"Según datos de la Sunat, en el año 2017 las grandes empresas constituían el 2,4% de contribuyentes y 280 empresas eran consideradas top y megas, las que aportaban el 42% de la recaudación del Impuesto a la Renta". (Foto: Anthony Niño de Guzman \ GEC)
"Según datos de la Sunat, en el año 2017 las grandes empresas constituían el 2,4% de contribuyentes y 280 empresas eran consideradas top y megas, las que aportaban el 42% de la recaudación del Impuesto a la Renta". (Foto: Anthony Niño de Guzman \ GEC)
/ Anthony Niño de Guzman
Diana Seminario

El , que a la fecha ha ocasionado en el Perú la muerte de 2.648 personas, no solo nos viene arrebatando la vida, los empleos y en algunos casos la esperanza, sino que también trae consigo el terrible efecto de querer “pescar a río revuelto”. Sin embargo, si se llegaran a concretar las pretensiones ideológicas de ciertos grupos, no habría “ganancia de pescadores”, sino todo lo contrario.

Los recién estrenados parlamentarios se han vuelto muy creativos y productivos en la presentación de proyectos de ley; el más llamativo es el del Frente Amplio, que pretende crear el “impuesto a las grandes fortunas”.

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La propuesta, a todas luces populista, no mide la crisis económica que afrontamos y el terrible panorama que se avecina. Según un reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) citado por El Comercio: “Solo en Lima se habría perdido más de 1,2 millones de empleos en el período entre febrero y abril de este año. Eso equivale a uno de cada cuatro trabajadores de la capital”.

Un impuesto adicional, lejos de reactivar la economía y atraer inversiones, solo ocasionará más pérdidas de empleo. Según datos de la Sunat, en el año 2017 las grandes empresas constituían el 2,4% de contribuyentes y 280 empresas eran consideradas top y megas, las que aportaban el 42% de la recaudación del Impuesto a la Renta.

El proyecto del Frente Amplio señala que lo que se recaude será para “financiar la lucha contra el COVID”. En un país donde los ministerios son incapaces de ejecutar su presupuesto y el Estado no puede enfrentar de modo eficiente –y sin corrupción– las compras en plena pandemia, ya nos imaginamos a qué bolsillos irán a parar esos recursos.

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Esto nos lleva a preguntarnos si lo que realmente busca este proyecto es un intento más por imponer su ideología. ¿Ya nos olvidamos del desastre de la salida diferenciada por sexos impulsada por Farid Matuk, excandidato al Congreso por el Frente Amplio?

Recordemos, además, lo dicho por la izquierdista chilena Camila Vallejo en una entrevista con Andrés Oppenheimer: “¿Qué es más importante: reducir la pobreza o bajar la desigualdad?”, le preguntaron. “Bajar la desigualdad. Nosotros en vez de focalizarnos en la extrema pobreza, tenemos que enfocarnos en la extrema riqueza”, respondió. ¿Ese es el modelo que queremos seguir en el Perú?

Más que imitar a Vallejo, nuestros representantes de izquierda podrían fijarse en Deng Xiaoping, el gran reformador chino, quien acuñó dos frases para la historia: “La pobreza no es socialismo” y “Algunos deben enriquecerse antes“. Son precisamente aquellos “que se enriquecen” los que van a generar fuentes de empleo y aportar con sus impuestos.

En esta crisis hemos visto algunas respuestas solidarias de la empresa privada. Este Diario ha publicado una lista en la que se cuentan hasta 114 empresas que han atendido la emergencia con distintas iniciativas.

Los empresarios no son santos de altar ni demonios que exorcizar. Algunos –felizmente no todos– recién reaccionan al verse amenazados por leyes, cuando sin presión alguna podrían pagar mejores salarios y mejores condiciones a sus trabajadores. Sin embargo nada de eso justifica promover proyectos estatistas que solo nos harán retroceder más de lo que estamos.

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