En todas las casas hay una pared con marcas de lápiz que señalan cuánto han ido creciendo nuestros hijos año a año. Estas marcas, sin embargo, son engañosas. La verdad, la única forma de saber si los niños están creciendo al ritmo adecuado es comparándolos con chicos de su edad. Algo similar sucede con las naciones. Luego de medir cuánto crecen, nos preguntamos si lo hacen de manera adecuada. También aquí, solo comparándolas con otros países, podemos responder esta pregunta.

Hoy pocos discuten que el Perú esté creciendo a tasas comparativamente mayores que el resto del mundo, tanto así que el Fondo Monetario Internacional espera que la tasa de crecimiento acumulado durante el 2012 sea de 5,5%, la más alta de Sudamérica y Norteamérica (incluso a pesar de la fortísima crisis mundial). Lo que muchos pasan por alto, sin embargo, es que este crecimiento ha sido más inclusivo que en muchos otros lugares del mundo.

La semana pasada, nuestro columnista Juan José Garrido explicó cómo estos increíbles logros económicos no tienen precedente en el mundo en lo que respecta a la mejora de la calidad de vida de los más necesitados. Él señalaba que la magnitud en la que el crecimiento económico influye positivamente en la reducción de la pobreza ha aumentado de forma considerable (en los dos últimos años ha crecido 2,4 veces lo observado en promedio en el quinquenio 2002-2006). Esto, además, significa que por lo menos hemos llegado a duplicar la magnitud con la que el crecimiento redujo la pobreza en tres países considerados “milagros económicos”, Chile, Indonesia y Malasia, en sus años de mayor éxito en esta lucha.

En lo referente a la igualdad, por otra parte, no es cierto que hayamos crecido a costa de volvernos más desiguales. Según el INEI, la desigualdad de ingresos (medida con el coeficiente Gini, en que 0 supone igualdad absoluta y 1 total desigualdad) se ha reducido de 0,54 en el 2002 a 0,46 en la actualidad, posicionándonos como el segundo país menos desigual en la región, solo después de Uruguay.

En lo que concierne a empleo, las cosas comparativamente también van por buen rumbo. Por ejemplo, la tasa de desempleo abierto para Lima metropolitana en el trimestre mayo-julio ha sido 6,2%, la menor en 10 años. No solo es bastante menor que la de nuestros vecinos como Chile y Colombia, donde es de 8% y 10%, respectivamente, sino que, además, en Estados Unidos esta cifra sería considerada pleno empleo, porque se asume que es el porcentaje natural de gente que se encuentra desempleada mientras cambia de trabajo.

Algunas personas, sin embargo, critican nuestro modelo de crecimiento diciendo que es artificial o efímero, pues seguimos siendo un país “exportador de materias primas”. Nada más falso. La mayoría de nuestra producción, el 63%, se concentra en servicios, al igual que lo que suele suceder en los países desarrollados como Estados Unidos, Japón y Francia (79%, 72% y 77%, respectivamente).

Esto, sin embargo, no nos puede cegar frente al hecho de que somos un país con más de 8 millones de pobres, ni hacernos olvidar nuestra obligación moral de ayudarlos profundizando las reformas que nos han permitido avanzar tanto y realizando las pendientes (como la de educación o la de salud). Pero para lo que estas cifras comparativas sirven es para mostrar que nuestro ritmo y tipo de crecimiento es, a escala mundial, extraordinario y que ante la disyuntiva entre cambiar el modelo y afinarlo la mejor opción debería ser clara.

Es cierto que nuestro país está plagado de imágenes tristes que a diario llenan las páginas de los periódicos y las pantallas de los televisores. Ellas deben recordarnos que hay mucho por hacer, pero no deben confundirnos llevándonos a creer que vamos por el camino incorrecto. Una imagen, lo sabemos, vale más que mil palabras. Pero para tomar las decisiones que nos lleven a crecer y superar la pobreza debemos mirar los datos. Y es que, detrás de cada cifra, se esconden también miles de imágenes.