"Usted podría terminar votando por alguien que dice ser de centro, pero es de derecha. O por alguien de centro que jura ser de izquierda. O por quien le dice que es de centro, pero en realidad es de derecha o no sabe qué diablos es". (Ilustración: El Comercio)
"Usted podría terminar votando por alguien que dice ser de centro, pero es de derecha. O por alguien de centro que jura ser de izquierda. O por quien le dice que es de centro, pero en realidad es de derecha o no sabe qué diablos es". (Ilustración: El Comercio)
Eduardo  Dargent

es un poco como comprar las aguas frescas del Chavo del Ocho. Esas que parecen de limón, son de jamaica, pero saben a tamarindo. O parecen de jamaica, son de tamarindo… usted me entiende.

Mire lo que señalan los partidos y candidatos sobre sus posturas políticas. Con frecuencia lo que se dice no representa lo que son. En algunos casos es estrategia: saben lo que son, pero no quieren decirlo. En otros, sin embargo, hay ingenuidad sincera al creer que no son lo que son. O audacia al querer ser lo que no son.

Cuando un partido dice que no es de izquierda ni de derecha, pues es de derecha. La discusión será qué tan de derecha es. Una parte de nuestras derechas carga con la culpa de ser asociada con políticas vinculadas a los más pudientes. La asociación espantaría el voto popular. Le pasó a Vargas Llosa y a Lourdes Flores, no es infundado el temor. Por ello, las ideologías no existirían. Serían un artefacto del pasado.

Pero, como comentaba esta semana el colega Anthony Medina, si un partido dice abiertamente que es de derecha, cuídese: seguro es de extrema derecha. Y paradójicamente esta afirmación exime de la culpa derechosa antes señalada, pues se cree que una derecha firme y clara abre el camino hacia el voto popular al politizar temas como la seguridad.

Por la izquierda el asunto va mejor en cuanto al autorreconocimiento: si alguien dice que es de izquierda, pues por lo general es de izquierda. Hay un compromiso con los valores y temas que han caracterizado y caracterizan a las izquierdas en el mundo.

Pero eso no acaba con el problema del votante. La cultura zurda hace que, a diferencia de la derecha, pocos quieran definirse como socialdemócratas o centristas de izquierda, a pesar de serlo. ¿Tibio yo? ¡Jamás!

Así, la pregunta que dejan al elector estos partidos y candidatos que huyen del centro es qué tan de izquierda son. Hay desde quienes tienen posturas comunistas hasta socialdemócratas estilo sueco. Habrá que adivinar su grado de izquierdismo, pues, ya saben, de centrismo nada.

El centro es, sin embargo, el espacio que más me molesta en estos acertijos discursivos a los que se enfrenta el votante. En parte por lo ya dicho sobre los que dicen “no ser de izquierda o de derecha”: ese centro es derecha, ya sabemos. Pero también por quienes ven al centro como algo tibio, el huir a las posiciones fuertes que supuestamente espantan votos. La equidistancia dinámica.

Ese “no soy de aquí ni soy de allá” es desesperante. Y riesgoso. Se puede caer en un hoyo político que remite a Fernando Pessoa: no soy nada, nunca seré nada. Y no hay mejor forma de perder elecciones que quedar aplastado entre posturas fuertes. El mejor candidato de segunda vuelta con frecuencia no llega a ella.

Complicada nuestra vida. Personalmente creo que en el Perú hay derechas, centros e izquierdas, pero descubrirlos es complicado. Usted podría terminar votando por alguien que dice ser de centro, pero es de derecha. O por alguien de centro que jura ser de izquierda. O por quien le dice que es de centro, pero en realidad es de derecha o no sabe qué diablos es.

Receta electoral: desconfíe de los lugares comunes, ausculte entrevistas y demande definiciones. Tal vez logre votar por lo que quiere votar.