Murió Hugo Chávez. Cuando lo anunció su delfín, lo hizo dirigiéndose a un país que ahora tiene el nombre de la “ideología” que él inventó. Su huella, pues, ha sido amplia y profunda. La tragedia es que lo ha sido en el mismo sentido en el que lo son las de los terremotos: lo que ha abarcado, lo ha destruido.
Nos es poco grato tener que decir esto en la cara de su muerte y del calvario personal y familiar que han de haber supuesto sus últimos meses. Nosotros no creemos en encarnizamientos. Sin embargo, no se ha ido solamente un hombre, sino un gobernante extremadamente influyente, por lo que no podemos dejar de anotar lo que pensamos de su legado sin faltar al deber de nuestro oficio. Para que la destrucción causada por el chavismo no se repita, es esencial que se comprenda.
Por motivos de espacio, nos concentraremos acá en un solo punto: el que le granjeó el apoyo mayoritario de su pueblo durante cuatro elecciones consecutivas además de servir frente a muchos para justificar todos los atropellos de su gobierno. Nos referimos a la reducción de la pobreza venezolana. Un éxito grande en la superficie (aunque aun así menor porcentualmente al de países como el Perú), pero una falacia cruel en la realidad. Y es que lo que Chávez hizo no fue sacar a la gente de la pobreza, lo que Chávez hizo fue alimentar –literalmente y también con servicios– a la gente en la pobreza. La diferencia puede parecer sutil, pero es importante. Si a uno lo mantienen durante un período pero al final de ese período uno sigue sin tener las capacidades y el contexto necesarios para producir lo suficiente para mantener su calidad de vida por sí mismo, acabado el período uno es tan pobre como cuando comenzó aquel. Y ni qué decir si el benefactor ya no puede sostener el ritmo de sus donaciones…
Veámoslo con cifras. Mucho más que él mismo, lo que presidió los 14 años del gobierno de Chávez fue una extraordinaria suerte: los precios del petróleo, la principal exportación venezolana, que se multiplicaron por más de 16 (para su pico en el 2008). Así, pese a las caídas en la producción de la petrolera estatal, el Estado Venezolano pasó de tener ingresos petroleros anuales por US$20.000 millones de dólares en el 2000, a US$120.000 millones en el 2011. Como resultado, Chávez pudo gastar en “inversión social” US$400.000 millones en la última década (conforme a la Cepal). Esta auténtica inundación de dólares, sin embargo, parece no haber dejado nada sólido detrás. La productividad venezolana (privada y estatal) no ha hecho más que caer en los años del chavismo y el país depende cada vez más de las importaciones y de los gastos del gobierno (es decir, de los ingresos del petróleo). Este último, sin embargo, ya no se da abasto para mantener todo lo que tiene que mantener (pese a haber echado mano de las reservas del banco central) y, teniendo el déficit fiscal más alto de América Latina, ha debido comenzar a cortar sus gastos disimuladamente luego de la aceleración que permitió reelegir al comandante en octubre pasado. Mientras tanto, el país soporta una inflación de 40% (la más alta de América Latina) y una escasez generalizada, incluyendo la de alimentos (la producción agrícola de Venezuela también está en un bajo histórico). Ni siquiera sirvieron para infraestructura los US$400.000 millones. De hecho, hay cada vez mayor falta de agua y desde el 2008 el país sufre tantos problemas de luz que el propio Chávez recomendó a los venezolanos usar sus linternas para ir al baño en las noches. La infraestructura hospitalaria, por su parte, ha sido descrita por “The Economist” como “podrida”. Fácil entender así cómo el país ocupa el puesto 138 de 142 países del Índice Global de Competitividad en la elocuente categoría de “desperdicio del gasto público”.
Mientras tanto, solo el año pasado han sido asesinadas 21.000 personas en Venezuela y Transparencia Internacional clasifica el país como el décimo más corrupto del mundo (algo no sorprendente viendo las fotos que se han tomado de la madre del presidente, otrora humilde maestra estatal, con anillos de diamantes y un poodle en el bolso). En cuanto a la institucionalidad, acaso nada ilustre mejor la situación que las declaraciones en las que la chavista presidenta del máximo órgano de justicia venezolano hizo saber públicamente que “la división de poderes debilita al Estado”. Para la situación de la libertad de expresión, por su parte, basta saber que solo queda un canal independiente en la señal abierta (Globovisión) que es perseguido judicialmente por el Gobierno al igual que su dueño. Aunque en realidad el problema de Chávez era con los derechos humanos en general, a juzgar por las denuncias de Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Chávez, en fin, dijo en el 2009: “Después de mí, el vacío, el caos”. Viendo la situación en la que deja a Venezuela todo indica que ahí sí que no se equivocó.