Hace más de un año declaramos y explicamos nuestra posición en torno al proceso de la revocación de Susana Villarán. Ahora que estamos a 24 horas de su definición, nos reafirmamos en la misma. Creemos que la revocatoria es un arma excepcional que debe ser usada solo en casos extremos: esto es, de corrupción manifiesta o ineptitud absoluta. Pensamos, en otras palabras, que si la revocación se populariza como un instrumento más de la lucha cotidiana entre facciones políticas, no habrá región ni municipalidad del país que pueda encontrar esa estabilidad sin la que ningún avance es concretable. Los números exigidos para ser elegido a un cargo revocable y para llamar a un proceso de revocación son suficientemente bajos como para que los perdedores de cada elección puedan utilizarla inmediatamente contra el ganador y para que este tenga que enfrentarse así con el fantasma de su despido desde el día siguiente de su elección.

La señora Villarán, está claro, no es nuestra idea de una buena autoridad. La remarcable improvisación con la que llegó al cargo ha pasado costosas facturas a la ciudad, incluyendo varios eventos francamente bochornosos que van desde el escándalo de La Herradura de sus inicios, hasta la sorpresa de los vehículos inoperativos de serenazgo con circulinas alquiladas para la foto de hace unas semanas.

En el intermedio, hubo varios otros episodios que fueron más allá de lo vergonzoso, algunos de ellos relacionados incluso con sus dos reformas emblema: la de La Parada y la del transporte. En el primer caso, tuvo responsabilidad en la violencia que supuso la toma del mercado, pues ella fue la que desperdició el consenso mayoritario que, cuando entró a la alcaldía, había entre los mayoristas de La Parada para la mudanza. Y lo hizo con una excusa que resultó falsa y que parece solo haber apuntado a restarle réditos políticos a su antecesor (dijo que no había suficiente espacio en Santa Anita y que ella tendría que construir dos pabellones más antes de poder hacer la mudanza, para dos años después acabar haciéndola sin haber agregado construcción alguna). En el segundo caso, por su parte, todos vimos el lamentable episodio de dos muy altos funcionarios de su confianza ofreciendo a los gremios locales de transportistas, en su afán por dar “viabilidad política” a la reforma del transporte, plantear las bases de las licitaciones públicas de las nuevas rutas de forma que se “asegurase” que ellos ganarían.

Por otra parte,la alianza de la señora Villarán con los sectores más recalcitrantes de la izquierda retrógrada, como Patria Roja y Tierra y Libertad, mostró o mucho oportunismo o mucha incoherencia (en tanto se trata de alguien que se proclamaba como líder de esa “izquierda moderna” que tanto necesita el Perú). Además de haber llevado a encabezar la Comisión de Educación del municipio a dos conspicuos miembros del Sutep.

Finalmente, la señora Villarán y su círculo han mostrado una sorprendente falta de sintonía con las grandes mayorías para tratarse de personas con tanta conciencia social. Porque es cierto que ella ha enfrentado a intereses mafiosos que ahora están por la revocación, pero también lo es que eso no explica la gigantesca oposición que tiene en los sectores socioeconómicos menos favorecidos. La explican más bien cosas como el que comenzase su gestión lavando papas en la Plaza de Armas y proponiendo proyectos como una ciclovía interdistrital de 300 km, cuando la gente la quería haciendo más escaleras.

Nada de lo anterior, sin embargo, nos impide reconocer que la gestión de la señora Villarán ha empezado a lograr algunos hitos importantes en el último año que impiden que, en justicia, se le pueda calificar como de una ineptitud absoluta y que, de hecho, dan ciertas esperanzas para los siguientes dos años de su gestión. Así, luego del grave error antes descrito, la señora Villarán sí tuvo el mérito en insistir en mudar La Parada y fue de esta forma la primera autoridad de importancia que impone la ley contra la violencia en mucho tiempo en el país. Por otro lado, también ha tenido el mérito de proponer – y comenzar a ejecutar una reforma integral y seria del transporte público limeño, que es uno de los problemas más graves y estructurales de la ciudad y que ningún alcalde reciente había tratado de abordar. En el camino, ha logrado captar US$5.000 millones de inversión privada para Lima, demostrando no solo que en este aspecto puede ser más efectiva que la Pro Inversión de los últimos años, sino también que, cuando se lo propone, sí puede comportarse como una líder de izquierda moderna.

Así las cosas, hay perspectivas realistas para pensar que la señora Villarán terminaría su mandato bastante mejor de cómo lo empezó. Consiguientemente, revocarla para tener tres alcaldes más en los próximos dos años, inaugurando en la primera plaza política del país la modalidad de la revocación como arma de la lucha política normal, no se justifica ni en términos económicos ni, sobre todo, en términos de nuestro futuro institucional. Y, al menos para nosotros, bien vale este futuro dos años más con la Susana Villarán mejorada que, pese a todo, tenemos hoy.