El pasado 21 de agosto, la Coalición Nacional Siria informó a la comunidad internacional que las fuerzas militares del presidente Bashar al Assad habían atacado a civiles con armas químicas, específicamente gas sarín. Como resultado de dicha ofensiva –la más letal de su tipo desde los ochenta– murieron 1.300 sirios. Ante esta noticia, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció que desarrollaría una ofensiva militar para destruir los arsenales militares en donde, según inteligencia estadounidense, se encuentran las armas químicas del régimen. El principal propósito de dicha operación sería evitar que Al Asad continúe utilizando dichas armas en contra de los civiles.

Hay varias razones que hacen pensar que Obama cometería un error si ataca Siria en este momento y de manera unilateral. Para empezar, aún existe controversia sobre la premisa en la que el presidente justifica la necesidad de efectuar un ataque militar: que el régimen de Al Asad efectivamente utilizó armas químicas. El Gobierno Sirio niega este hecho y responsabiliza a los grupos de rebeldes que luchan contra él. En tanto, el secretario general de la ONU ha solicitado paciencia, dado que su organización aún no ha llegado a una conclusión acerca del origen del ataque y, más aún, sobre el tipo de arma utilizada. Y la Unión Europea, pese a estar de acuerdo con que se tienen que tomar medidas para con Siria, ha sido clara al afirmar que hay que esperar que la ONU dilucide la verdad de los hechos antes de tomar acciones militares. ¿Cómo podría justificarse un ataque de esta naturaleza sin evidencia concluyente de que el régimen de Al Asad cometió los actos que se le imputan?

Además, incluso de verificarse el hecho discutido, la efectividad de un ataque solo para destruir las armas químicas podría ser muy cuestionable. Al tratarse de un ataque previamente anunciado, lo más probable es que el Gobierno Sirio ya haya movilizado sus tropas para proteger o esconder su arsenal. No nos debería sorprender, por tanto, que lo que se planeó originalmente como una operación limitada termine, para que pueda ser efectiva, convirtiéndose en una de gran escala.

Una intervención estadounidense resultaría ilegal bajo el derecho internacional. La Carta de las Naciones Unidas indica que los ataques o intervenciones militares son legales únicamente cuando se utilizan en defensa propia o cuando han sido autorizados por el Consejo de Seguridad de la ONU. No obstante, Estados Unidos no estaría actuando en legítima defensa (ya que no ha sido atacado previamente por fuerzas militares sirias) y el Consejo de Seguridad no ha aprobado la medida.

Asimismo, un ataque norteamericano agregaría un peligroso componente de tensión a la región. Primero, podría desencadenar la intervención de Irán (país enemigo de Estados Unidos e Israel y uno de los principales aliados de Al Asad), el cual, aunque sea clandestinamente, es probable que termine apoyando a Siria. Una intervención, además, podría motivar que los grupos terroristas Hamas y Hezbolá recrudezcan sus ataques contra objetivos israelíes o norteamericanos. Adicionalmente, nos encontramos con Rusia, principal opositor de las intervenciones internacionales estadounidenses y que ha declarado que ayudaría a Siria con el envío de un escudo antimisiles. La suma de estos factores podría llevar a que un eventual ataque escale a un conflicto de muchas mayores dimensiones que las pensadas y que termine cobrando más vidas que las que se intentan salvar.

Todo esto más aún cuando nada asegura que en el escenario en el que se derroca a Al Asad se beneficiaría a la población de su país. En ese supuesto, quienes tomarían el poder serían yihadistas militantes del grupo Jabhat al Nusra, el cual posee vínculos con Al Qaeda, y otras facciones radicales que ya han cometido crímenes contra minorías de la región.

Tal como están las cosas, una ofensiva unilateral norteamericana no parece ser la solución que el conflicto en Siria requiere. Ella, aparentemente, supondría un enorme riesgo de radicalización de los actores de la región y pocas posibilidades de, realmente, hacer una diferencia para los ciudadanos sirios.