Mucho se ha comentado el hecho de que seis importantes empresas fabricantes de prendas de vestir y de moda de Estados Unidos enviasen una carta al presidente Humala para pedir la eliminación del régimen laboral especial para las exportaciones no tradicionales establecido por el Decreto Ley 22342, de 1978. Según ellos, este violaría los derechos laborales de los trabajadores. Todo esto mereció un pronunciamiento del Mincetur la semana pasada. En él, el ministerio destacó que dicho régimen laboral es, a diferencia de lo que señalan las empresas estadounidenses, un instrumento inclusivo para los trabajadores de dicho sector.
El Mincetur está en lo correcto, pues, en efecto, la acusación de las empresas estadounidenses es falsa. Aquel régimen es más flexible que el régimen general porque permite la contratación temporal y, por lo tanto, la adaptación a las circunstancias cambiantes de la demanda de los mercados mundiales. No obstante, no afecta los derechos laborales básicos, pues los trabajadores sujetos al régimen para las exportaciones no tradicionales reciben todos los beneficios fundamentales establecidos en la ley general. Por esa razón, el Tribunal Constitucional lo ha declarado perfectamente compatible con las normas de nuestra Carta Magna y no ha sido objetado por ninguno de los países con los que el Perú ha celebrado tratados de libre comercio.
El mencionado régimen ha permitido más bien, como resalta el Mincetur, generar muchísimo empleo. Según cifras de este ministerio y del Ministerio de Trabajo, solo en el período 1993-2011, y en gran parte gracias a la flexibilidad de su régimen laboral, el número de empresas exportadoras del sector no tradicional pudo pasar de 4.389 a 7.665 (85% de las cuales eran mypes). A fines del 2011, las empresas de este sector que se dedican a la industria y manufactura llegaron a emplear a 173.382 trabajadores.
Por supuesto, esta gran cantidad de empleos no se hubiera producido si se sujetase a las empresas del sector al régimen general. El motivo es que, como sus necesidades de mano de obra son estacionales, para que sus operaciones sean rentables, necesitan celebrar contratos temporales. De lo contrario, se verían forzadas a emplear trabajadores que no tendrían qué producir durante varios meses del año, lo que obviamente supondría una inversión sin ningún retorno que imposibilitaría la operación de muchas empresas del sector.
¿Por qué entonces el reclamo de las empresas estadounidenses? Lo más probable es que, realmente, ellas estén tratando de proteger sus intereses contra la competencia que representa para ellos la producción peruana, haciendo que nuestro gobierno le imponga mayores costos a esta última.
De hecho, si tales empresas estadounidenses realmente creyeran que se debe garantizar mayor estabilidad laboral a los trabajadores empezarían por enviarle una carta similar al presidente Obama y no al presidente Humala. Y es que el régimen laboral estadounidense es todavía más flexible que el régimen general peruano. No solo combina el despido libre sin expresión de causa con un seguro de desempleo sino que Estados Unidos ni siquiera ha suscrito los convenios 87 y 98 de la OIT sobre Libertad Sindical y Negociación Colectiva. Sin duda, los sindicatos estadounidenses estarían felices de canjear nuestro régimen general por el suyo.
Por supuesto las empresas estadounidenses no harán ese reclamo en su propio país. A fin de cuentas, al ser más flexible el régimen laboral norteamericano hace posible una mayor productividad empresarial y una mayor creación de puestos de trabajo. No es casual que la economía estadounidense haya mantenido tasas de desempleo históricamente más bajas que las europeas.
Ahora, lo que quizá indigna más de toda esta situación no es que un grupo de empresas extranjeras intente eliminar a la competencia peruana. Lo más indignante es que algunos congresistas “nacionalistas” de izquierda caigan en este juego imperialista que busca destruir una industria nacional y festejen la famosa carta sin importar la enorme cantidad de peruanos a los que dejarían sin trabajo si hacen caso a sus autores.
No nos confundamos. Detrás de este caso de imperialismo laboral no hay una verdadera preocupación por el empleo. Se trata, nada más, de proteccionismo puro, mondo y lirondo.