En una entrevista para un diario mexicano, el empresario Mario Vázquez Raña le preguntó al presidente Ollanta Humala qué factores han contribuido al “auge económico” del Perú en los últimos años. El presidente contestó lo siguiente: “Bueno, don Mario, creo que uno de los temas importantes es la generación de confianza. Un concepto que es un poco como el aire: mientras lo tienes no sientes que te falta, pero basta que te falte un poquito y ya te desesperas”.

Nosotros no podemos estar más de acuerdo con lo dicho por el presidente. Solamente esperamos que el inconsciente de nuestro mandatario también lo esté. Porque, claro, no puede decirse que “la generación de confianza” sea algo a lo que se haya dedicado su gobierno en los últimos tiempos. En todo caso, este podría ser un descubrimiento que ha hecho el señor Humala a fines del mes pasado y con el que piensa ser coherente en el futuro.

Si este último es el caso, enhorabuena por el país. Y enhorabuena también, por cierto, para la misma gestión del presidente. Al fin y al cabo, cuando le “falta el aire” a quienes posibilitan con sus inversiones que se siga generando empleo, consumo y tributos, tendría que faltarle el aire a cualquier gobierno que esté interesado en seguir disminuyendo la pobreza e incrementando la cobertura y calidad de los servicios que brinda el Estado.

Asumiendo que este es el caso y que en el futuro será prioridad para el presidente mantener viva la confianza, nosotros nos atreveríamos a sugerirle que en este camino tome muy en cuenta un antiguo adagio de la sabiduría popular: “El gato escaldado del agua fría huye”. Y que asuma que, en lo que toca a experimentos estatistas, el Perú es un país terriblemente escaldado. No nos cansaremos de repetirlo: demoró treinta años recuperar el PBI per cápita que tenía el Perú cuando las reformas velasquistas empezaron a hacer sentir sus efectos. Para 1991 el 66,2% de la población peruana vivía bajo la línea de pobreza (si uno aplica la canasta Enaho que hoy usa el INEI para calcular la pobreza a las mediciones entonces existentes).

Considerando esto, nuestro presidente tiene que saber que si un gobernante peruano declara buscar un “equilibrio” entre las políticas que rigieron el país cuando gobernaba Velasco y las que luego han producido el “auge económico” al que se refería su entrevistador mexicano, lleva al gato al agua. Y lo mismo si dice que Hugo Chávez, el presidente que colocó a Venezuela en el puesto 181 de 185 países en la categoría de “protección a los inversionistas” del ránking Doing Business, es “un ejemplo a seguir”. Y lo mismo, también, si intenta gastar más de US$1.500 millones a fin de crear una megaempresa estatal que, para colmo de males, hubiese supuesto un monopolio que habría colocado a nuestros gobiernos en situación de controlar el precio de uno de los insumos más claves del mercado –el petróleo– con fines políticos.

En la misma línea, el presidente debe conocer que tampoco ayudan a la confianza los pasos que, si bien individualmente no ponen al gato en contacto con el agua, sumados sí le dan la incómoda sensación de que ha sido colocado en un camino que acabará en chapuzón. Por ejemplo, cuando se traspasa a la Marina competencias administrativas sobre los puertos y se ordena que en adelante deba contarse con la autorización de esta para concesionarlos (pese al historial de la institución de ineficiencia en la administración portuaria y de oposición a la inversión privada en el sector). Y cuando al mismo tiempo impone a Enapu, una empresa estatal con un récord catastrófico, como socio obligatorio de cualquier nueva concesión que se otorgue. Y cuando paralelamente da una norma tributaria que en la práctica deja al arbitrio de la administración decidir qué es elusión y le posibilita tratar a los sospechosos de delitos tributarios en la misma categoría penal de los narcotraficantes y terroristas. Y esto, para hablar solo de tres ejemplos muy recientes.

Por otra parte, el presidente también debe tener en cuenta que el agua fría del estatismo no es la única de la que está escarmentado el Perú. Nuestro país viene también muy escaldado por los rigores del releeccionismo. Todos hemos visto cómo cuando ese virus se inocula en las alturas del poder todas las demás consideraciones pasan a un segundo plano –incluyendo, ciertamente, a la ley–, se producen todo tipo de abusos y las políticas populistas de los más diversos tipos van imponiéndose sobre los demás. Así pues, nuestro primer mandatario debe ser consciente de que cuando se niega a descartar que la otra mitad del conyugal “equipo” que él integra (según las palabras de la propia primera dama) candidateará en el 2016, lleva también el gato al agua.

Estamos seguros, en fin, de que si el presidente se preocupa en el futuro por mantener al país alejado de estos dos tipos de aguas de infeliz recuerdo, no volverá a faltar el aire ni al país ni a su gestión.