"Si bien esta será una campaña corta en la que por primera vez las listas al Congreso no tendrán un candidato presidencial que haga el efecto de arrastre, ya muchos han empezado sus estrategias". (Foto: GEC)
"Si bien esta será una campaña corta en la que por primera vez las listas al Congreso no tendrán un candidato presidencial que haga el efecto de arrastre, ya muchos han empezado sus estrategias". (Foto: GEC)
Diana Seminario

El 26 de enero del 2020 tendremos que ir a votar otra vez, en la segunda elección consecutiva promovida únicamente por el apetito del señor . En octubre del año pasado tuvimos referéndum y el próximo año debemos elegir a los congresistas que deberán completar el período legal tras el cierre “fáctico” del Parlamento.

Las listas ya se inscribieron, aunque todas –salvo la del Frepap– han sido observadas y los partidos deben subsanar las supuestas faltas en las que habrían incurrido.

Si bien esta será una campaña corta en la que por primera vez las listas al Congreso no tendrán un candidato presidencial que haga el efecto de arrastre, ya muchos han empezado sus estrategias.

Lo que llama la atención es la inquietud que ha generado la presencia de los llamados grupos “conservadores” en estas elecciones. La preocupación surge precisamente entre aquellos que siempre quieren orientar el voto a su conveniencia, y que ya nos han demostrado que se han equivocado tremendamente con sus recomendaciones de los últimos ocho años.

En esta oportunidad, la autodenominada “reserva moral” no se guarda nada cuando se trata de atacar a los candidatos que representan una alternativa en favor de la familia, de la vida y en contra del enfoque de género en los textos escolares. Recurren al facilismo de llamarlos “ultraconservadores”, “antiderechos”, “fanáticos religiosos” y no sé cuántos adjetivos más. Con esta actitud, solo confirman que sus valores democráticos solo valen cuando el otro comparte su misma ideología. De lo contrario, hay que eliminarlos.

He visto páginas dedicadas a estos candidatos, cuyo único delito ha sido participar en marchas contra el enfoque de género, lo que inmediatamente los convierte en “controvertidos” o “cuestionados”.

El último sábado se realizó en Lima el foro El Voto Cristiano en las Elecciones, organizado por el colectivo Unidad, conformado por un grupo de jóvenes que nadan contracorriente. Entre las conclusiones de ese foro, en el que tuve el gusto de participar, se mencionó la importancia de ejercer un voto a conciencia y en coherencia con las propias convicciones.

Salí de ese encuentro convencida de que algo estaba cambiando, que esos jóvenes que son capaces de convocar a un debate de esta naturaleza están dispuestos a desmontar toda la narrativa impuesta durante los últimos años, donde decir –por ejemplo– que uno respeta la vida desde la concepción hasta la muerte natural es para algunos aún más grave y peor que haber recibido millones de la corruptora Odebrecht.

Se entiende el nerviosismo de este sector, pues en estas elecciones más de una lista ha incluido a candidatos que se la juegan en la defensa de los principios en los que creen y que apuestan por ello a costa de ser discriminados por aquellos que se creen “dueños de la verdad” y monopolizan lo que se llama el “pensamiento único”.

Ya lo dijo Benedicto XVI: “Se va construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última el propio yo y sus apetencias”.

Dictadura del relativismo. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.