Freud explicaba los actos fallidos como momentos en que se relaja la vigilancia del consciente sobre el inconsciente, permitiendo que este último aflore en lo que una persona está expresando. En otras palabras, como momentos en que se nos escapa lo que en el fondo pensamos o creemos.

Pues bien, a la luz de la teoría de Freud, vale la pena detenerse en el ya famoso lapsus que tuvo nuestra alcaldesa la semana pasada, cuando dijo que las principales beneficiarias de su reforma del transporte en la avenida Abancay serían “las señoras de San Juan de Lurigancho”, quienes ahora podrán llegar más rápido “hasta La Molina a lavar la ropa”. Y vale la pena detenerse porque es muy probable que en su acto fallido la señora Villarán haya revelado no solo su propio inconsciente, sino el de buena parte de la izquierda nacional. Ello, en todo caso, explicaría muchas cosas y permitiría pensar que es con buena fe que nuestra izquierda sigue sosteniendo las cosas que sostiene. Al fin y al cabo, sí hay buenos motivos para criticar –y severamente– el modelo económico si es que uno continúa creyendo que este es el mundo de Julius, en el que en La Molina, San Isidro y algún distrito más viven los pocos empresarios y personas con recursos que hay en el país, mientras que los distritos “periféricos” están básicamente representados por las Armindas que solo pueden aspirar a cruzar todos los días la ciudad para ir a las casas de los anteriores a lavar ropa –o cocinar, limpiar, cuidar niños o hacer cualquier tipo de labor de servicio–. Incluso sería entendible que uno esté dispuesto a aliarse, como en su momento lo hizo nuestra alcaldesa, con agrupaciones con nociones de desarrollo tan retrógradas como Patria Roja y Tierra y Libertad.

El problema, desde luego, está en que esta visión no corresponde con la realidad ni, ciertamente, con lo que el mercado y el crecimiento han hecho por el Perú. Hoy en San Juan de Lurigancho (SJL) hay muchas más lavadoras que lavanderas. Literalmente. De acuerdo con Arellano Marketing (AM), el 35,1% de la población de Lima este, de la que forma parte SJL, tiene lavadora, mientras que solo el 3% de la población del distrito trabaja como “empleado/a doméstico/a”. Según el INEI, por otra parte, SJL es el segundo distrito con mayor cantidad de viviendas de clase media en la ciudad de Lima. Lo que acaso ayude a explicar los dos gigantes, modernos y hasta hace no tanto impensables centros comerciales que a la fecha se están construyendo en el lugar; o que la mayoría de sus enormes discotecas abran casi todos los días de la semana; o que la calle con el mayor número de cebicherías del Perú sea la avenida Gran Chimú; o que casi todos los grandes supermercados del país tengan locales ahí.

El Perú hace mucho tiempo que dejó de ser el de Julius o el de su madre, la ausente Susan Darling. El torrente de inversión privada y de crecimiento que hemos tenido en la última década –y en realidad, aunque con un período intermedio de severo retroceso, en las últimas dos décadas– ha multiplicado las oportunidades para un número cada vez más grande de personas. No somos más un país con unos pocos ricos, muchísimos pobres, y casi nadie entre ellos. El Perú es hoy un país de clase media. Conforme al mismo AM, el 58% de la población ya está dentro de esta categoría y es aún un poco mayor el porcentaje de peruanos que se autocolocan en la misma.

Esta clase media, por lo demás, es pujante y empoderada: no depende de las dádivas de algún Estado clientelista, como aún hoy sigue sucediendo en varios países de la región. En SJL hay más empresarios que en San Isidro y La Molina juntos.

Siempre ha sido una incógnita por qué, a diferencia de, por ejemplo, nuestro vecino del sur, hasta ahora no hemos podido desarrollar una izquierda verdaderamente moderna. Quizá una respuesta esté en el lapsus de la señora Villarán: si se tienen visiones rezagadas de la realidad, es más explicable que se tengan recetas rezagadas para mejorarla. Tal vez lo que nuestros políticos de izquierda necesiten para modernizarse de una vez por todas sea mirar alrededor suyo para dejar de estar tan perdidos en sus diagnósticos como pareció estarlo, hace una semana, nuestra alcaldesa en su ciudad.