, la información que brinda el Instituto Peruano de Economía (IPE) al respecto no podría ser más contundente. El IPE estima un período de auge minero que se inicia con la entrada en producción de Yanacocha en 1993, seguido inmediatamente por uno de declive que arranca en el 2005 cuando se iniciaron las grandes paralizaciones mineras y en el que, hasta el 2011, se habría acumulado una reducción del volumen de producción minera de 42% (el aparente auge posterior a esta última fecha se habría debido al aumento de los precios internacionales de los minerales). En la casi década y media anterior al 2005 (durante la que se produjo el mencionado auge) el producto bruto por habitante cajamarquino aumentó 65%, mientras que el del Perú lo hizo solo 1%. En cambio, entre el 2005 y el 2011 el producto por habitante en Cajamarca solo aumentó 5%, mientras que el nacional lo hizo en 41%. Asimismo, si se sigue los censos nacionales de 1993 y del 2007 (no hubo otros censos en el intermedio), se observará que el empleo en la región aumentó 109%, mientras que en el Perú lo hizo en 62%. Por el contrario, si se toman en cuenta las encuestas nacionales de hogares, entre el 2005 y el 2011, el empleo solo aumentó 2% cuando en el Perú aumentaba en 17%.

Sobre el segundo punto –la violencia derivada de las manifestaciones– queda claro por qué es que desincentiva el crecimiento de la región: ¿cómo se espera que crezca la región si las personas y los comercios pueden ser fácilmente víctimas de, por ejemplo, una movilización que toma por la fuerza toda la ciudad, como sucedió en Cajamarca hace ya más de un año? ¿O si cada cierto tiempo estallan el tipo de “protestas” en las que se agrede a periodistas, se secuestra a fiscales, se lesiona a transeúntes, se destruye propiedad privada y pública, se bloquean carreteras, se impide operar a los negocios bajo amenazas y se restringe violentamente la libertad de tránsito?

Y es que este tipo de protestas ya dejaron de ser coyunturales y han pasado a formar parte del día a día de la región. Por no ir muy lejos, la semana pasada hubo otra protesta en la que los antimineros se declararon en “resistencia permanente” para evitar que se insista con el proyecto Conga. La marcha la lideró el ex emerretista Wilfredo Saavedra para contrarrestar la que había organizado la Cámara de Comercio de Cajamarca a favor del desarrollo que traería consigo el proyecto minero.

Vale la pena recordar, por lo demás, que todo esto no comenzó, como nos pintan los oportunistas detrás de estas protestas, porque se iba a cometer un crimen ambiental contra el agua de Cajamarca. Lo que se decía sobre las lagunas de Conga, recordemos, fue puesto en evidencia como una gran mentira por un peritaje internacional hecho por técnicos independientes.

Y, sin embargo, esta mentira y todo lo que se ha hecho sobre ella viene costándole a Cajamarca la batalla contra la pobreza. Aunque, eso sí, hay que reconocer que al mismo tiempo viene regalándole a dos líderes de la región, Marco Arana y Gregorio Santos, un nivel de protagonismo político nacional para el 2016 que de otra forma no hubieran podido soñar.