Populismo electoral, por Jaime de Althaus
Populismo electoral, por Jaime de Althaus
Jaime de Althaus

Conforme avanza la campaña electoral, el espíritu populista se posesiona del ambiente y se desata la competencia por ver quién ataca más o mejor a la gran empresa minera o a la inversión privada y quién aprovecha mejor el mito de la empresa pública como la madre benefactora para vender paraísos que serán infiernos. 

El caso más reciente ha sido el de , que en Cajamarca culpó a las empresas mineras de haber sido las causantes de los conflictos sociales por haberse “portado muy mal con la comunidad”, acusando al gobierno de ponerse del lado de ellas y no del pueblo y a los demás candidatos de ser sus representantes. 

Es decir, atizó la dicotomía empresa-pueblo, como si fueran enemigos: una variante de la lucha de clases. ¿Se ha vuelto marxista Keiko Fujimori? Evidentemente no. Lo que está haciendo es populismo electoral puro. Estrategia. Ella tiene un núcleo duro de 20% o 25%, pero lo que quiere ahora es ampliar y asegurar la captación de los electores del sector E y D que votaron por Ollanta Humala en el 2011, y que supuestamente serían sensibles a un discurso antiempresa. 

Felizmente, sin embargo, no dio el salto que sí dio Humala de proclamar  “agua sí, oro no” –que después le costó Conga al país entero–, sino que concluyó, contradiciendo sus propias frases anteriores, que “debe  haber armonía entre el Estado, la empresa y la comunidad”, así como respeto al medio ambiente.

Lo que no se escuchó fue la propuesta para lograr tal armonía, algo que sería vital para poner en valor los 24 mil millones de dólares en proyectos paralizados que le darían cuando menos dos o tres puntos más de crecimiento a su gobierno.

En el otro extremo ha decidido remar contracorriente y afirmar con contundencia que el Perú es un país minero y que desaprovechar esa riqueza sería como pedirle a Venezuela que deje de explotar su petróleo o a Argentina que no siembre trigo.

Tiene toda la razón: es puro sentido común y hay que aplaudirlo por eso. Pero acto seguido, acaso para compensar la osadía en estos tiempos antimineros (o para no reincidir en la tesis del perro del hortelano), sostuvo que había que incluir a la población en los beneficios de la minería y que para eso había que ¡distribuirle directamente dinero!

Es decir, en una sola frase pasó del discurso responsable al populismo más ramplón, mismo Waldo Ríos de Áncash. Lo que no advirtió es que la concepción detrás de la idea de repartir dinero es la misma que la del perro del hortelano: solo que hay que comprarlo para que no moleste, en lugar de pensar que, lejos de ser un obstáculo, puede ser un agente de su propio desarrollo y del desarrollo regional si el dinero de la mina se invierte en reservorios, riego tecnificado, etc.

Si solo se le reparte dinero quizá algunos prosperen pero la mayor parte abandonará la poca producción que tiene para quedarse al final sin soga ni cabra cuando la mina se vaya y ya no esté ni siquiera el candidato que cosechó alegremente los votos.

MÁS EN POLÍTICA...