El ex presidente Toledo sabía muy bien que lo que él pretendía hacer al ir a la Comisión Fiscalizadora del Congreso a dar un monólogo de 20 minutos no produciría nada que pudiera constar en el expediente de la investigación de la comisión ni, por tanto, avanzar la indagación congresal de su caso en ninguna dirección. La única forma de que lo que él dijese hubiera podido tener efecto oficial es que él hubiese sido antes citado por la comisión a una sesión para recibir preguntas de los comisionados en presencia de su abogado. Y el señor Toledo no ha recibido aún esta citación porque la comisión todavía no tiene en sus manos los documentos provenientes de los levantamientos tanto de su secreto tributario como del de sus comunicaciones, ni los resultados de las investigaciones en Costa Rica, los que están siendo materia de un análisis fiscal a puertas cerradas.
Entonces, lo que el ex presidente hizo cuando unilateralmente y fuera de cualquier marco legal “citó” con una carta a la comisión para que esta lo recibiera y escuchara en silencio, y cuando luego se presentó este martes a pretender ejecutar lo que solicitó en la carta, fue solo buscar el rebote mediático de un rechazo que él había calculado y que, conforme a ley, la comisión no le podía dejar de dar. Si algo, las cosas le salieron todavía mejor de lo calculado al señor Toledo desde que el presidente de la comisión, Vicente Zeballos, cometió la torpeza (salvo que haya actuado en coordinación con Perú Posible) de dejarlo entrar a la sala donde sesionaba la comisión y tomar asiento con ella. Luego de ese ingreso, la figura ya no era solo que la comisión no estaba dejando hablar al señor Toledo, sino que, de hecho, lo estaba expulsando de su seno. “Entro y no me dejan hablar ni saludar”, tuvo ocasión de decir el ex presidente.
¿Habrá confundido a alguien con esto el señor Toledo? ¿Habrá trasmitido la sensación de que él estaba dispuesto a responder pero no lo dejaron y que, por lo tanto, al menos por el momento, ya cumplió con lo que debía? Esperamos que no. Después de todo, el ex presidente no solo ha vuelto a mostrar que carece de buena fe en lo que toca a su supuesto espíritu de colaboración con las investigaciones, sino que, luego de salir del Congreso, incurrió en nuevas contradicciones y aceptó implícitamente varias gruesas mentiras en la entrevista que vino a dar a este Diario.
Así, por ejemplo, ha admitido ahora –luego de un contundente informe de la Unidad de Inteligencia Financiera– que él ha recibido directamente dinero de Ecoteva (la empresa sobre la que antes juraba no haber recibido “ni un centavo”) en calidad de préstamos del señor Maiman. También ha aceptado –luego de que varias declaraciones de testigos así lo señalaran– que él, junto con su esposa, buscó personalmente los inmuebles- con cuya adquisición antes declaraba indignadamente no haber tenido nada que ver. Asimismo dice ahora el ex presidente que el dinero de Ecoteva sería del señor Maiman y no ya una suegra millonaria como fruto de “indemnizaciones del Holocausto” y de herencias conyugales. La suegra del señor Toledo solo figuraría entonces como propietaria de los inmuebles en calidad de testaferro del señor Maiman, quien habría comprado los bienes como inversión. ¿Qué gana el señor Maiman teniendo sus inversiones a nombre de la suegra de Alejandro Toledo? es algo que ha quedado sin contestar. Sí ha quedado implícitamente “contestado”, en cambio, que los inmuebles jamás fueron para que su suegra los use físicamente (como inicialmente dijo) ni para que le sirvan como inversión personal (como afirmó después). No ha aceptado el ex presidente, eso sí, haber negociado en persona la compra de la oficina, aunque sí reconoce haber tenido conversaciones con el gerente de la empresa que la vendió a la señora Fernenbug –conversaciones que, por lo visto, versaron sobre temas personales o negocios no relacionados con el del mencionado gerente–.
Teniendo en cuenta, en fin, que todo lo anterior proviene de una entrevista de solo 656 palabras daría la impresión de que el ex presidente se ha puesto en una situación en que cada vez que comienza a hablar solo tiene dos opciones: mentir o desmentirse.