Es auspicioso que el presidente Ollanta Humala haya inaugurado el inicio de operaciones del proyecto minero Toromocho, una inversión que alcanzará los US$4.820 millones, que está ubicada en Morococha (Yauli, Junín) y sobre la que hoy informamos en nuestra página B4. Un proyecto de una envergadura tal que, según el gobierno, incrementará –él solo– en 17% la producción cuprífera nacional, mientras que, conforme al presidente del BCR, posibilitará –también él solo– que podamos proyectar para el próximo año un crecimiento de 6% –frente al 5,1% o 5,2% de este año–.

En esta inauguración, el presidente pudo ver en persona lo que se perfila como una “minería moderna” (en sus palabras), la que, en este caso, por ejemplo limpió el efluente ácido del túnel Kingsmill, un pasivo ambiental heredado que contaminaba el río Yauli y el Mantaro. Esto, aún antes de comenzar a operar (y a un costo de US$50 millones).

Estando en Toromocho, el presidente también habrá podido enterarse por sí mismo de cómo el aporte de este proyecto no se limitará a los recursos fiscales que generará y que luego se podrán redistribuir para mejorar los servicios esenciales. Tampoco a los 10 mil puestos de trabajo directo e indirecto que creará, ni al desarrollo comunal y regional que ya viene produciendo. El presidente podrá haber visto, esto es, cómo este proyecto ha dado lugar también, a partir de la construcción de la mina y de la planta concentradora, a una gran demanda de sofisticados productos industriales, adquiridos en su gran mayoría a la pujante –gracias al ‘boom’ minero– industria metalmecánica nacional. Y eso, para no hablar de los servicios de ingeniería, construcción, transporte, alimentación y otros que la mina contrata también en el mercado nacional.

En otras palabras, el presidente podrá haber visto con sus propios ojos cómo la minería es mucho más que la extracción de minerales y genera por sí misma encadenamientos y diversificación económica. Sería muy positivo que el presidente haya notado todo esto porque podría ayudar a cambiar su idea de que solo produciendo más cobre, oro o plata “no vamos a ninguna parte” y nos quedamos más bien como “un país del cuarto mundo”, no “industrializado”. Una idea errónea no solo porque no es cierto que la industrialización es la única vía al desarrollo, sino también porque la minería puede ser justamente la gran palanca para industrializar y diversificar económicamente el país (la minería compra el 15% de lo que produce la industria nacional), además de para financiar las indispensables inversiones estatales por las que pasa el camino al primer mundo (solo con US$12.300 millones adicionales que, según se calculó en el CADE, recaudaría el Gobierno si se ejecutase toda la cartera minera que tenemos, se podría financiar 3,64 veces todo el presupuesto que tuvo el sector educación este año).

Decimos lo anterior porque la falta de convicción que hasta ahora ha mostrado el presidente para empujar la inversión minera ha coadyuvado a crear una situación descorazonadora para el futuro de este sector-locomotora de nuestra economía. Y es que el destino próximo de nuestra minería se parece a la visión que tenían los antiguos sobre el mar Mediterráneo: nos quedan un par de años más de nuevos proyectos mineros para navegar pero, después de eso, el “non terrae plus ultra”, el vacío, la caída.

En efecto, Toromocho está empezando operaciones para ayudarnos a sostener el ritmo del crecimiento del 2014, y luego tenemos Las Bambas, Constancia y la ampliación de Cerro Verde para sostener el efecto en el 2015 y el 2016. Pero después de eso, nada. Solo proyectos detenidos en medio un fárrago de trámites burocráticos irracionales y lentos, cuando no duplicados, o de protestas sociales que vuelven en letra muerta los permisos ya (dificultosamente) conseguidos. Y cuidado que varios de estos proyectos –como Conga, Quellaveco, Michiquillay, Galeno o la Granja– tienen un tamaño suficiente como para solventar varios años más de un crecimiento similar al que venimos experimentando hasta hoy.

Todo esto, en fin, es riqueza que está ahí, esperando para pasar de la potencia a la realidad. Ojalá, pues, que esta visita a Toromocho pueda ayudar a convencer al presidente de liderar personalmente los cambios necesarios para que esta concreción se dé y para aprovechar así la minería a fin de asegurarles al crecimiento y a la reducción de la pobreza, desde su gobierno, un plus ultra largo y prometedor.