El mototaxi y el triciclo, la columna de Héctor Villalobos
El mototaxi y el triciclo, la columna de Héctor Villalobos
Héctor Villalobos

El mototaxi de tiene claro cuál es su destino. No importa que a su paso atropelle, levante polvareda, contamine el ambiente. Su combustible es la fuerza de los números que le permite avanzar con coherencia, pero también con prepotencia y autoritarismo, hacia el objetivo. De lo que parece no darse cuenta es que en su recorrido viene acumulando ya varias papeletas. La cuenta en las próximas elecciones puede salirle cara.

, por su parte, tiene un triciclo que avanza a duras penas. Antes de las elecciones, subió a su vehículo a un grupo más unido por el entusiasmo que por las afinidades ideológicas. Después de la victoria, y una vez en el poder, pedalear se puso cada vez más difícil pues cada rueda quiere seguir su propia dirección.

El manejo político oficialista de la crisis generada, primero por el pedido de interpelación y luego por la moción de censura al ministro de Educación, Jaime Saavedra, ha desnudado, una vez más, los flancos más débiles de una bancada que parece haberse armado pensando más en participar en una campaña electoral que en gobernar a un país.

Que el Perú (al menos el de las redes sociales y el de la clase política) esté otra vez polarizado no es ninguna novedad. Es una constante en nuestra historia reciente. Esta vez, el motivo para sacarnos los ojos es la continuidad de un ministro y de sus reformas. Lo grave en este caso es que la propia bancada del gobierno también haya caído en la tentación de esa ola polarizadora.

Las divisiones en el oficialismo no son novedad. Se pusieron en evidencia durante la distribución de las comisiones legislativas, la elección del defensor del Pueblo y en la difusión de un chat privado (con la diferencia de que este no se conoció por intermedio del lente de un reportero gráfico, sino por la filtración de un propio integrante de la bancada).

El desorden ppkausa vuelve a manifestarse cuando el gobierno enfrenta su crisis política más grave. Mientras el Ejecutivo evaluaba con pinzas la posibilidad de presentar o no una cuestión de confianza para el Gabinete, congresistas como Alberto de Belaunde o Guido Lombardi salían a pronunciarse a favor de este mecanismo. Por el otro lado, mientras el presidente Pedro Pablo Kuczynski y el primer ministro Fernando Zavala reiteraban una y otra vez su respaldo a Saavedra, legisladores como Salvador Heresi y Juan Sheput le bajaban el dedo.

En el clímax de esta vorágine, el portavoz de la bancada Carlos Bruce, quien debería haber marcado la pauta de las declaraciones del grupo parlamentario, desapareció de la escena política por unos días, envuelto en un escándalo por haber solicitado, en su condición de congresista, protección policial para su local privado. El roche público lo llevó al extremo de no aparecerse en el pleno el día de la interpelación a Saavedra.

Cual padre resignado a las malacrianzas y desobediencias de los hijos, PPK admitió el domingo que los congresistas que deberían escudarlo “no me escuchan mucho y eso me duele a mí tremendamente”.

En otras palabras, con oficialistas así, ¿quién necesita opositores?

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