Se ha vuelto un lugar común decir que la crisis que atraviesa Europa es una crisis del capitalismo. Puesto que tenemos muchos políticos que podrían empezar a aprovecharse de esto para defender sus recetas estatistas, pensamos que vale la pena hacer algunas precisiones sobre el tema.

La crisis europea es lo contrario a una crisis del capitalismo. La crisis europea es una crisis del estado de bienestar. Esto es, una crisis producida por el convencimiento al que fueron llegando numerosísimos europeos, y especialmente los mediterráneos, de que podrían tener cada vez mejor y más costosa calidad de vida mientras trabajaban –y producían– menos, porque la diferencia la pondría el Estado. El error, desde luego, estuvo en suponer que “el Estado” podría sacarse del sombrero los recursos para poner esta diferencia. Ya decían los griegos (los filósofos) que “de la nada, nada proviene”.

Para solventar sus gastos, lo que el Estado no toma de lo que producen los ciudadanos (vía impuestos), o lo imprime (vía maquinita) o lo consigue con préstamos. Como en la Unión Europea la maquinita la maneja el Banco Central Europeo y cada estado no puede decidir cuándo imprimir euros, el único camino para los países que quieren gastar más de lo que generan sus economías es prestarse, y eso es exactamente lo que han venido haciendo muchos estados europeos. Prestarse y luego volverse a prestar para pagar los préstamos anteriores y poder sostener las semanas de trabajo reducidas y los retiros anticipados al tiempo que sus ciudadanos disfrutaban de los niveles de alimentación, vivienda, educación, salud, infraestructura, pensiones, esparcimiento y demás, más altos del mundo. Por ejemplo, en Grecia, el país-símbolo de la crisis europea, este retiro anticipado se puede producir alrededor de los 50 años, lo que cobran los jubilados es el 90% de su último sueldo y el Estado garantiza un ritmo de vida que comprende incluso “vacaciones” anuales pagadas por fondos públicos para los desempleados.

En otras palabras, estos países han vivido durante años gastando más de lo que producían y “ruleteando” con sus deudas, exactamente igual que como lo hacen con las tarjetas de crédito las personas irresponsables. La única diferencia entre estos dos tipos de ruleteos es que a los estados les es más fácil el suyo porque cada gobierno que decide incurrir en una nueva deuda lo hace sabiendo que normalmente no tendrá que pagarla él, sino algún otro que vendrá después, cuando ya nadie recuerde bien quién pidió qué préstamo en primer lugar. Y, de hecho, así se sucedió gobierno tras gobierno en muchísimos países, hasta que la crisis financiera internacional del 2008 hizo que se secara el crédito fácil. Ese fue el momento en el que el emperador perdió sus ropas.

¿Quién iba a seguirle prestando a un país que como Italia ya debía el 120% de lo que producía anualmente? ¿O como Portugal, que debe el 107%? ¿O como Grecia, que debe el 165%?

Sin préstamos, sin maquinita y con ciudadanos retirándose de sus cortas semanas laborales en sus cincuenta para cobrar pensiones hasta sus noventa, estos países se quedaron sin poder pagar todas las prestaciones que daban anualmente a sus ciudadanos, algo que, en economías tan estatizadas (en Grecia hasta el 70% de los ciudadanos recibe ingresos del Estado), tumba el consumo y desincentiva la inversión privada.

No es el caso, por otra parte, que normalmente la inversión privada sí estuviese incentivada en la Europa mediterránea. Para muestra, la misma paradigmática Grecia. En el país heleno hay muy pocas transacciones económicas que uno pueda hacer sin que el Estado aproveche para sacarle, además de los elevados impuestos generales, una tajada extra destinada a mantener a algún grupo específico (aunque sea solo el de funcionarios corruptos). Por ejemplo, si uno quiere hacer una empresa –cualquier empresa– en Grecia, tiene que aportar el 1% del capital social al fondo de pensiones de los abogados griegos. Y si uno compra un ticket de barco, el 10% del precio se destina a las pensiones de los trabajadores del puerto. Aunque si ese ticket es a Santorini, se cobra una recarga sobre el precio para solventar la asociación de estibadores de Santorini… que hace años no existe.

“Crisis”, en fin, es una palabra innecesariamente amplia para explicar lo que ha pasado en tantos países de Europa. El término preciso es “quiebra”. Los estados europeos, con la excepción de algunos pocos presididos por Alemania (cuya edad de retiro anticipado, incidentalmente, puede tener hasta 15 años más que la griega y cuyos jubilados cobran un porcentaje de su último sueldo menor a la mitad del que cobran los griegos), están quebrados. Y están quebrados por la misma razón por la que puede quebrar cualquier hogar: porque vivían muy por encima de sus posibilidades. ¿Crisis del capitalismo? Tal vez en otra ocasión. Esta es solo la crisis del caradurismo.