Quedará sin responder la duda sobre qué tan cómodo se sentía Vizcarra con un primer ministro de perfil alto como Cateriano. (Presidencia)
Quedará sin responder la duda sobre qué tan cómodo se sentía Vizcarra con un primer ministro de perfil alto como Cateriano. (Presidencia)
José Carlos Requena

La negación de la confianza grafica el principal problema que tendrá que enfrentar el mandatario en su último año: un ajeno a su control, inmune a los gestos a los que el presidente se había acostumbrado y sin recurso alguno para nivelar la cancha.

En gran parte, el desenlace del último martes debe explicarse con la negligente opción de no presentar lista parlamentaria en los comicios de enero del 2020 o siquiera endosar el capital político del que disponía el mandatario. Se optó por inhibirse, algo que quienes lo respaldaban vieron como un gesto democrático.

Pero el gesto resultó costoso. A inicios de julio, le dijo a Canal N: “El presidente fue cauteloso, pero no midió las consecuencias de gobernar sin Parlamento, sin congresistas que defiendan políticamente al Gobierno. Pecó de ingenuo, creyó que el nuevo Legislativo le iba a dar estabilidad política en el resto de su mandato, lamentablemente no está ocurriendo” (1/7/20).

Instalado en la PCM desde el 15 de julio, Cateriano empezó rápidamente una ronda de reuniones que resultó infructuosa. Como político recorrido, había acumulado simpatías y antipatías a lo largo de su carrera. De hecho, quedará sin responder la duda sobre qué tan cómodo se sentía Vizcarra con un primer ministro de perfil alto como Cateriano, que contrastaba con la grisura –propia o adquirida– de sus tres predecesores.

Era evidente que Cateriano no contaría con el respaldo del Frente Amplio, que coincidía con su oposición abierta al fujimorismo, pero discrepaba de su apuesta económica.

Aunque conocidas desde días previos, las resistencias de APP y un sector AP son menos claras. En horas recientes, voceros de ambos partidos han salido a explicar su posición. Pero no han resultado del todo satisfactorias, sobre todo considerando que ambas bancadas –las dos más numerosas– lanzaron en febrero el Acuerdo de la Gobernabilidad antes de instalarse en la Mesa Directiva.

El Congreso, como institución, queda con la incómoda responsabilidad de ser parte del problema. En ello tiene que ver el peso que acumulan los liderazgos voluntariosos y estridentes en varias bancadas, que opacan las voces mesuradas.

El Gabinete que se conforme tendrá que considerar un mejor aterrizaje en el espacio parlamentario, al que Vizcarra había abdicado, quizás impaciente de las largas negociaciones que implica. Es correcto manifestar que no se cederá a algún chantaje. Pero ¿con qué herramientas se cuenta para poder concretar tal objetivo?

El desenlace de la larga jornada del lunes 3 y las primeras horas del martes 4 también evidencia los límites de una gestión que se sustenta en el respaldo ciudadano. El presidente peruano más popular en lo que va del milenio carece en el Parlamento de una votación propia que le asegure un último año sin contratiempos.

Hace algunos meses, Vizcarra describía al Parlamento elegido en enero como un “Congreso identificado con la población y con sus necesidades” (24/1/20). ¿Qué queda de aquella expectativa?

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