"Ese lastre de haber gobernado, que no es más que el uso de un voto retrospectivo, se torna evidente cuando expresidentes, tras esperar el período de ley, se presentan nuevamente como candidatos". (Ilustración: El Comercio)
"Ese lastre de haber gobernado, que no es más que el uso de un voto retrospectivo, se torna evidente cuando expresidentes, tras esperar el período de ley, se presentan nuevamente como candidatos". (Ilustración: El Comercio)
Omar Awapara

En una reciente entrevista con Renato Cisneros y Josefina Townsend, el periodista César Hildebrandt afirmaba que en la política peruana la indignación no se convierte en sanción electoral y, para demostrarlo, usaba como ejemplos el tercer gobierno de y el segundo de . Muchos más ejemplos a ese nivel no hay y, en realidad, hay varios otros que sugerirían que los electores sí usan su voto para castigar gobernantes, como lo viene reflejando la posición en las encuestas de y, en cierta forma, de .

sobre el caso de partidos en el gobierno que luego han fracasado estrepitosamente en la siguiente elección. Ese lastre de haber gobernado, que no es más que el uso de un voto retrospectivo, que castiga con su desprecio, se torna evidente cuando expresidentes, tras esperar el período de ley, se presentan nuevamente como candidatos. Y a diferencia de Hildebrandt y otros analistas, insisto en que los votantes son racionales y evalúan gestiones pasadas para premiar o sancionar (sobre todo esto último) a los candidatos. O ejercer su derecho al repudio en las urnas, para usar sus palabras.

No hay muchos casos de reelección mediata en la historia reciente. A Leguía (1908-1912; 1919-1930), Manuel Prado (1939-1945; 1956-1962) y Fernando Belaunde (1963-1968; 1980-1985) en el siglo XX, solo se le suma Alan García en el siglo XXI. E intentos hay varios. Valentín Paniagua apenas raspó el 6% en el 2006. En el 2011, Alejandro Toledo, luego de ser puntero hasta marzo, muy entrada la contienda, cae hasta el cuarto lugar pero con un respetable (y envidiable para estándares actuales) 15,6%. Para el 2016 ya con serios indicios de corrupción encima, no obtiene más que 1,3% del voto. Al otro expresidente en esa contienda tampoco le va mucho mejor. A Alan García, en su intento por alcanzar por tercera vez la presidencia, el electorado le responde con desdén. Apenas 5,8% del voto.

En esta elección se presenta Ollanta Humala, quien tiene muchos problemas para salir de la categoría Otros, y en cierta forma, Keiko Fujimori. La candidata de Fuerza Popular ha decidido reivindicar sin ambages el gobierno de su padre, con pasivos y todo. A diferencia de las campañas del 2011 y el 2016, donde hubo explícitas tácticas destinadas a marcar una autonomía, tanto en personajes que la rodeaban como en mensajes, en esta ocasión ha puesto por delante el apellido apelando al recuerdo del gobierno de su padre.

Por otro lado, aunque no alcanzó la presidencia cuando lo intentó, de alguna manera gobernó el país entre el 2016 y el 2019, y la responsabilidad de su bancada en la crisis actual fue ciertamente evaluada de forma negativa en la elección congresal del 2020.

En el 2006, Alan García superó por medio punto porcentual a Lourdes Flores, y eso le alcanzó para pasar a la segunda vuelta y erigirse como el cambio responsable frente al Humala de polo rojo y en la órbita de un Hugo Chávez en la cima de su poder. En esa elección, se inició la costumbre de votar por el “mal menor”. No fue un premio a García, sino el temor a Humala lo que le permitió repetir el plato, muy a pesar de su primer gobierno. Es muy probable que las esperanzas en la esquina de Keiko estén puestas en colocarse en un plano similar frente a rivales como Lescano o Mendoza. Aunque como García en el 2016, otros parecen estar jugando mejor ese papel.

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