Lecciones desde la derecha, la columna de David Rivera
Lecciones desde la derecha, la columna de David Rivera
David Rivera

Chile nos sirvió de referencia durante dos décadas respecto al modelo económico que debíamos seguir. Con filtros de por medio, insertados por quienes consideraban que había que ser más papistas que el Papa. Los resultados los tenemos a la vista, los buenos y los filtrados. Venezuela nos sigue sirviendo como ejemplo de hacia dónde no tenemos que ir, en ningún campo. Dos experiencias distintas instauradas por movimientos de “izquierda”. Ejemplos de lo que funcionaba y de lo que estaba destinado al fracaso, y que jugaron un rol en la definición del marco dentro del cual debían moverse nuestros últimos gobernantes.

Hoy para el Perú, el Acuerdo de Paz alcanzado en Colombia puede servirnos de referencia (aun reconociendo las diferencias) para un gobierno auténticamente de (centro) derecha que, sin renunciar al liberalismo, tendrá el reto de consolidar la democracia e impulsar el desarrollo social y económico del país. ¿Qué llevó a , un liberal perteneciente a la élite económica colombiana y uno de los líderes de la estrategia militar contra las FARC durante el gobierno de Álvaro Uribe, a asumir el reto de cerrar dicho acuerdo a pesar de la incredulidad, temor y desconfianza de buena parte de su país? Incluso a pesar de sus bajos niveles de aprobación. 

Las explicaciones van desde las motivaciones personales hasta las políticas. Sobre las primeras, solo habría que decir que no hay político, menos aspirante a presidente, que no las tenga. Que en cualquier caso, la clave radica en para qué se anhela ese reconocimiento, para qué se hace uso del poder. Es ahí donde es posible encontrar las diferencias. Santos es un presidente de una larga tradición liberal republicana, con la flexibilidad suficiente para entender que Colombia necesita hacer cambios de fondo para modernizar su democracia, reducir los niveles de violencia y desarrollar su potencial económico y atraer las inversiones necesarias para conseguirlo. Porque, finalmente, sin paz no hay desarrollo posible.

Santos está consiguiendo que cada vez más colombianos, incluida su clase dirigente, comprenda la lógica detrás de esta apuesta. Que finalmente las concesiones a la guerrilla implican reconocer la vigencia de problemas históricos (como el de la tierra) a los que era necesario darles solución. Que no hay un acuerdo de paz viable sin la posibilidad de que los guerrilleros se incorporen al sistema (político). Que un acuerdo de esta naturaleza jamás estará libre de riesgos y de retos, pero que es mejor asumirlos frente a los que implican la continuación de la guerra.

El contexto puede haber llevado a Santos a correrse más hacia el centro de lo que preveía. El apoyo de la izquierda para su reelección y la oposición radical desde la derecha de Álvaro Uribe han jugado un papel. Pero sin visión, no hubiese sido posible sacar buen provecho de esas circunstancias.

La construcción de la paz en Colombia aún tiene grandes retos por delante. Pero ya hoy es una experiencia que deberíamos mirar con más atención.

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