Los noticieros y los programas dominicales no alcanzan para cumplir la función de informar de la televisión. Esta hace poco por debatir problemas públicos complejos. Y sin esa información es mucho más difícil que esos temas ganen relevancia política. (Foto: GEC)
Los noticieros y los programas dominicales no alcanzan para cumplir la función de informar de la televisión. Esta hace poco por debatir problemas públicos complejos. Y sin esa información es mucho más difícil que esos temas ganen relevancia política. (Foto: GEC)
Eduardo  Dargent

Un dividido, con varias bancadas sin posiciones claras y con urgencias diversas haciendo cola, no parece el lugar más indicado para avanzar reformas que no están hoy en el menú. Pero tal vez estas características, y la necesidad del Congreso de responder a temas de interés de la ciudadanía, abren una oportunidad para que algunos emprendedores de políticas logren colocar asuntos que considero urgentes para esta maltrecha democracia. Y uno de ellos es el de la situación de nuestros medios de comunicación.

Hubo en el 2000 dos grandes temas en los que se prometieron cambios y reformas para que no se repita lo vivido durante el fujimorismo. Uno, el de la corrupción. Sobran palabras. El otro, el de los medios de comunicación, especialmente la televisión abierta. Aquí también la deuda es grande.

Esa década, que debió dar lugar a una profunda reflexión sobre la fragilidad de la libertad de expresión cuando los privados se corrompen y sobre la necesidad de fortalecer los medios públicos, no trajo cambios de fondo. Sí, no tenemos grandes medios vendidos al gobierno. Pero la despolitización de la televisión es apabullante, los espacios de periodismo de investigación son escasos, falta pluralidad y casi no hay programas de entrevista o debate en la televisión abierta. Los noticieros y los programas dominicales no alcanzan para cumplir su función de informar.

Así, nuestra televisión hace poco por debatir problemas públicos complejos. Y sin esa información es mucho más difícil que esos temas ganen relevancia política. Perdemos también la posibilidad de que políticos y funcionarios nos informen sobre sus agendas, buscando así aliados entre la población. Y que rindan cuentas, obvio.

En ese sentido, hay dos aspectos que este Congreso podría discutir pensando en el futuro. Primero, crear una mejor institucionalidad para que los medios del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú no sean del gobierno, sino públicos. La reciente salida de Hugo Coya muestra la fragilidad del IRTP. Es difícil lograr más autonomía y creatividad si no hay amplia voluntad política para adoptar mejores instituciones e implementarlas. Sin embargo, sí pueden lograrse mejoras con algunos cambios. ¿Mayor pluralidad en un consejo directivo del IRTP que luego elija a su director o directora por concurso público, por ejemplo?

El segundo tema pasa por buscar que la televisión abierta programe más temas políticos. Para evitar que se preste a cualquier tipo de control, habría que hacerlo sin que el Estado tenga potestad para definir contenidos. Por ejemplo, franjas informativas de una hora al día (digamos, de 10 p.m. a 11 p.m.) en las que los medios de señal abierta tengan que programar sobre política, pero con total libertad para decidir sus contenidos. Investigación, entrevista, debate. Lo que quieran.

Dirán que esto atenta contra la libertad de expresión. Vean los programas que colocan a toda hora para evaluar si en los medios hay una preocupación real por esos valores o si más bien lo que motiva su despolitización actual es el lucro.

Hay razones de sobra para exigir una mejor televisión y mejores medios públicos. Sospecho que buena parte de la población, cansada de la pauperización de la parrilla, lo vería con buenos ojos. ¿Habrá quien recoja el guante y por lo menos inicie esta conversación en el próximo Congreso?