Hace unos días el presidente Humala anunció el próximo lanzamiento del Plan Nacional de Desarrollo Industrial. Todavía no se conocen los detalles específicos de este plan, aunque por lo anunciado por el mandatario parecería que su objetivo sería básicamente retirar trabas a las inversiones en este sector. Si se confirmase esto último luego de que se especifiquen los pormenores del plan, estaríamos ante una iniciativa que nosotros aplaudiríamos (con el mismo entusiasmo, por cierto, con el que aplaudiríamos que se facilite el hacer negocios en cualquier otro sector).
Habrá, sin embargo, que esperar los detalles, no solo porque ya se sabe que es ahí donde suele estar el diablo, sino también, y especialmente, porque acá parece haber un fondo propicio para que este se sienta tentado a aparecer (en la forma de exoneraciones tributarias, subsidios, u otras modalidades de privilegios proteccionistas). El presidente, después de todo, ha hecho varias veces declaraciones que lo muestran compartiendo el poco cuestionado lugar común según el cual hay que fomentar las industrias sobre otros tipos de negocios dado que estas serían las que generarían más riqueza y representarían lo moderno frente a, por ejemplo, las actividades primarias, que no darían valor agregado y que serían propias de países subdesarrollados. De hecho, en este mismo anuncio del plan industrial el presidente dijo: “La clave puede ser no tanto apostar a los recursos naturales [] Que ya no sea como antes que vendíamos naranjas y nos vendían mermelada de naranja”.
Hace poco, la ONG Lampadia publicó una entrevista a Miguel Palomino del Instituto Peruano de Economía que mostró lo falaz de estas creencias con un dato sencillo: el mineral extraído y listo para venderse como concentrado vale muchísimas veces más que el mineral enterrado en la tierra, pero convertir luego este mismo mineral en una plancha de cobre o en alambre no aumenta su valor ni siquiera en un 10%. ¿No es este un ejemplo concreto de que hay oportunidades en que las actividades extractivas modernas pueden agregar más valor que las industriales? ¿Y no es una muestra de que es solo un muy extendido prejuicio el que nos alecciona sobre la necesidad de “transformar” el mineral en el país para “generar valor agregado”?
Como dijo el mismo Palomino, “no hay que tener esta fascinación con que hay que tener una gran chimenea y una gran planta”. Y es que lo importante es en dónde puede agregar uno más valor de acuerdo a sus fortalezas particulares y, por lo tanto, generar más riqueza. Un país puede volverse rico y desarrollado teniendo una economía donde la extracción de recursos naturales tiene un gran protagonismo. Para muestra, Noruega, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, cuyas exportaciones de recursos naturales representan el 84%, 77%, 44% y 73% de sus exportaciones totales, respectivamente.
Así pues, a diferencia de lo que parece creer el presidente, puede muy bien que sea el caso que nos salga más a cuenta invertir nuestros recursos en producir naranjas y encargarle a otros países prepararnos la mermelada.
Con esto, naturalmente, tampoco estamos queriendo decir que el Estado deba preferir las actividades primarias sobre las industriales. Lo que estamos queriendo decir es que el Estado no debe preferir ninguna a priori, sino que debe dejar que la inversión fluya naturalmente hacia donde hay posibilidades de mayores retornos, que es donde habrá la potencialidad de generar el mayor valor agregado. Salvo, claro, cuando hay barreras o protecciones que encarecen o abaratan artificialmente la inversión en algún campo específico y que, por lo tanto, malogran el “radar” de la inversión, haciendo que esta fluya a lugares donde no necesariamente está la posibilidad de agregar el mayor valor, pero donde, sin embargo, gracias a estas distorsiones sí aparecen los mayores retornos.
Por todo lo anterior, en fin, el mejor plan de desarrollo es uno que beneficia por igual a los potenciales inversores de todos los sectores: flexibilizar la regulación laboral, reducir la carga tributaria, eliminar barreras burocráticas y lograr que se construya la infraestructura necesaria para hacer negocios. Cuando un gobierno implementa un plan de estas características, el dinero encuentra solo su camino hacia los lugares donde puede generar mayor riqueza y termina importando poco, para efectos del bienestar de la población, quién prepara la mermelada, porque esta tiene el dinero para comprarla.