Las continuadas noticias sobre el crecimiento de nuestra clase media emergente –a la que, según informaba el BID hace pocos días, pertenecen ya seis de cada diez peruanos– tienen consecuencias que van mucho más allá de lo económico y que no deberían ser subestimadas. Con el crecimiento sostenido de los ingresos de nuestra población están variando más cosas que la fuerza del consumo interno o la calidad de vida. Poco a poco, pero cada vez más visiblemente, está cambiando también la materia, por así decirlo, de la que está hecha nuestra sociedad.

“Los hombres –decía Lévi-Strauss– no se han hecho menos a sí mismos de lo que han hecho a las razas de sus animales domésticos”. Es decir, somos seres plásticos que, por medio de los avances que vamos haciendo en nuestros conocimientos, nuestras costumbres, nuestra técnica, nuestras creencias y demás, nos moldeamos a nosotros mismos a través de las generaciones, haciéndonos cobrar nuevas formas y características conforme va cambiando la cultura que en cada época producimos y que engendra a nuestros hijos tanto como nosotros. En corto: somos productos eminentemente culturales.

Pues bien, conforme vamos saliendo de la pobreza los peruanos estamos pudiendo mejorar los moldes con los que nos formamos. Algunos datos del INEI recientemente destacados por el BCR dan un magnífico ejemplo de cómo: la proporción que ocupa la alimentación en la canasta de consumo de una familia limeña ha caído significativamente desde el 2001 (del 58,05% al 37,82%), mientras que la parte dedicada a otros criterios, como el educativo, viene subiendo de manera constante (en el caso de rubro de “esparcimiento y servicios culturales y de enseñanza”, del 5,79% al 14,93%).

La razón detrás de esto es evidente. Las familias usan los primeros soles que les entran en satisfacer sus necesidades más básicas y solo pueden empezar a cubrir las demás cuando sus ingresos van más allá de estos primeros soles. Es decir, cuando no son pobres.

Podemos suponer, por otra parte, que un movimiento semejante al recogido por el INEI en las canastas limeñas ha tenido lugar en las provincias, desde que, como dice el mismo BID, esta nueva clase media no es un fenómeno exclusiva o principalmente limeño (de hecho, según el banco, “en las regiones de la sierra vemos que este sector está creciendo de manera acelerada”).

La consecuencia de todo esto es tan manifiesta como importante. Conforme tenemos más ciudadanos que pueden costearse una mejor educación, un cuidado de la nutrición y la salud que vaya más allá de lo estrictamente básico (incluyendo los aspectos psicológicos), y acceso a la cultura, el deporte y el esparcimiento, tendremos ciudadanos que habrán desarrollado más sus potencialidades como personas y que, por lo tanto, podrán ejercer más plenamente sus derechos ciudadanos.

Vale la pena notar, por otro lado, que estos rubros de “otras” necesidades que las familias pueden comenzar a costear cuando salen de la pobreza incluyen algunos aspectos que no son tan obvios, pero que juegan un rol fundamental en el desarrollo de los individuos. Por ejemplo, el rubro “salud” tendría que incluir el poder evitar el estrés intrínseco que significa la pobreza y que, como lo han demostrado sendos estudios de las universidades de Cornell y Pensilvania, afecta directamente las posibilidades de los niños para desarrollar buenas capacidades cerebrales de memoria.

Entonces, el crecimiento de la clase media es, de una forma muy directa, una gran noticia para la democracia porque produce ciudadanos más empoderados, al tener mayor capacidad de decisión, mayor información, mayores conocimientos, mayor memoria y demás. Y más libres, al tener esta mayor capacidad de decisión, pero también al estar en una situación de menor presión frente a los “contratos” que puedan ofrecer los políticos de turno: quien tiene su pan de cada día garantizado tiene menos probabilidades de estar dispuesto a ceder su libertad a la autoridad a cambio de mejoras materiales.

En suma: este modelo económico que está mejorando tanto la calidad de vida de más y más peruanos está también fortaleciendo, progresivamente, los pilares que sostienen nuestra democracia. Hablando de “efectos colaterales”, no se nos puede ocurrir ninguno más trascendental.