"No es la primera vez que sucede algo así, por cierto, y de ahí que reafirme que el resultado en sí no es sorprendente". (Ilustración: El Comercio)
"No es la primera vez que sucede algo así, por cierto, y de ahí que reafirme que el resultado en sí no es sorprendente". (Ilustración: El Comercio)
Omar Awapara

La tuvo lugar el domingo 11 y a pesar del revuelo que han causado los resultados, creo que reflejan más continuidad que cambio en la política peruana. Hay una división del voto que refleja un peso estructural presente desde hace más de veinte años, pero también ciertas variaciones en el caudal de ese voto, y los candidatos que lo representan en esta ocasión, que pueden ser explicadas, disipada la polvareda, por hechos más coyunturales.

Hay, insisto, mucha continuidad, que se refleja en la forma en que vienen votando los electores hace varios procesos electorales y que en mis propias investigaciones he atribuido a un modelo de crecimiento orientado hacia afuera, pero al que solo una porción de la población se ha integrado y donde otro grupo grande ha quedado relegado, que explica un clivaje repetido y observado tanto en elecciones como en dinámicas de consumo y bonanza en Lima y la costa norte, y de mucha conflictividad social fragmentada, afuera de ese epicentro, incluyendo por supuesto las provincias más ricas en términos de recursos naturales del Perú.

Sin entrar en tanto detalle, y reconociendo cierta heterogeneidad en ambas zonas, también hemos venido haciendo énfasis en el impacto más coyuntural de la crisis política del último lustro, de los escándalos de corrupción y de la pandemia que han dinamitado un espacio dominado en esos años por cierto elenco estable. Lo novedoso en esta elección ha sido, en ese sentido, que ninguno de los candidatos que disputarán la segunda vuelta el 6 de junio haya obtenido más del 20% del voto.

Lo que vimos entonces el 11 de abril ha sido como unas primarias sobre dos campos relativamente consolidados. Y ahí el análisis se vuelve más difícil porque entran en juego factores más circunstanciales. Tenemos cierta idea (hoy, pero no hace dos semanas) de por qué fueron Castillo y Fujimori los que prevalecen en su respectivo campo. No era tan difícil anticipar lo de Keiko en base a trayectoria y organización, y los claros límites geográficos de López Aliaga o De Soto en las encuestas.

Fue más difícil ver a Castillo, porque además su irrupción en las encuestas fue tardía y súbita. El último simulacro de votación de El Comercio-Ipsos, el domingo previo a las elecciones, colocaba al candidato de Perú Libre en crecimiento, pero en séptimo lugar, con 7,9% de los votos válidos, casi la mitad que el puntero de entonces, Yonhy Lescano, quien se mantenía adelante con el 14,7% de los votos. En siete días, solo siete días, el resultado se invirtió, y Castillo pasó a ocupar el primer lugar con casi 20% y Lescano cayó al quinto lugar con menos del 9%.

No es la primera vez que sucede algo así, por cierto, y de ahí que reafirme que el resultado en sí no es sorprendente. La elección congresal del 2020 ya sugería además que Acción Popular y Juntos por el Perú no serían buenos representantes de un votante que se había inclinado en masa por UPP y que en esta ocasión solucionó sus problemas de coordinación de manera más eficiente que el otro. Lo que pareció ser una disputa entre Lescano y Mendoza fue en realidad un preámbulo a la decisión de inclinarse más hacia Castillo. Del otro lado, el voto se reparte más equitativamente entre Fujimori, De Soto y López Aliaga, y prevalece por muy poco la primera, y refleja bien la fragmentación del sistema político peruano.

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