Jorge Muñoz
Jorge Muñoz
Juan Paredes Castro

La política peruana ha funcionado siempre sobre arenas movedizas. No hay nada que no pueda florecer y enterrarse por encima y por debajo de ellas, respectivamente.

No descartemos como postulantes presidenciales de mañana a investigados de hoy por corrupción mientras vivamos del engaño de que las prisiones preventivas son una demostración de justicia y que la separación de poderes, con un “poquito de intervención gubernamental” en la fiscalía, es una garantía de democracia.

Tampoco descartemos estereotipos o clichés electorales de hoy, sin partidos ni bases, ganando elecciones mañana y sin saber qué hacer en un futuro gobierno. Lo otro es que las campañas electorales se extienden ‘ad infinitum’ durante los gobiernos de turno. De ahí que los mandatarios encarnan más promesas que acciones. Les importan más las encuestas que los resultados que les pueden ofrecer a los ciudadanos. El poder político vive para el plebiscito continuo. No necesariamente para procurar seguridad, desarrollo y bienestar.

En medio del acelerado deterioro de Fuerza Popular, el Apra, Peruanos por el Kambio, Perú Posible, el Partido Nacionalista, Solidaridad Nacional, Podemos y las organizaciones de izquierda, las últimas elecciones regionales y municipales, incluyendo una segunda vuelta en las primeras, han confirmado –en sus resultados tangibles– la posición dominante, a escala nacional, de Alianza para el Progreso (APP), liderada por , y de Acción Popular (AP), de vuelta a la palestra política con un invitado suyo, , como alcalde metropolitano de Lima.

Por ahora, Muñoz le insufla vida a AP, mientras esta tarda en resolver su liderazgo interno entre Raúl Diez Canseco y Alfredo Barnechea.
Ambos partidos nacionales: APP con el mayor número total de votos en regiones y municipios provinciales y distritales (a excepción de Lima Metropolitana), y AP con un sorprendente renacimiento de su identidad popular contrastan con el extremo donde Verónika Mendoza y Julio Guzmán solo tienen promesas de organización (no han podido obtener inscripción hasta hoy), pero figuran, paradójicamente, en los primeros lugares en una eventual aspiración al poder presidencial el 2021.

Esto revela el importante espacio electoral proclive al aventurerismo político en el que cualquiera puede abrirse camino al poder sin tener que rendirle cuentas a nadie. Otra forma de conquistar impunidad por adelantado, no importa si con partido de gobierno alquilado o comprado.Los recientes ejemplos de APP y AP dan pie al surgimiento de nuevos partidos y la rehabilitación de otros (en las siempre movedizas arenas de la política).

Debe saberse, eso sí, que quienes resulten favorecidos por el voto no tienen un cheque en blanco para hacer lo que les viene en gana, sino una elevada responsabilidad de gestión pública y representación de calidad en el poder. Esto es lo que tendrán que demostrar los gobernadores y alcaldes de APP, AP y otras fuerzas en la compleja relación partido-gobierno-comunidad.

Hace bien César Acuña en pensar por ahora más en la consolidación de su partido, APP, que en una eventual postulación presidencial. Igual debieran pensar Barnechea y Diez Canseco. Estos podrían quedar solo como estereotipos si le quitan a AP las alas que acaba de conquistar.