Cuando José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, criticó la cancelación del canal de televisión RCTV, el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, lo calificó como “insulso” y “pendejo”. Luego de la muerte del mandatario venezolano, sin embargo, Insulza parecería haberle otorgado a este un ‘perdón democrático’; manifestó hace pocos días que “Chávez era un caudillo pero no un dictador: no pudo haber sido un dictador en el sentido de que siempre fue elegido democráticamente”.
Estas palabras, al margen de la postura política que representan, sirven para dar una idea de lo poco claro que es para algunas personas poder definir a cabalidad si en Venezuela se ejercía (ejerce) un gobierno democrático. Para muchos, bastaría con el hecho de que en dicho país Chávez ganó la presidencia a través del voto popular para justificar la existencia de un régimen democrático. Y es que en parte es cierto: las elecciones son una característica de la democracia; el tema es que distan mucho de ser la única o más importante. Menos aun cuando estas ni siquiera pueden ser del todo libres. En Venezuela los principales medios opositores fueron cerrados o restringidos, y, en las últimas elecciones, el acceso del candidato opositor a los medios era ínfimo. Por ejemplo, Ramón Guillermo Aveledo, director ejecutivo de la coalición opositora, denunciaba que, mientras que el oficialismo tenía derecho a diez minutos de publicidad gratuita en cada emisora de radio y televisión, la oposición solo tenía derecho a tres minutos pagados. Así, ¿alguien podría afirmar que hubo igualdad de condiciones en la competencia electoral? Por otro lado, el propio derecho a la libre asociación, esencial para que haya elecciones libres, está, en alguna medida, coartado, pues las fuerzas armadas junto a las milicias armadas y los círculos bolivarianos, controlan a la sociedad e infunden miedo. Sin plena libertad de expresión y fuentes alternativas de información accesibles, entonces, es difícil hablar de elecciones libres.
Pero aun si, en teoría, las elecciones venezolanas hubieran sido (sean) plenamente libres, la democracia liberal o representativa no es solo un método para elegir al gobierno. Es, sobre todo, un sistema para limitar el poder de dicho gobierno y para tomar decisiones. Es un sistema de poder limitado y dividido. Nadie puede decidirlo ni hacerlo todo y las instituciones se controlan mutuamente. En Venezuela, Chávez controlaba todos los poderes del Estado y no respetaba muchos derechos básicos. Por ejemplo, en el 2004 logró copar el Tribunal Supremo de Justicia aumentando de 20 a 32 sus integrantes y nombrando a sus partidarios en los nuevos cargos. Inclusive su presidenta, Luisa Estella Morales, afirmó públicamente que “la división de poderes debilita al Estado”. Y, en esos términos, fortaleza es lo que no le falta al Estado: 98 de los 165 escaños de la Asamblea Nacional son ocupados por el oficialismo. Además, como menciona “The Economist”, cerró 34 estaciones de radio, acosaba a las ONG y tenía el poder de interrumpir cualquier transmisión televisiva para hablarle directamente a la nación en mensajes que nadie sabía cuándo podían terminar.
A pesar de lo anterior, existen diversos intelectuales y politólogos, vigentes en los medios y en la política, que sostienen que una democracia liberal que ostente los preceptos antes mencionados no es la única forma de democracia existente. La primera sería, mencionan, una concepción de democracia definida por los “procedimientos”. Pero hay otra, de mayor valor ontológico, definida más bien por sus “contenidos”: el tener legitimidad popular, atender las necesidades de la gente o desarrollar políticas inclusivas y redistributivas. Por eso, señalan, el apoyo y satisfacción con la democracia en las encuestas resultan mayores en países como Venezuela y Ecuador que en el Perú, por ejemplo. Y si hubiesen comparado a la Venezuela actual con el Perú de Fujimori, a lo mejor nuestro país habría salido ganando. El Latinobarómetro atestigua que en la época de Fujimori los indicadores de apoyo y satisfacción con la democracia y las instituciones eran mayores que durante Toledo y García. Pero, ¿era Fujimori más democrático?
No se debe confundir populismo o clientelismo con democracia, así sea el populismo socialista de Chávez o el neopopulismo tecnocrático de Fujimori. Es, en el fondo, esta vieja concepción marxista de la “democracia formal” versus la “democracia real”. La Unión Soviética y Cuba, por ejemplo, se definían como democracias reales o populares. Un dictador, si es popular, es democrático. Una evidente contradicción en los términos.
Así las cosas, seguir pretendiendo defender un Estado democrático en el venezolano solo porque se realizan elecciones es mirar la realidad con ojos miopes. Quienes lo hacen entrarían dentro de la categoría de lo que Eduardo Dargent ha llamado “demócratas precarios”: aquellos que pedían democracia cuando gobernaba Fujimori, pero que aplaudirían a Chávez si fuera peruano.