Hace unas semanas, el presidente salió a defender el polémico Decreto Supremo 005 del Ministerio de Producción, el cual amplía el área de pesca libre para las embarcaciones artesanales. El mandatario, aparentemente, piensa que las pequeñas embarcaciones no sobreexplotarían el recurso ya que no lo venderían para uso industrial. En sus propias palabras: “Reconocemos el sacrificio de los pequeños pescadores, pero también sabemos de la irresponsabilidad y corrupción de las grandes empresas que han depredado el recurso”.

Sin embargo, el sentir de los pescadores artesanales debe ser agridulce. Y es que el Decreto Supremo 005 del Ministerio de Producción los obliga a destinar su producto al consumo humano directo, lo cual no necesariamente les sale a cuenta. Una prueba es que en el 2011 solo el 1,6% del total de anchoveta capturada fue a parar a los mercados para el consumo humano. La explicación de esto es tan simple como que los usos industriales de la anchoveta son mucho más rentables para los pescadores que los de consumo humano directo.

Aunque el señor Humala y la ministra Gladys Triveño tengan en su cabeza la imagen de un pescador salido de una novela de Hemingway que regresa a su caleta con el pescado para venderlo al mercado local, la verdad es que los pescadores, como cualquiera de nosotros, quieren vender su producto al mejor postor. Y el Estado no tiene derecho a exigirle que lo haga de manera diferente, sacrificando su utilidad al paso.

Este mismo estereotipo también representa un riesgo para la biomasa marina porque, bajo la falsa presunción de que los pequeños no tienen la capacidad de causar un daño significativo (y permanente), el gobierno ha sustituido un estricto sistema de cuotas que regía para los industriales por la libertad de la que hoy gozan las embarcaciones pequeñas en la nueva área que les ha sido concedida. A estas, el Estado ni siquiera tiene cómo fiscalizarlas por la cantidad que son y la infinidad de puntos donde pueden desembarcar. En otras palabras, no tendrá como impedir que depreden el recurso.

¡BINGO! Tenemos derecho a conocer el detalle financiero de las campañas.

La reciente campaña electoral por la revocación de la alcaldesa de Lima no se caracterizó, precisamente, por su alturado nivel de debate. Lo que sí llamó la atención, en cambio, fueron los anuncios, avisos y carteles en la ciudad y los medios, siendo la campaña publicitaria un factor determinante (a juzgar por la evolución de las encuestas) en la decisión final del electorado. Sobre esas campañas, sin embargo, hay un par de cosas que no quedan claras aún tres semanas después de la consulta popular: cuánto costaron y quién las financió.

Por un lado, tenemos a los promotores del No. En enero de este año, la vocera de la campaña, Anel Townsend, sostuvo que daría a conocer la lista de los donantes “en el más breve plazo”. Luego prometió en reiteradas ocasiones que publicarían el reporte de gastos un día después de la revocación. Pero cuando llegó el día prorrogó la entrega hasta comienzos de abril.

Ahora, estamos en que la entrega será el 18 de este mes, si es que no surgen nuevos imprevistos, claro. No sabemos cuál sería el motivo de este secretismo, pero lo real es que no hemos visto nada.

El Comité Pro Revocación, en cambio, sí presentó el reporte de sus gastos de campaña ante el Jurado Nacional de Elecciones el 25 de marzo. Sin embargo, el monto presentado (S/.12.646) ha sido visto con escepticismo por más de una persona. Sobre todo porque se deduce del informe que el último mes de campaña el Sí solo gastó S/.2.000 (según indicó una agencia de márketing digital a elcomercio.pe, únicamente el espacio que se contrató en Facebook pocos días antes de la votación para un aviso cuesta US$14 mil). No se explica tampoco la abismal diferencia con la proyección de inversión originalmente presentada por S/.105.696.

Por lo visto, ambos movimientos consideran que es mejor que los votantes no nos enteremos qué intereses financian las campañas políticas. Entre su actitud y la de aquellos políticos que decían que su dinero lo ganaron en un bingo, en el fondo, no hay mucha diferencia.