Le vamos a dar tres pistas para ver si adivina de qué estamos hablando: 1) Solo el 9% de la ciudadanía aprueba su actuación. 2) El 88% de los ciudadanos considera que no lo representa. 3) El 64% de los peruanos ni siquiera recuerda por cuál de sus miembros votó en la última elección.
¿Ya sabe a qué nos referimos? Seguramente que sí: al Congreso de la República.
Las tristes cifras mencionadas son las que reveló la encuesta nacional urbana de El Comercio-Ipsos que publicamos el domingo. Por supuesto, no es que esperásemos que las mismas sorprendieran a alguien. Cada nuevo gobierno, después de todo, nos brinda la oportunidad de decir que el actual es el peor Parlamento que ha sufrido nuestra nación.
Esto no solo es un motivo de vergüenza, sino también de preocupación. A fin de cuentas, un Congreso deslegitimado vuelve más seductores los discursos autoritarios frente a los cuales, lamentablemente, nuestro país no es impermeable.
La encuesta, en todo caso, muestra que la ciudadanía considera que cunde el caos. Y, por eso, hay que pensar en las reformas que podrían traer un poco de orden en el Palacio Legislativo.
Una de ellas podría ser implementar un sistema de distritos electorales más pequeños y en los que se elija solo a un representante. Esto haría que hubiese menos candidatos por circunscripción y que, al competir por un solo escaño, ellos mismos sean los principales interesados en investigar y denunciar cualquier conducta cuestionable de sus opositores. Todo ello, a su vez, facilitaría que los electores estén mejor informados al momento de elegir y que luego puedan pedir cuentas a sus representantes.
Otra reforma importante sería restablecer la bicameralidad en el Congreso, creando un Senado que solo se dedique a revisar las propuestas de ley aprobadas por la Cámara de Diputados. Someter los proyectos de legislación a una nueva discusión en una cámara distinta dificultaría que los grupos de interés usen al Parlamento para servir sus objetivos a costa de los de la nación. Y, de paso, le daría más oxígeno y transparencia a discusiones públicas que hoy por hoy se realizan sin la pausa debida. Ahora, es cierto que la enorme mayoría de los peruanos se opone a esta reforma, principalmente porque, con el nivel de parlamentarios que tenemos, a pocos se les antoja multiplicar su número o aumentar su presupuesto. No obstante, hay una respuesta sencilla frente a esta objeción: que se mantenga el número actual de congresistas y que se reparta en dos cámaras.
Paralelamente, sería muy útil implementar el voto facultativo. La democracia más sólida, qué duda cabe, no es aquella en la que un número mayor de personas vota, sino en la que las instituciones toman decisiones que satisfacen mejor a los ciudadanos. Y es esperable que con un sistema de voto voluntario quienes se acerquen a las urnas sean los ciudadanos más interesados en la vida política y, por ende, los más informados sobre los candidatos. Fomentar el voto desinformado, en cambio, equivale a admitir que las decisiones acerca de quién nos gobierna es mejor tomarlas a ciegas.
Por otro lado, también ayudaría cambiar el momento en el que se escoge a los congresistas. Su elección debería coincidir con la segunda vuelta, junto con la elección final del presidente. Esto llevaría a que los votos se concentren en las dos principales fuerzas políticas, reduciendo así la fragmentación del Congreso y volviéndolo más gobernable.
Finalmente, no estaría de más considerar la posibilidad de que cada dos años se renueve un tercio del Parlamento. Por un lado, esto permitiría que los ciudadanos castiguen con su voto a los malos congresistas con una mayor frecuencia. Por otro, esto dificultaría que cada cinco años nos enfrentemos a la incertidumbre de si cambiarán radicalmente todas las reglas de juego.
El caos que hoy se percibe en el Congreso debe ser contenido mediante reformas serias y democráticas. Finalmente, cada punto de popularidad ciudadana que este pierde puede verse como un punto menos en la estabilidad del desarrollo que tanto esfuerzo ha costado empezar a generar en nuestro país.