El caso de Ecuador es digno de análisis, pues Rafael Correa no solo acaba de ser reelegido con más del 60% de los votos, sino que nunca un presidente fue tan popular en ese país. La receta de su éxito electoral, sin embargo, no es nueva en América Latina: se trata de un presidente autoritario, que tiene amordazada a su oposición y que ha logrado mejorar la situación económica de sus ciudadanos sobre la base de políticas no sostenibles en el largo plazo.

La separación de poderes, para empezar, es ilusoria en Ecuador. Mediante reformas legales, Correa ha logrado copar el Poder Judicial con jueces afines a él y obtener la mayoría en el Congreso. Así, su poder para implementar medidas populistas y para lograr que la maquinaria estatal juegue a su favor es enorme.

Paralelamente, el presidente ecuatoriano ha trabajado arduamente en acallar las voces opositoras. Su gobierno ha perseguido duramente en los tribunales a varios periodistas y medios de comunicación críticos de su gestión, dejando bien claro qué sucede con quienes cuestionan su “revolución”. Ha promulgado, además, una ley que sanciona las críticas o el apoyo público a cualquier candidato o tesis política. Es decir, ha criminalizado el periodismo político. Como si fuera poco, impide a los medios privados acceder a información para cuestionar a su gobierno ordenando a sus ministros no darles entrevistas. Incluso –según Pablo Jaramillo, periodista de la revista ecuatoriana “La Vanguardia”– ha incautado 14 medios, muchos de los cuales siguen estando bajo su control y tienen actualmente una línea oficialista.

Por otro lado, Correa ha logrado en los últimos años mejoras económicas que le han ganado el aprecio de su pueblo, que no advierte que su prosperidad no está soportada sobre bases sólidas ni necesariamente duraderas. Ecuador tiene un crecimiento promedio de más de 4% desde que el reelecto presidente asumió sus riendas, una inflación estable alrededor del 5% y una tasa de desempleo que en el 2012 se ubicó en aproximadamente 5,8%. Asimismo, el gobierno ha reducido la pobreza que en los 2000 se encontraba en 64% a 27%, gracias a transferencias directas de dinero que benefician a 2 millones de ecuatorianos y a una fuerte inversión en programas sociales.

Empero, no todo lo que brilla es oro, pues los recursos con los que se financian estos subsidios y programas son contingentes. Parte de ellos, como rescata “The Economist”, existe por pura suerte: el aumento de los precios a los que exporta Ecuador su petróleo permitió que los ingresos del gobierno se triplicaran desde el 2006. Asimismo, en el 2008 Ecuador logró hacerse de recursos extraordinarios negándose a pagar a sus prestamistas internacionales deudas por US$3.200 millones. Finalmente, parte del dinero con el que este país financia su gasto público viene de créditos que China le ha concedido a cambio de petróleo.

Es incierto por cuánto tiempo se puede sostener este sistema. Los altos niveles de gasto público han puesto las cuentas en rojo. Según Bloomberg, se espera que este año Ecuador ostente un déficit fiscal de 7,75% del PBI, el segundo más grande de Sudamérica después de Venezuela. Además, los precios del petróleo no van a quedarse arriba siempre, Ecuador actualmente produce menos petróleo que en el 2006 y la generosidad de China puede llegar a su fin. Así las cosas, a nadie le queda claro cómo el gobierno seguirá financiando sus programas y subsidios. Difícilmente será mediante más préstamos, ya que los mercados internacionales le han cerrado sus puertas a Ecuador, en parte después de que este los defraudara en el 2008 y en parte por los altos niveles de riesgo del país.

La situación empeora si tenemos en cuenta que el clima adverso a la inversión privada generado por Correa está destruyendo la estructura productiva de Ecuador. De hecho, su país se ha convertido en uno de los que menos inversión extranjera directa recibe en el mundo. La consecuencia es que, cuando se acabe el dinero público, Ecuador podría caer más bajo de lo que estaba antes de Correa, pues habrá menos empresas creando riqueza, trabajo y desarrollo. Y la desaceleración de la economía ya se empezó a sentir. Gracias al desarrollo artificialmente impulsado por el gasto público, en el tercer trimestre del 2011 Ecuador llegó a un pico de crecimiento de 9,1%. Pero esta cifra, exactamente un año después, cayó a tan solo 4,7%.

La receta de Correa, como vemos, es la misma que la de tantos otros populistas latinoamericanos. La pena es que sirve para reelegirse, no para volver próspero a un país.