En estos días en que el presidente ha incrementado (dentro de sus copiosas contradicciones) las dudas de quienes sospechan que bajo el polo blanco de la segunda vuelta sigue usando el rojo con el que no ganó la presidencia en la primera, al menos la parte de la población que votó confiando en lo contrario volvió una mirada esperanzada hacia los principales “garantes” de la elección. Lo que esta mirada vio en el caso del único de ellos que tiene bancada congresal, sin embargo, debe de haberle resultado poco reconfortante: Alejandro Toledo había perfeccionado el arte del desdoblamiento.

En efecto, a raíz del viaje del presidente Humala a la juramentación de Nicolás Maduro, el ex presidente demostró que podía, en tan solo una semana, ser varias personas contradictorias entre sí. Esto, sin dejar para el final del camino ni rastro del “garante” que alguna vez proclamaba ser (de hecho, este jueves el secretario general de Perú Posible, Luis Thais, ha dicho textualmente que su partido nunca fue “garante de nadie”).

Todo comenzó cuando el partido del señor Toledo advirtió al presidente Humala que no insistiese con su anunciado proyecto de viajar a la juramentación de Maduro: “Si sabe escuchar, Humala debe abstenerse y evitar un debate innecesario”, dijo el portavoz de Perú Posible (PP), José León. La advertencia dejó tranquilos a muchos porque en ese momento el partido parecía tener suficientes votos como para impedir que Humala obtuviese la aprobación del Congreso para viajar. Se trataba además de lo coherente con la postura con que públicamente Alejandro Toledo siempre había condenado el carácter antidemocrático del régimen chavista, y con su posición de “garante” de la conducta democrática de Humala. Después de todo, lo que este último estaba haciendo al querer viajar a la juramentación del señor Maduro era lo mismo que ya había hecho cuando un par de días antes llamó a felicitar al líder chavista aún antes de que este se proclamase presidente. Es decir: participar de la convalidación de un muy posible fraude por parte de un régimen antidemocrático.

No pasó más de un día, sin embargo, para que el ex presidente se alejara de esta posición. Con un tuit comenzó a anunciar lo que se vendría horas después en la votación del Congreso: la decisión de viajar le corresponde al presidente, dijo, y a nadie más que a él. No explicó por qué entonces la Constitución afirma que el presidente necesita el permiso del Congreso para salir del país. Al poco tiempo, el vocero de PP volvió a declarar y esta vez anunció que había hablado con su líder y que su partido no votaría contra el viaje, sino que simplemente se abstendría.

Según se supo después, para el momento de la votación, Toledo ya había completado sus 180 grados. Daniel Mora, congresista de la bancada de PP, contó que el líder de la chacana había llamado uno a uno a todos sus congresistas para que autoricen el viaje de Humala a Venezuela. Alejandro Toledo logró así que todos los representantes de PP que votaron lo hicieran a favor del viaje y que varios otros simplemente se ausentaran de la votación.

Lo realmente inverosímil, sin embargo, es que la metamorfosis de nuestro ex presidente no acabó ahí. Aparentemente, estaba decidido a demostrar que él podía decir con Rimbaud: “Yo soy otro”.

La misma noche de la votación en el Congreso el señor Toledo publicó una carta en la que demandaba que “[Humala] asuma los costos de apoyar un gobierno ilegítimo”. Esto es, exigió al presidente Humala en tono indignado asumir los costos de haber hecho algo que el propio Alejandro Toledo le había ayudado –activamente, con llamadas telefónicas– a hacer. En la misma (nueva) línea, PP ha apoyado luego la interpelación al ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Roncagliolo, para que explique esta “legitimación”.

Al final, lo único que ha dejado claro el ex presidente es que su famosa vincha democrática es (varias veces) reversible. Algo que puede resultar muy práctico para un deportista, pero que en un político inspira poca confianza y, ciertamente, ofrece escasas garantías de cualquier tipo.