El martes, el avión del presidente Evo Morales partió de la capital de Rusia para regresar a Bolivia, luego de que el mandatario participase en una cumbre de países productores de gas. Nadie se esperaba, sin embargo, que para retornar a su patria el señor Morales tuviese que realizar un recorrido tan humillante como aquel por el que lo forzaron a pasar diversas naciones europeas.

De acuerdo con el gobierno de nuestro país vecino, uno a uno, Francia, Portugal, Italia y España cerraron su espacio aéreo al avión del presidente boliviano por presiones del gobierno de Estados Unidos, bajo la sospecha de que este llevaría al ex espía estadounidense Edward Snowden. Esto condujo a que la nave tuviese que descender en la ciudad de Viena, donde no tenía previsto aterrizar, para luego esperar 13 horas en el aeropuerto hasta que se le garantizó el libre paso que le permitió enrumbar de vuelta hacia Bolivia.

Inicialmente, algunas de las naciones supuestamente responsables del agravio desmintieron las acusaciones del gobierno del señor Morales y algunos medios extranjeros también las pusieron en duda. Pero si algo parecen confirmar las subsiguientes reacciones de los países europeos acusados de negar la entrada del avión a su espacio aéreo es que sí hubo una voluntad de bloquear su tránsito debido a que pensaban que se transportaba al señor Snowden.

El gobierno italiano, hasta el momento en que se escribe este editorial, ha preferido guardar silencio y no dar explicaciones, lo que llama fuertemente la atención, tratándose de un incidente internacional de tamaña gravedad. España, por su parte, negó haberle impedido a la nave volar sobre su territorio o condicionar su aterrizaje a que sea revisado por las autoridades. Por otro lado, según la BBC, Francia en un primer momento negó haber cerrado su espacio aéreo, pero luego el presidente Hollande se disculpó con Bolivia, aceptando que ello sí había ocurrido debido a “información contradictoria” sobre los pasajeros que viajaban en el avión. Asimismo, Portugal, según un comunicado de su cancillería, señaló que sí se permitió el sobrevuelo, pero no la escala en Lisboa para reabastecerse de combustible por unos “problemas técnicos” que no se dio el trabajo de especificar y que no explicó por qué se presentaron, por mala suerte, solo para el caso del avión del señor Morales. Las autoridades austríacas, finalmente, admitieron haber registrado el avión una vez que este se encontraba en su aeropuerto y haber verificado que el ex espía estadounidense no viajaba en él (luego de lo cual, vaya casualidad, dejó de haber inconvenientes para que la nave transite por cielos europeos).

¿No es extraño que en lo único en que coinciden los países por los que intentó volar el avión del señor Morales es en que no tienen una buena justificación para lo sucedido?

Todo indica que las naciones involucradas prefirieron tratar indignamente al presidente de Bolivia que incomodar a Estados Unidos. Lo cual, en primer lugar, es una humillación no solo para el señor Morales, sino también para todo el pueblo boliviano ya que él es su representante.

Los países responsables de este maltrato, por otro lado, han cometido otra torpeza mayúscula: alimentar el caldo de cultivo del que se nutren los movimientos que los acusan de mantener actitudes colonialistas y discriminatorias (el señor Morales, de hecho, ha aprovechado populistamente la falta de respeto de la que fue víctima para decir que lo “secuestraron” debido a su condición de “indígena”). Y esto, por cierto, no le conviene a nadie y solo genera odios y rencores por doquier.

Por lo demás, vale la pena resaltar que todo este incidente va más allá de simplemente haberle pisado los callos a América Latina. Y es que, con él, las naciones involucradas han mostrado un evidente doble rasero. Por un lado, amparadas en la etiqueta de “países desarrollados”, exigen en el resto del mundo el respeto del derecho y de la diplomacia. Pero, por otro, cuando las papas queman y estados más poderosos presionan, no tienen inconveniente en olvidarse de sus normas y sus modales, ni en enturbiar relaciones que son tan importantes para los ciudadanos de su lado del planeta como para los del nuestro.